La madre de Andrés Seija, Colombia Tenorio, permanece desaparecida en Ecuador tras el terremoto que el pasado sábado segó la vida de al menos 525 personas. Andrés vive en Almería, y solo ha conseguido hablar por teléfono con un sobrino: ayer no había podido localizar aún al resto de su familia, tampoco a su madre, incomunicada en la región ecuatoriana de Esmeraldas, epicentro del seísmo.
“Mi sobrino me ha dicho que la parte trasera de la casa de mi madre se ha venido abajo, con todas sus pertenencias”, relató Andrés ayer a este periódico. Sabe que ha perdido el hogar de su infancia, pero de su madre de 67 años, Colombia, no sabía todavía nada. Y aunque Andrés muestra entereza en su discurso, de pronto se hizo el silencio.
Andrés preside la Asociación de Ecuatorianos Residentes en Almería. En la provincia viven aproximadamente 6.000 ecuatorianos, según el último censo. Su relato es el ejemplo del devastador efecto de un terremoto en un mundo que ha empequeñecido durante este tiempo global: cuando la tierra tiembla y se abre en dos, las consecuencias viajan a miles de kilómetros hacia las carnes de familiares y conocidos que viven lejos de sus países de origen.
Ese viaje, pero a la inversa, es el que ha vivido la familia de Jesica Vargas Cara, una joven de 26 años de Vícar que vive y trabaja como ingeniera en Quito junto a su novio. Nunca olvidará el terremoto del sábado, ni la rélplica de este martes. “Al principio fue un temblor breve, pero en unos segundos aumentó su intensidad y duró unos dos minutos que a mí se me hicieron eternos”, relató ayer a este periódico desde su piso en la Carolina, en la zona norte de la capital ecuatoriana.
“Se balanceaba todo el edificio donde vivimos, que es una segunda planta, saltó la alarma de emergencia y entonces bajamos a la calle”, recuerda la joven de Vícar que vive en Quito desde hace tres años. “Fue horrible, pasamos mucho miedo porque no sabíamos qué hacer durante durante el temblor”, explica. Junto a una “asustada” población ecuatoriana, Jesica todavía recuerda la réplica de antes de ayer: “Me desperté porque se movía la cama y por el ruido del crujir de las ventanas”.
Cuando la tierra tembló en Esmeraldas, “nadie se imaginaba en Quito que el terremoto fuese a ser tan grave. En la televisión hablaban de una magnitud de 6 grados”, recuerda Jesica, aunque ella asimiló esa información con el escepticismo de una almeriense que ya ha vivido temblores en su provincia. “En enero sentí los terremotos que hubo en Almería y no había comparación; el de Quito había sido mucho más intenso”, explica.
“Escribí a mi familia”
En la capital ecuatoriana no se fue la luz y la conexión a Internet seguía intacta. “Rápidamente escribí a mi familia por WhatsApp para decirles que todo estaba bien en Quito, y también escribí a mis conocidos en Facebook. Aun así, mis padres seguían muy asustados”, reconoce Jesica.
Los temblores del terremoto han llegado también en forma de preocupación a otros ecuatorianos que residen en la provincia. Como Mario Vázquez, que trabaja en la oficina de atención al inmigrante de Vera, localidad en la que viven unos 600 compatriotas suyos. “Tres de ellos han tenido que salir de urgencia hacia Manabí porque su familia se ha visto afectada por el terremoto”, explica. O como el joven doctor Juan José Macancela, ecuatoriano que trabaja en Torrecárdenas. “Desde la distancia se vive diferente; estaba despierto y viví las reacciones de mi familia a través del Whatsapp, hasta que no hablé con mi madre no me quedé tranquilo”, explica.
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