A Manuel, un velezanito nacido en 1908, le cambiaron el mundo apenas siendo un niño. Creció sobre calles empedradas con horizontes de olivos y almendros y por las tardes jugaba al escondite entre esos gigantescos almiares de paja que eran la ganga del rubio cereal. A la sombra del Mahimón, aprendió las primeras letras y entre corrales de gallinas y cerdos fue mamando todo ese mundo rural que se le desapareció cuando emigró con su familia a Barcelona en los años 20. Atrás quedó el aire puro, la foto de la escuela, las correrías por el barrio del Fatín y las campanadas de la torre de la iglesia.
Todo eso recordaría Manuel Moreno Mauricio cuando sabía que iba a morir, cuando contaba las horas que le quedaban para pasar ante el pelotón de fusilamiento, sus sueños de ‘hombre de ideas’, su adhesión al comunismo, sus días perros en la guerra, sus miserias en el campo de concentración de Argèles, sus compañeros de andanzas en el pueblo almeriense que le vio nacer. Su familia, como tantas y tantas, abandonó Vélez-Rubio y fue a parar a Badalona donde aprendió el oficio de mecánico ajustador y a hablar catalán. Ingresó en el sindicato obrero de la CNT y se empapó de socialismo, de marxismo, en lecturas febriles a la luz de una vela tras la jornada en la fábrica.
Al estallar la guerra se afilió al Partido Socialista Unificado Catalán (PSUC) y lo nombraron delegado de la Generalitat en la colectivización del metal. Tenía 31 años cuando pierde la Guerra y deja Badalona, donde permanecerán su mujer y su hijo y marcha al exilio francés, donde retomó el contacto con comunista catalanes.
Una vez liberada París, se esforzó en reorganizar el PSUC y el PCE y en reagrupar a los españoles supervivientes en los campos de concentración nazis, como sus paisanos Antonio Muñoz Zamora y Joaquín Masegosa.
En 1946 es enviado por el Partido Comunista a España, de incógnito, con el nombre falso de Teo, para reorganizar la Agrupación Guerrillera de Levante, la más combativa contra el Régimen. Se alojó en una pensión de Valencia y se hacía pasar por viajante de comercio. Pero un año después fue delatado, cayó en manos de la policía y fue torturado y condenado a muerte en un Consejo de Guerra.
La ventura se le cruzó en el camino cuando en junio de ese año de 1947 llegó a España Eva Perón, quien firmó un tratado con Franco para suministrar al hambriento pueblo hermano trigo, maíz y carne congelada. A cambio, la heroína de los pobres, la princesa de los descamisados como se la conocía, gran amiga de la almeriense de Gádor, Soledad Alonso de Drysdale, quería tener un gesto de humanidad que le siguiera reportando celebridad entre las potencias democráticas europeas.
Pidió al Caudillo, con la mirada depredadora de Carmen Polo, la salvación de algunos presos políticos. Y en esa terna entró, como en el bombo de la lotería, el nombre de Manuel Moreno Mauricio, el niño velezano, el ‘hombre de ideas’ que se había ilustrado leyendo a Bakunin a la luz de un candil. Le fue conmutada la pena de muerte por la una condena de 30 años en el Penal de Burgos.
Allí, a partir de 1947, organizó una escuela clandestina. Intuía que el franquismo iba para largo y consideraba prioritaria la formación académica de los presos. Allí sufrió las penurias de una cárcel que había inaugurado Victoria Kent durante la República en una zona pantanosa. Allí, presos republicanos, homosexuales, intelectuales, más de 6.000 en total, se morían de humedad y de hambre, y allí organizaron una tupida red de resistencia clandestina, en torno al Partido Comunista, con la formación como principal premisa.
La prisión disponía de un maestro oficial de escuela, pero Moreno Mauricio consiguió que presos universitarios como médicos, abogados, ingenieros y poetas impartieran clases de álgebra, geometría, geografía y literatura en clases diarias a campesinos y analfabetos. Fundó el almeriense, en compañía de otros como Sixto Agudo o Emiliano Fábregas, lo que se denominó como ‘Universidad de Burgos’. Se celebraban exámenes con calificaciones, con nombramiento de camaradas responsables del aprovechamiento cultural en la Escuela formada por unos mil reclusos.
Hasta que ya en 1962 llegó al penal Ramón Ormazabal, un hueso duro del Partido Comunista, con aire triunfalista tras haber participado en las huelgas de ese año. Se enfrentó al velezano a quien dijo ¡aquí no hemos venido a estudiar! Ormazábal tenía prisa, creía que a Franco le quedaba un suspiro,. Era la acción frente a la reflexión de Moreno Mauricio, a quien venció y a quien retiraron del comité de la prisión.
Pasó Manuel, el comunista ilustrado de Vélez Rubio, el operario que siempre quiso aprender, los últimos meses en la cárcel transcribiendo, con afán enciclopédico, con letra menuda, la obra de Vicens Vives. Salió de la cárcel tras 17 años y falleció en 1983, olvidado por casi todos, cuando los aires de libertad, por los que tanto luchó, se habían asentado ya en un país que ya no se parecía al suyo.
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