El camino viejo que iba a los colegios Goya y Cruz de Caravaca

En 1973 era todavía un camino de cabras

La Cruz de Caravaca junto al camino de tierra que hasta 1974 era el único acceso hacia los colegios, una vereda por la que no podían subir los autobu
La Cruz de Caravaca junto al camino de tierra que hasta 1974 era el único acceso hacia los colegios, una vereda por la que no podían subir los autobu
Eduardo D. Vicente
11:56 • 01 mar. 2016

A comienzos de los años setenta, el Ministerio de Educación y Ciencia puso en marcha la construcción de un gran grupo escolar en una de las cimas de los cerros de La Molineta. Se vivía un cambio de época y las viejas escuelas de barrio empezaban a desaparecer, imponiéndose el modelo de colegio público de grandes dimensiones donde los niños entraban en párvulos y salían con el Graduado Escolar bajo el brazo nueve años después.
La aparición en escena de los colegios Francisco de Goya y Cruz Caravaca fue una revolución para aquel paraje que desde la Carretera de Granada, a la altura del monumento de la Cruz, ascendía hasta el cerro. Cuando en el otoño de 1973 empezaron a funcionar los dos colegios, la carretera de acceso a los centros educativos era un camino sembrado de tierra y de piedras, por donde sólo podían circular con comodidad los carros tirados por animales. Los coches subían con dificultad, estando obligados a llevar un paso lento para ir esquivando los múltiples obstáculos que aparecían a lo largo del sendero.




Además de ese camino, que era el oficial, existía otro para  poder llegar a los colegios, el que partía de la Rambla de Belén y ascendía por los vericuetos de La Molineta, pero estaba en peores condiciones que el primero.
En aquel tiempo, en la subida de la Cruz de Caravaca aparecía un mundo rural que seguramente no haía cambiado casi nada en treinta años. Todavía era posible encontrarse con pequeños cortijos y con las huertas que ocupaban las terrazas que descendían hasta el barrio de los Ángeles. Todavía había establos llenos de vida y el olor de las vacas y la leche recién ordeñada era el perfume oficial en cada amanecer. Todavía, cuando uno subía por el camino y llegaba hasta la cima donde estaban los colegios, tenía la sensación de que se había alejado de la civilización como si hubiera atravesado la puerta de un túnel del tiempo. Los colegios constituían la modernidad en medio de aquel escenario donde entonces no llegaban más ruidos que el de los niños cuando jugaban en el recreo y el de los perros que ladraban alterados.





En aquel primer curso de 1973-74, el Goya y el Caravaca comenzaron las clases sin carretera, lo que impedía el paso del autobús y lo que obligó a limitar el horario lectivo a la jornada matinal, para gozo de los alumnos que tenían las tardes libres. Tampoco se pudo poner en marcha el comedor, que era parte del alma de aquel proyecto educativo.
A lo largo del curso se acomitieron las obras de acondicionamiento del camino que poco a poco fue transformándose en carretera, lo que hizo posible que al año siguiente los dos colegios pudieran funcionar a toda máquina, y lo que propició también que aquel barrio tan alejado, aquel escenario rural y antiguo, fuera cambiando de aspecto.
 









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