Oscus eran las siglas de lo que se llamaba Obra Social Cultural Sopeña, una asociación que trató de recoger el espíritu de la religiosa de Vélez Rubio Dolores Rodríguez Sopeña, para llevarle a las clases obreras la cultura que les estaba negada. En Almería, Oscus se instaló en el número tres de la calle Infanta, entre la Plaza de la Catedral y la calle Real, y durante años estuvo bajo la dirección de su presidenta, la señora Adela Pérez, viuda de Cassinello. Oscus, para la juventud de los años sesenta y setenta, fue un lugar con vocación de academia y un centro de reunión para que los jóvenes tuvieran otra salida en su tiempo libre que no fuera la barra de un bar o las pandillas callejeras que estaban expuestas a los vicios que anunciaban los nuevos tiempos.
Oscus llegó a convertirse también en un refugio donde los muchachos y las muchachas se juntaban para escuchar música en el tocadiscos del centro bajo la tutela permanente de las autoridades eclesiásticas, que aunque no influían abiertamente en el devenir diario de la asociación, siempre se notaba su presencia, aunque fuera desde la prudencia de los segundos planos.Oscus, como centro obrero de instrucción, ejerció una importante labor en su época con sus clases diarias para que trabajadores y personas sin demasiados recursos para poder estudiar, pudieran enriquecer sus conocimientos con disciplinas tan importantes entonces como la mecanografía, la contabilidad o las clases de inglés y francés. Por sus viejas máquinas de escribir, que eran viejas de verdad, pasaron cientos de adolescentes que después pudieron encontrar un trabajo gracias a los cursillos organizados por la asociación de la calle Infanta.
A Oscus íbamos también a jugar a las damas y al ajedrez o a que nos enseñaran los primeros pasos para tocar la guitarra, lo más elemental, lo suficiente para que aprendiéramos a encadenar las posturas básicas que nos hacían falta para aprendernos las cuatro canciones de moda con las que castigábamos hasta la extenuación a las niñas en las largas tardes de verano en los bancos de la Plaza de San Pedro. No había nadie más pesado que un improvisado cantautor de barrio salido precipitadamente de las clases de Oscus o de la academia que el maestro Richoly tenía en la calle de Hernán Cortés. Sin saber tocar la guitarra, sin saber cantar, sin saberse las letras de las canciones, se atrevían con todo para ganarse una porción de fama arrabalera que les permitía conseguir la atención de alguna niña reticente.
El centro contaba también con un piano, pero estaba más como un adorno que daba empaque a la sala que como instrumento musical, por lo que se acabó convirtiendo en un trasto que todo el mundo se atrevía a manipular cuando pasaba cerca. De ahí el dicho tan recurrido de “estás más tocado o más tocada que el piano de Oscus”.
A Oscus iban también las muchachas de cuatro a seis de la tarde a que les dieran clases de cocina, de labores, de corte y confección y de primeros auxilios de enfermería, y los que con vocación de actores formaron parte del cuadro artístico del centro, donde estuvieron nombres tan célebres como Pepita Porras, Manoli Porras, Loli González, José Domingo Vales, Antonio Romera, Jossé Jesús Siles, Luis M. Navarro o Antonio Medina. Oscus llegó a ser tan importante que además de un cuadro de teatro tuvo una tuna de categoría. Se formó en 1964 y fue su primer director Juan Vilches, arropado por figuras del mundo estudiantil de la época como Antonio Sánchez Almodovar y Juan Antonio Barceló Sierra, hijo del gran músico almeriense Ángel Barceló. La tuna se hizo muy famosa en la ciudad por sus serenatas nocturnas y porque estaba presente en la mayoría de los actos sociales de relevancia que se celebraban en Almería. Cuando en abril de 1973 llegó al aeropuerto el primer vuelo charter de Amsterdam, con un centenar de turistas holandeses, allí estuvo la tuna de Oscus para agasajarlos con sus pegadizas melodías.
A lo largo de una fructífera década de vida, por la tuna de Oscus pasaron personajes como Antonio Félix Ruiz, un cantante de postín, Manuel Cejudo, un maestro de la flauta o Juan Rafael Muñoz, que fue uno de los motores del grupo en los primeros años setenta, antes de convertirse en una de las figuras más conocidas en el panorama musicial de la capital por su omnipresencia.
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