Cuando éramos niños, y de eso hace ya más de cuarenta años, no sabíamos lo que era un huevo ecológico ni habíamos oido hablar del pan artesano, porque los huevos venían de las gallinas criadas en el campo sin artificios, como siempre, y el pan lo hacían todas las noches las manos de los panaderos, aquellos señores que era fácil distinguir por la calle por sus irrenunciables ojeras. Tampoco conocíamos bares que anunciaran menús de comida casera, porque no sabíamos lo que era la comida basura y las únicas hamburguesas de fábrica que habíamos visto eran las de las películas americanas.
Cuando éramos niños, cada vez que el panadero pasaba por nuestra calle con la cesta cargada de género en el portaequipajes, iba dejando un aroma que te alimentaba tanto como el pan, y que se nos colaba hasta el último rincón del alma, allí donde anidan para siempre los recuerdos imborrables.
Pepi Velasco, que también era una niña entonces, conoció el pan que olía y crujía entre las manos, y los huevos que estallaban radiantes en el aceite hirviendo, y las tortas de chicharrones que olían a pueblo. Quizá, alentada por ese recuerdo, un día, hace ya dos años, decidió adentrarse en la aventura de un negocio para intentar recuperar aquellas formas sencillas de concebir la alimentación.
En marzo de 2014, empujada también por los aprietos de la crisis económica, ella y su marido alquilaron el local más pequeño que había en la calle de las Tiendas, donde había estado durante más de medio siglo la sombrerería de Leal, y lo transformaron en un santuario donde rendir culto a los alimentos naturales, en una reserva donde fuera posible encontrar un pan hecho a mano con masa madre o unas torrijas como las que hacían nuestras abuelas cuando llegaba la Cuaresma y había que cumplir con la vigilia obligada.
“Nos quedamos sin trabajo y con el dinero que habíamos ahorrado montamos esta ‘tiendecilla’ sin saber si íbamos a aguantar mucho tiempo”, me cuenta la propietaria.
Ella es la que está al frente, detrás del mostrador, desde las ocho de la mañana a las nueve de la noche, disfrutando de los buenos tiempos de un negocio que funciona gracias a la confianza de la clientela y en unos productos diferentes. “Empecé con una idea muy clara: por qué teníamos que conformarnos con comernos el pan congelado y los dulces de fábrica que estaban por todos lados. No podía repetir ese estilo y buscando ser diferente empecé a buscar por los pueblos, allí donde todavía se elabora de forma tradicional”, asegura.
En esa búsqueda de los sabores naturales sus pasos la llevaron a Felix, donde encontró un pan de aceite hecho sin artificios; a Fines, a Taberno, a La Mojonera, donde todavía hay panaderos que le dan vida al pan con la masa madre y donde además de la barra tradicional es posible encontrar nuevos productos que exige una nueva clientela, como el pan de espelta, el de cereales, el de centeno, el de avena o el de semillas de chía, todo un lujo. “Los productos que traigo de la Mojonera están hechos en la Venta del Cosario, en un horno con doscientos años de historia detrás”, asegura la dueña de ‘La Tiendecilla’.
Todas las mañanas, Pepi Velasco coloca en la puerta de la tienda un letrero en el que va anunciando los productos de ese día: “Hoy tenemos pan de Taberno; torta de chicharrones hecha en horno de leña; pestiños de Málaga...” Dicen, los que la han probado, que la torta de chicharrones es una obra de arte, de las que dan pena hincarle el diente por temor a que se acabe, y que cuando uno la tiene delante recupera de un golpe todos los sabores de la infancia. “Procuro probar de muchos sitios distintos, no conformarme con lo primero que veo, comprar aquí y allá para después escoger lo mejor de cada lugar y ofrecérselo a la gente. Sé que la única forma de poder mantener este tipo de negocio para que sea rentable es apostar por la calidad y por la diferencia”, reconoce.
En dos años ha ido forjando una clientela fiel. Al principio fueron los trabajadores y trabajadoras de la calle de las Tiendas las que entraban a comprar lo que se les había olvidado en su tienda de confianza, pero poco a poco, cuando empezó a funcionar el boca a boca, fue ampliando su lista de parroquianos y hoy le llegan peticiones de todos los puntos de la ciudad. “Hay gente que me dice que he tenido mucha suerte, pero yo no lo creo así. La suerte es que te toque la lotería. Yo tengo que trabajar mucho todos los días para salir adelante”, asegura la propietaria.
Dice que tiene clientes que vienen expresamente a comprarle desde el Cortijo Grande, desde Ciudad Jardín, y que tiene una asidua de Campohermoso, que todos los meses, cuando viene a la capital por asuntos médicos, se lleva varios kilos de pan de espelta. Porque el pan de espelta es uno de los grandes hallazgos, el mejor recurso para todos aquellos que tienen intolerancia al trigo normal del pan.
Pepi Velasco regenta, posiblemente, una de las tiendas más pequeñas de Almería. Un templo diminuto, una reserva de los sabores antiguos donde los productos artesanos traídos de los pueblos se amontonan en las estanterías, donde es imposible encontrar un hueco. Tiene miel, polen de abeja, y hasta huevos ecológicos que ponen las gallinas que viven sueltas y que comen sin artificios en un cortijo lejano del Valle del Almanzora.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/102811/la-capilla-de-los-productos-artesanos
Temas relacionados
-
Ciudad Jardín
-
Sanitarios
-
Taberno
-
Bares
-
La Mojonera
-
Crisis económica
-
Arte
-
Cortijo Grande
-
Tiendas
-
Tal como éramos