El Camino Romano nace y muere en los cerrillos de La Chanca desde que las obras de la Autovía lo cortaron en dos. En otro tiempo fue un camino de ida y vuelta que comunicaba Almería con el Poniente y se adentraba por las sendas imposibles de la Sierra de Gádor hasta llegar a los pueblos más recónditos. Hoy sería imposible recuperar aquellos recorridos lejanos, pero sí al menos un trecho, el menos dañado, el que más se acerca a la ciudad y a los acantilados del Cañarete.
Hace una década ese era el objetivo de la Consejería de Obras Públicas, que había planteado la posibilidad de convertir el primer tramo que va desde Pescadería a las antiguas canteras de la zona de Bayana en un mirador espectacular. La idea era aprovechar las impresionantes vistas que ofrecía el entorno. Desde sus laderas se puede disfrutar de las bellezas y las miserias de la ciudad desde los muros de La Alcazaba hasta el puerto y ver a lo lejos, entre la bruma, los perfiles del Cabo de Gata derramándose sobre el mar, o si empieza a caer la noche, las luces de los coches alejándose en caravana por el Cañarete.
A principios del siglo veinte las gentes llegaban desde los pueblos de la Sierra de Gádor hasta la capital por sus angostas veredas. Venían a pie o en mula y hubo un caso, el de Valeriano Baeza, médico de Félix, que lo hizo en una camilla. Sucedió en 1909 cuando debido a un accidente el doctor se dañó la médula. Entre un grupo de hombres del pueblo lo acomodaron en la camilla que él tenía en su consulta y lo trajeron a la ciudad por el Camino Romano en un peregrinaje que duró más de cinco horas. Por aquellos montes pasaban también los animales con los serones cargados de hielo desde las cimas de los montes hasta el puerto pesquero. De lo que fue, hoy sólo quedan las ruinas de las factorías de fundición con sus chimeneas, algunas cuevas deshabitadas y un grupo de viviendas amenazadas por los movimientos de piedras del cerro.
Hace treinta años, la caída de rocas obligó a desalojar la Colonia Morato donde vivían familias de pescadores. Aquel barrio, construido en los años sesenta, fue un intento fallido de viviendas sociales, una medida a la ligera para realojar a las familias más necesitadas de la barriada en una colonia de casas baratas que se fueron levantando de forma escalonada sobre una ladera de rellano.
El lugar no reunía las condiciones imprescindibles para poder construir las casas con unos cimientos apropiados debido a la amenaza que suponía el riesgo permanente de desprendimientos. Si llovía con fuerza el agua que bajaba en cascada por el cerro iba minando los muros de los edificios y así fue erosionando los débiles soportes de la colonia de Morato hasta que las autoridades decidieron clausurarla. Además, una roca de nueve toneladas amenazaba con desprenderse sobre las cabezas de los vecinos, por lo que el barrio fue desalojado en 1988. Las familias fueron realojadas en el barrio de Nueva Andalucía y en 1992 las excavadoras empezaron a derribar aquel grupo de viviendas en peligro que habían ocupado un balcón privilegiado frente a la bahía.
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