Pertenecía a esa especie de aficionados que hacen del fútbol su filosofía de vida y que entregan los mejores años de su vida a batallar en las categorías modestas sin otra recompensa que sacar adelante un club a fuerza de sacrificio. La historia nos ha contado muchas veces que Matías Pérez Fernández fue el fundador del Hispania, que lo hizo en 1954 acompañado de su amigo y colaborar José García Ruiz, ‘Pepe Lápiz’, aunque la realidad es otra. En Almería ya se había puesto en marcha un equipo con el nombre de Hispania mucho antes, tan sólo unos meses después de terminar la guerra civil. Con ese nombre sobrevivió durante años aguantando los temporales de la época más dura de la posguerra, desapareciendo y volviendo a renacer de sus cenizas, siempre ligado al fútbol de barrio que se jugaba en los campos de Ciudad Jardín y en el de los Arcos, debajo del puente que iba de la estación de ferrocarril hasta el cargadero de la playa de San Miguel.
Fue en 1954 cuando Matías Pérez reorganizó el Hispania a través de un equipo que empezó a competir en categoría infantil en la temporada siguiente, y donde estaban jugadores que ya forman parte de la mitología futbolística de la ciudad: Segura Madrid, Leal, Sola, Jesús, Juan López, Ángel, Mauri, Orts, Martínez, Baci, Castilla, Joaquín, Benavides, José Luis y Jover.
El gran mérito de Matías Pérez fue que rescató el Hispania y lo fue integrando de tal forma en la ciudad que desde entonces formó parte de la historia de nuestro fútbol, no por los títulos que consiguiera, sino por la oportunidad que le dio a cientos de jóvenes de poder practicar al deporte de la manera más digna posible. Matías Pérez organizó un club de verdad, sin apenas medios, tocando en una puerta y en otra, sacando un duro donde no lo había para que los niños pudieran tener sus equipaciones. No era un presidente de despachos, sino un luchador con las manos manchadas de la cal con la que tantas veces pintó las líneas del terreno de juego. Su puesto estaba en la banda, pendiente en todo momento de que la organización fuera perfecta, que se cumplieran los horarios, que los árbitros fueran respetados, que a los niños no les faltara un bocadillo y un refresco después de cada partido.
A finales de los años sesenta, el fútbol modesto almeriense latía con el pulso de Matías Pérez, que parecía omnipresente. Destacaba por su capacidad de trabajo, por su pasión por el fútbol, pero también por su lealtad y por su bondad en estado puro. La última fotografía que se hizo en un partido de fútbol fue el 26 de agosto de 1972, con motivo del trofeo infantil Virgen del Mar que organizó el ayuntamiento bajo la tutela del propio Matías Pérez. En aquel último retrato, aparece entregando un trofeo a un jugador del Valdivia infantil.
Unas semanas después, cuando regresaba de la procesión del Cristo de Dalías, el coche en el que iba de copiloto sufrió un accidente en la carretera nacional 340. Su muerte puso un luto eterno en el fútbol almeriense, que todavía recuerda a aquel personaje incombustible que se tomó el fútbol como la gran pasión de su vida.
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