Serafín Cid y las noches del pub Georgia

Llegó al Georgia en 1978 para convertirlo en un icono de la tímida movida almeriense

Serafín cid siempre vivió rodeado de buenos amigos en la intimidad de su negocio.
Serafín cid siempre vivió rodeado de buenos amigos en la intimidad de su negocio.
Eduardo D. Vicente
12:13 • 02 mar. 2016

Bajo una espesa cortina de humo de cigarrillos noctámbulos sonaba la música de jazz para un pequeño grupo de  entusiastas que habían trasladado el dormitorio de sus casas a un pub del centro de la ciudad. El Georgia llevaba impregnado, en sus primeros tiempos, ese aroma de dormitorio, de cuarto de reunión y salón de estar donde las pandillas de jóvenes de la época se reunían para fumar y escuchar música cuando fumar y escuchar música era un ritual, un ejercicio del alma.




Serafín Cid Lagasca (1952-2002) llegó al pub Georgia en 1978 de la mano de un amigo de la infancia, Antonio López, con el que había estado trabajando un tiempo en Andorra y con el que regresaba a su tierra con 600.000 pesetas en los bolsillos para meterse en la aventura de un negocio hostelero. Los comienzos fueron casi una reunión de colegas: un radio cassette pobretón del padre en el que de vez en cuando se quedaban enganchadas las cintas utilizadas hasta la extenuación, una modesta barra de bar y una pared decorada como entonces se decoraban las paredes de los dormitorios adolescentes, con el póster de algún mito musical y con carteles de películas famosas. A diferencia de otros negocios similares que en aquellos tiempos empezaron a aflorar en Almería, el pub Georgia fue desde sus comienzos un lugar de autor, un escenario con alma de caverna donde reinaba una música diferente que se alejaba de los ritmos comerciales de otras salas. Todas las noches, de diez a once, Serafín ponía Jazz con el riesgo de quedarse sólo con los amigos más cercanos y con la certeza de que más importante que hacer caja era abrir un camino nuevo, crear una cultura diferente en ese páramo que era la Almería de finales de los setenta.




En aquella época un pub era más un sitio de reunión, de tertulias y música que un bar de copas, y la gente se reunía allí de noche cuando alrededor de un par de mesas se arremolinaba una pandilla de diez o doce, cuando con una cerveza o un cubata uno podía navegar a lo largo de toda una madrugada sin temor a que el camarero se acercara y te preguntara si ibas a tomar algo más. Unos años después de comenzar la aventura, Serafín Cid se quedó en solitario con el pub y fue entonces cuando tomó la deriva de dedicarse al jazz, y digo deriva porque en cierto modo la elección de un tipo de música minoritaria lo alejó del negocio para acercarlo en determinados momentos a la angustia de la subsistencia. “Empecé a traer actuaciones en directo de buenos grupos de jazz, aunque siempre perdía dinero”, llegó a reconocer Serafín en una de las entrevistas de entonces.




En 1984, cuando el pub había conseguido hacerse con un hueco en la vida nocturna de la ciudad, y cuando ir al Georgia era un hecho diferencial, decidió crear la Asociación de Amigos del Jazz que le sirvió de apoyo para seguir organizando actuaciones. Fueron tiempos de éxito en los que llegaron a pasar por su escenario artistas de la talla de Carlos Benavent o el saxofonista Paul Stocker, pero también fueron días de sinsabores, como los vividos en 1989 cuando el ayuntamiento, acogiéndose a la ley de ruidos, decidió cerrarle el chiringuito temporalmente.








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