En enero de 1889, una comisión compuesta por un grupo de labradores, en representación de los vecinos de la barriada de Los Molinos y el paraje del Ingenio, se quejó ante las autoridades municipales de los graves perjuicios que para la educación de sus hijos representaba la desaparición de la escuela pública del barrio que había venido funcionando desde 1875. Las escuelas de enseñanza primaria más cercanas estaban entonces en la Cañada y en el Barrio Alto, demasiado alejadas para que los vecinos de Los Molinos de Viento pudieran mandar todos los días a sus hijos menores. En aquella época, aunque la distancia no era excesiva, ir de Los Molinos hasta el Barrio Alto era como hacer un viaje porque había que atravesar caminos de tierra y lugares solitarios donde por las tardes se echaba la noche antes de tiempo debido a la falta de alumbrado público. Tres años después, en 1892, el problema de los vecinos de Los Molinos empezó a ver la luz cuando se proyectó la construcción de las escuelas públicas para niños y niñas junto a las casas de una barriada, la de la Misericordia, que estaba entonces en construcción. El nuevo barrio se estaba levantando con la iniciativa de la prensa asociada de Madrid, que tras la trágica inundación del once de septiembre de 1891 se volcó en la recaudación de fondos para ayudar a los más desfavorecidos por la riada.
Se levantaron veinticuatro casas y una capilla sobre los terrenos que había cedido la señora María Jover, viuda del Marqués de Cabra. La construcción de la nueva barriada impulsó la iniciativa de las escuelas, que se pusieron en marcha en 1893, fecha que quedó grabada en la fachada principal del edificio. La inauguración del colegio coincidió con la consagración de la nueva ermita de San Antonio, que completaba la nueva manzana que impulsó la vida de Los Molinos de Viento en aquellos años finales del siglo diecinueve.
La apertura de las escuelas de niños y niñas garantizó la educación primaria para muchas familias que pudieron sacar a sus hijos del analfabetismo característico de la época. En el primer curso se matricularon ciento ocho alumnos con una media de asistencia diaria de entre ocho y noventa. La masificación de las aulas fue uno de los problemas del colegio desde su puesta en funcionamiento. Faltaba material y faltaban bancas, por lo que eran muchos los discípulos que tenían que asistir a las enseñanzas de pie y sentados en los pasillos.En los primeros años de existencia de las escuelas fue muy importante la labor realizada por el maestro don Francisco del Águila Sánchez, que enseñó a leer y a escribir a varias generaciones de niños del barrio. En 1894, un periodista del diario La Crónica Meridional visitó las escuelas de Los Molinos para comprobar su funcionamiento. Al día siguiente escribió destacando la labor del citado maestro, responsable de la escuela de niños. Acababa su artículo diciendo: “De la escuela de niñas no podemos decir nada, porque al entrar en el vestíbulo vimos que la maestra estaba durmiendo sobre un sillón y no seguimos adelante por miedo a despertarla”.
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