55 años de las pipas calientes

En 1961 el dueño del kiosco del Paseo puso de moda las pipas calientes

El popular Kiosco de las Pipas del Paseo
El popular Kiosco de las Pipas del Paseo
Eduardo D. Vicente
11:23 • 08 mar. 2016

Era el año 1950 cuando Fernando Sánchez Sánchez traspasó el negocio de caramelos que regentaba en la Puerta de Purchena a la familia Palenzuela y decidió instalarse con otro kiosko en el corazón del Paseo. Consiguió una licencia municipal para montar su puesto cerca de la esquina con la calle Méndez Núñez, uno de los rincones más transitados por su cercanía con el Mercado Central y con el Instituto, lo que le aseguraba ganarse la fiel clientela de los estudiantes.




Fernando Sánchez mantuvo la venta de palomitas como principal motor del negocio, especializándose también en los frutos secos. En 1961, se incorporó al Kiosko su hijastro, Antonio Cara Pérez, que acababa de terminar el Servicio Militar y necesitaba el trabajo. Su colaboración fue clave para sacar al mercado el producto estrella, las pipas calientes, que además de darle fama al puesto, le cambió el nombre. Desde entonces, los almerienses lo bautizaron como el kiosco de las pipas.




Empezó utilizando un método poco seguro, calentando las pipas  en la olla de las palomitas, lo que provocaba continuas averías, hasta que se fabricó un recipiente que daba vueltas gracias a un motor,  con un fuego debajo que iba calentado las semillas.Eran tiempos de esplendor. La vida de la ciudad transitaba a diario por el Paseo. Allí estaban los mejores comercios, los bancos, los grandes cafés que sacaban las mesas a la calle y el lugar donde iban los jóvenes a pasear los domingos y a mirar los escaparates. Llegó a convertirse en una tradición, después de salir del cine y antes de regresar a casa, ir al kiosco a comprar una bolsa de pipas. “Al principio eran cucuruchos de papel que me llevaba mucho tiempo hacerlos, hasta que los fui sustituyendo por bolsas que las cerraba pasándoles los filos por la máquina de los tostones”, recuerda Antonio Cara.




Hasta de los pueblos llegaban clientes buscando los acreditados productos del kiosko de las pipas. El ritmo de venta era imparable y hubo un tiempo, en los años sesenta, en que para aprovechar la gran demanda abrían todos los días del año, menos el 18 de julio, que era de obligado descanso. No tenían días momentos de tregua. Desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche, y a veces hasta que la madrugada iba dejando vacías las calles del centro. En el recuerdo quedan muchas noches de Reyes en las que el kioskillo de las pipas echaba el cierre al Paseo.




En las tardes de invierno se formaban grandes colas ante la ventanilla del kiosco, y en los días festivos se llegaban a juntar tantos clientes que ocupaban toda la acera hasta la puerta del Bar Castilla, que estaba unos metros más arriba del actual edificio del Banco de Bilbao. Cualquier época era temporada alta para el negocio de las pipas calientes: Navidad, Semana Santa y en el mes de agosto la Feria, que empezaba en el Paseo y se derramaba por el Parque y el Puerto.




Tiempos difíciles
En el verano de 2006, a Antonio Cara le llegó la hora de jubilarse después de cuarenta y cinco años viendo pasar la vida de la ciudad  por delante de la ventanilla del kiosko. Su hijo, Francisco, fue el encargado de hacer el cambio de guardia para quedarse con el establecimiento familiar que había creado su abuelastro en 1958.




El kiosco de las pipas  sigue  siendo un lugar de culto, una referencia sentimental para varias generaciones de almerienses y un negocio que sigue dando de comer aunque los años dorados queden ya muy lejos.
 





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