Hugo Moreno López fue un niño almeriense, más pobre que Carpanta, que concibió que las revoluciones había que principiarlas por el estómago. Con los años, ese muchacho humilde y aficionado a leer con un candil, hundido en la espantosa miseria, salió a flote y se convirtió en un ideólogo de la igualdad entre ricos y pobres y pasó a ser uno de los curas rojos más perseguidos por Franco, que tuvo que salir por piernas por los Pirineos.
No hay nada en su tierra que recuerde la memoria de este religioso almeriense, un precursor de los teólogos de la liberación, que perdió el alzacuellos por ponerse al lado de los menesterosos y enfrente del obispo y los acomodados.
Por ello, su biógrafo, un profesor de la Universidad de Alcalá, Antonio César Moreno Cantano, que se topó de manera casual con el personaje y que ha rastreado sus desventuras con la paciencia de una estalactita, ha demandado al Ayuntamiento de la capital una calle para el presbítero.
La concejala de Cultura, Educación y Tradiciones, Ana Martínez Labella, ha solicitado al autor de la iniciativa una memoria o currículum de Hugo Moreno y una relación de firmas de personas que avalen el reconocimiento. En ese punto se encuentra ahora esta iniciativa para honrar a este almeriense que nació en 1883 y que fue bautizado en la parroquia de Santiago.
Su padre, Francisco Moreno, falleció cuando Hugo era un niño, y su madre, Pura López Rull, pariente lejana del arquitecto de los mismos apellidos tuvo que ponerse a servir. Solo le quedaba el apoyo de sus dos abuelos, uno picapedrero y otro carabinero, que murió a tiros de un contrabandista. Entró en 1894 en el seminario bajo el rectorado de Victoriano Rodrigo y finalizados sus estudios con brillantez, fue nombrado capellán de la de las Siervas de María y después coadjutor de la Iglesia de Santiago. Completó formación con dos cursos de derecho canónico y pasó a ser profesor de latín en el Seminario y a organizar veladas literarias y musicales, cuestionadas por el prelado Vicente Casanova.
Ricos y pobres
Necesitaba campo abierto Hugo Moreno, Almería le apretaba las costuras, sentía pasión por las letras y colaboraba en La Independencia, fundó el periódico Bonifacio, y El Eco Social, donde sin disimulo arremetía contra “los ladronazos del pueblo, los pillastrones que chupan la sangre del pobre y engordan a su costa”. Le valió muchos tirones de oreja hasta que consiguió en 1917 un traslado a Madrid para cuidar a su hermano Néstor que se encontraba enfermo.
En la capital de España, en los ambientes literarios del modernismo, nadó Hugo como pez en el agua, vinculado al catolicismo social de la encíclica de León XIII, recordando a su admirado misionero Padre Tarín, con el que compartió misiones en Almería.
Allí dio comienzo a una brillante carrera literaria y cultural en medios impresos como Cervantes - dirigida por el paisano Villaespesa- La Voluntad o La Esfera, entrando en contacto con Azorín y Baroja y empapándose cada vez más de anticlericalismo: escribía sin medida contra la falta de formación y la poca humildad de los predicadores.
La Diócesis de Madrid le retiró las licencias ministeriales y le obligó a volver a su tierra. Pero Hugo permaneció en la capital, en esa Madrid de villa y corte y con la llegada de la II República cambió su nombre de pila por el de Juan García Morales, con el que se le conoció el resto de su vida. Era un homenaje de admiración a un antiguo obispo almeriense, Juan García, y a un sacerdote, Juan Morales, que ejercía como capellán en el Hospital Provincial.
Se destapó entonces el clérigo almeriense, en toda su esencia, en su combate a las desigualdades sociales, como una especie de adelantado de esos curas obreros de los 70 que salían de las iglesias para buscar a los jóvenes en los teleclubs o tocando canciones de Jarcha con la guitarra. El ya Juan García empezó a escribir a diario en el Heraldo de Madrid, publicó, sin pelos en la pluma, obras incendiarias como El Cristo Rojo o Hipócritas, farsantes y fariseos.
En 1935 lo nombran Presidente Honoris Causa del Ayuntamiento de Albanchez, le dedican una calle y prologa una obra deliciosa, que se puede consultar en la Hemeroteca provincial, “Virtudes de la República”, de José Doménech Fernández, un maestro Nacional en Albanchez, a la manera del gran Fernán Gómez en La Lengua de las Mariposas. Al comenzar la Guerra se posicionó del lado republicano, repudiando a Gil Robles y sus comilonas con obispos y aristócratas y el concepto de Cruzada enarbolado por sus colegas del púlpito y la mitra. Participó codo con codo con los líderes de Izquierda Republicana y fue miembro del Socorro Rojo, en esos días aciagos.
Hugo perdió la Guerra, como tantos, y tuvo que escapar en 1939 por la frontera francesa donde volvieron los horrores de la pobreza, la enfermedad y la prisión: fue internado en el Campo de Gurs en 1941 cuando el Gobierno de Vichy, donde vivió el desencanto por el abandono de los republicanos españoles. La muerte de su anciana madre lo sumió en una depresión que agravó su estado.
Un Robin Hood sin tumba
Nunca más volvió a su tierra, los nombres de las calles de Almería, de sus paisanos, se le fueron borrando de la memoria, atormentado por el fracaso de sus ideales, por no haber podido hacer realidad lo que él creía tan de sentido común: que todos los hombres tenían que ser tratados iguales, desde un canónigo a un peón del Barrio Alto. Murió en 1946, en el pueblecito galo de Libourne y fue enterrado, como Machado, bajo bandera tricolor. Los años, como La hojarasca de García Márquez han ido borrando su recuerdo, su memoria, hasta su tumba.
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