El Acebuche: ajos valencianos y harina sevillana

A la cárcel provincial llegan suministros de todas partes de España para una `ciudad` donde conviven más de 1.000 habitantes

Manuel León
13:19 • 13 abr. 2016

Todos los ajos, patatas y cebollas que consuman los reclusos de El Acebuche en los próximos doce meses se criarán en las huertas del pueblo valenciano de Silla, comercializados por la empresa Frutas y Verduras Massanassa; toda la repostería y el pan que se hace en el obrador del presidio provincial, desde el que se divisa el Cabo de Gata en lontananza, se hace con harina de trigo candeal sevillano, de la empresa Molinos Harineros del Sur.


Todo en el centro penitenciario almeriense, en esa pequeña ciudad alejada de la ciudad, se compra a lo grande, para una población de 826 internos, 50 de ellos mujeres. Cuando el Acebuche compra, como la española cuando besa, compra de verdad. “Es lo que tiene este tipo de administración, todo viene reglado, mediante licitación pública”, precisa el director de la prisión, Miguel Angel Cruz, un alto funcionario de origen granadino y 57 años, que se ha adaptado con naturalidad a Almería, desde que fue nombrado en 2009, tras pasar, entre otros destinos, por el historiado penal de Ocaña.


Decenas y decenas de contratos de compra de todo tipo, desde tiritas a cordones de zapatos, desde sujetadores a azafrán, se licitan todos los años para surtir a la comunidad reclusa almeriense. Y hay una creciente competencia en precios y calidad por parte de empresas de toda España para arañar ese tipo de suministros que proporcionan a los adjudicatarios ingresos recurrentes que manan del pétreo Ministerio del Interior.




Todos los anuncios de compra se formalizan a través de la Gerencia de la Entidad Estatal de Derecho Público, Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo, una empresa pública que se encarga de que toda esa cadena de provisiones funcione como un guante, con sentido de hormiga no de cigarra.


La cocina de El Acebuche se adivina gigantesca para dar un rancho a más de un millar de comensales, entre internos y funcionarios. El engranaje debe funcionar, los 365 días del año, como un reloj suizo. Y todo depende de que los suministros vayan llegando a lo largo de los días en tiempo y forma. La mayoría de los contratos mayores se formaliza por la entidad estatal, pero hay muchas compras menores que se hacen desde la propia penitenciaría, como son los pescados o las verduras, que se chalanean en Almería, o pequeños suministros para el economato como latas de atún o aceitunas.




Más de 200 internos -que desde 1979 ya no visten trajes de rayas como en Alcatraz- trabajan en distintos servicios en la cárcel, como el propio economato, y son remunerados por ello. Las toallas, ropa de cama y lencería, llegan también en contratos estatales, pero los pantalones y camisas que se suministran a los presos que no tienen posibles, se adquiere directamente por la Administración de la prisión.


Montañas de cajas de café y de azúcar llegan a la cárcel almeriense, como los huevos, la leche o las botellas de agua mineral. La cafetería se concesiona también anualmente y el director se encuentra ahora enfrascado en la licitación para dotar de una nueva barrera para vehículos al edificio principal.




Todo está tasado en esta pequeña Jericó amurallada, con torres de vigilancia en vez de trompetas, donde vence siempre en la elección la ecuación de precio y calidad, desde la compra de calcetines, al contrato de limpieza o el transporte de los funcionarios. Y Miguel Angel debe velar porque todo cuadre.



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