En septiembre de 1987, cuando ellas y ellos llegaron al colegio, todavía quedaba un nutrido grupo de religiosas ejerciendo la enseñanza, que se mezclaba a diario en las aulas con los profesores jóvenes que se incorporaban al centro anunciando los nuevos tiempos.
Todavía, en 1987, las madre Encarnita, la madre Martos, la madre Verdejo y la madre Clara se encargaban de que las viejas costumbres no se perdieran y que todas las mañanas, antes de empezar el trabajo en las clases, las alumnas y los alumnos se pusieran en paz con Dios en aquellas oraciones en la capilla a las que acudía todo el colegio.
Todavía, en aquel tiempo, las monjas eran estrictas en cuestiones de disciplina, aunque detrás de un castigo o de una reprimenda siempre procuraban intercalar un gesto de cariño. Existía una cercanía entre las religiosas y el alumnado que le daba a la educación un matiz familiar.
Tampoco necesitaban ser muy duras en las labores disciplinarias, ya que entonces, la mayoría de los adolescentes que llegaban al colegio venían con unos conceptos muy claros que habían ido interiorizando en sus casas, cuando los padres y las madres imponían unos criterios más severos en cuestiones de disciplina que los que se llevan ahora.
Aquella promoción que estudió en la Compañía de María desde 1987 a 1991, conoció las antiguas formas que representaban las monjas, y los nuevos vientos que traían los profesores jóvenes que se acababan de incorporar al centro: Pedro Mena, Marisa Jurado, María Abad, Magdalena Fernández, Pepe Espinosa, María de los Ángeles García y Manolo Navarro, éste último muy recordado por los alumnos de entonces por las inolvidables excursiones nocturnas por la Sierra de Gádor con la coartada de estudiar el firmamento con el telescopio de la escuela.
Veinticinco años después de dejar la Compañía de María, se han vuelto a reunir para comprobar que siguen casi tan jóvenes como antes y que el tiempo ha ido suavizando los perfiles de tal forma que sólo han quedado en pie los buenos recuerdos. Estuvieron hablando de entonces y recordaron a la madre Martos, que para tener a las niñas y a los niños recogidos de la calle se inventó un club de recreo donde podían jugar al futbolín, al ping pong, al ajedrez y a las damas; a Jesús Carmona, el profesor de gimnasia moderno al que muchas niñas querían engañar con sus certificados médicos exagerados; y recordaron aquel viaje de estudios inolvidable de Tercero de BUP cuando estuvieron en Palma de Mallorca.
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