Las casas de Pinel destacaban por la viveza de sus colores y por el contraste que suponía, en lo más alto de una de las laderas del cerro de San Cristóbal, encontrarse con un grupo de viviendas de nueva construcción en medio de un entorno formado por las viejas murallas que desde el cerro bajaban por la calle de Antonio Vico camino de la Puerta de Purchena. En aquel universo de pencas, piedras y cuevas, apareció un barrio moderno que pretendía cambiar la fisonomía de una zona privilegiada por su situación, pero marcada de antiguo por la pobreza.
Las casas de Pinel nacieron sobre un entramado de chabolas y cuevas que se extendían desde las murallas hasta el convento de las Adoratrices. Formaban parte del barrio de Duimovich, con su trama de callejuelas empinadas, de patios con aire musulmán y su enjambre de casas de planta baja que se adaptaban a las pecualiridades del terreno. A veces, surgía una vivienda sobre un suelo de rocas o sobre una cuesta imposible, desafiando la gravedad. En 1959, cuando comenzó el proyecto de construcción de la urbanización llamada ‘Vista Alegre de Pinel’, la loma de San Cristóbal y sus cuestas eran un arrabal donde convivían las pequeñas viviendas en las que en apenas treinta metros habitaban seis de familia, con aquel mundo de cuevas que formó parte de las zonas más deprimidas de la ciudad hasta los años setenta, donde abundaban formas de vida casi primitivas, con familias hacinadas en agujeros sin apenas luz y sin agua. Para aquellas gentes el váter no existía, y sus cuartos de baño eran las fuentes públicas y las escondrijos entre las pencas donde iban a hacer sus necesidades.
A pesar de la pobreza del lugar, aquel escenario ofreció siempre las posibilidades de su privilegiada situación. No existía un balcón en toda la ciudad con mejores vistas, desde donde se pudiera dominar todo el litoral y casi todos los puntos cardinales de Almería, desde La Chanca hasta la boca del río, desde los caminos que iban a Los Molinos hasta las montañas que se perdían por la Molineta. Se puede decir que fue el empresario y constructor, Luis Pinel Martín, el primero que descubrió las posibilidades de aquel barrio y el primero que se atrevió a poner en marcha un proyecto moderno de urbanización. Los trabajos se iniciaron en el mes de marzo de 1959 con carácter experimental, cubriéndose la primera fase con la construcción de ocho viviendas. Entonces se dijo que la urbanización del barrio en la Loma de San Cristóbal “empezaba una batalla contra aquellas cuevas o agujeros en las que vivían hacinadas las familias junto a vertederos de basura”.
El plan siguió adelante y en cinco años se llegaron a construir más de ochenta casas todas ellas con dos dormitorios, comedor, cocina, cuarto de baño, azotea, luz y agua, y se eliminaron ochenta cuevas y noventa barracas. Aunque en principio se creía que las nuevas edificaciones iban a ir destinadas a las familias más necesitadas, la realidad fue muy distinta, ya que las casas las ocuparon aquellos que podían hacer frente a su precio, que en algunos casos rondaba las sesenta mil pesetas. Allí se instalaron familias de la clase media, muchas de ellas ligadas al cuerpo de la Guardia Civil.
La urbanización de la Loma de San Cristóbal fue un revulsivo para adecentar el único camino que subía hasta aquellos parajes y convertirlo en carretera para que pudieran acceder también los coches. Al llegar al penúltimo anchurón de la subida, antes de alcanzar la cima del cerro, aparecía el viejo arco de la muralla que servía de entrada a la barriada de ‘Vista Alegre de Pinel’. Se dijo entonces que fueron los propios vecinos del barrio los que ensancharon aquella entrada bajo el arco moruno para que también pudieran pasar los coches.
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