El laberíntico diseño de módulos, patios y galerías del centro penitenciario El Acebuche esconde un taller oscuro y ruidoso. Los vapores de la cabina de pintura golpean la nariz desde la misma puerta de acceso y, en el fondo, los sonidos se confunden en los roces del metal y los motores de las herramientas.
El taller dibuja sobre la planta en forma de T un circuito acompasado donde los internos, reclusos y trabajadores libres al mismo tiempo, cumplen con las estaciones de la cadena de montaje con una evidente disciplina. Soldaduras, pulido, sellado, pintura, prueba de calidad... Y al final, las ventanas blancas de gruesos barrotes apiladas para su embalaje.
Esta fábrica de metálica pertenece a los llamados talleres productivos de El Acebuche, gestionados por la entidad estatal de Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo, adscrita al Ministerio del Interior a través de Instituciones Penitenciarias. “La actividad laboral constituye un elemento fundamental en la reeducación de los internos”, subraya Miguel Ángel de la Cruz, director de la prisión de Almería. “Los talleres permiten a la entidad estatal, a través de los centros penitenciarios, cumplir con dos objetivos: el trabajo y la formación de los internos”, añade.
La gestión es parecida a una empresa convencional, si bien la sede está en el interior de una cárcel y la mano de obra cumple condena por algún delito. El servicio de metálica de El Acebuche, por ejemplo, concurre al mercado como cualquier otra sociedad especializada en este campo. Presenta su propuesta con calidades, precios y plazos de entrega con la esperan de ganar los contratos.
“Estas piezas pertenecen a un pedido de 910 ventanas que irán para las celdas de una cárcel de Punta Rieles, en Montevideo (Uruguay)”, explica el maestro del taller. “Ya hemos entregado un primer lote de ventanas y esperamos terminar en dos meses”. El maestro sonríe ante las suspicacias: ¿Reclusos que construyen las barrotes de otros reclusos? “No hay ningún problema, revisamos las ventanas y además cumplen con unos requisitos porque luego se ensamblan en las celdas, según unas medidas”, expone.
Los aspirantes
En el taller trabajan 16 internos de El Acebuche y sólo un empleado externo, el propio maestro. En sus credenciales están bancos, ventanas y puertas de otros centros penitenciarios del país, gracias a una cadena de producción constantemente alimentada de nuevos proyectos. De este modo, los reclusos consiguen acceder al mercado laboral desde los propios muros de la cárcel de Almería.
Los reos cotizan sin diferencias con un ciudadano en libertad y cuentan con un sueldo. Además, se forman en un oficio, perfeccionan sus habilidades y rompen con la temida rutina del presidiario sin expectativas. “Aquí se sienten útiles, tienen una nómina y ven este taller como un privilegio”, matiza el maestro.
No faltan los aspirantes a entrar en esta pequeña familia de artesanos. La prisión hace una selección entre los candidatos, según su clasificación y su comportamiento. Luego realizan su propio casting de habilidades y se incorporan a la escuela-taller. El proyecto es, a la vez, medio y objetivo. Tiene una clara función reeducadora, pero requiere de cualidades para cumplir con las exigencias de una empresa, aunque ésta dependa de Instituciones Penitenciarias.
Según detalla Miguel Ángel de la Cruz, El Acebuche cuenta con proyectos similares de panadería, carpintería, solados y revestimientos, gestión de residuos y producción hortícola, entre otros. El director del centro es también el delegado o enlace de la entidad estatal de Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo en la prisión de Almería.
Educación y producto
La mano de obra está compuesta por internos que voluntariamente acceden a un empleo intramuros. El producto, en cambio, puede venderse en el exterior (por ejemplo, en carpintería o metálica) o en el interior (la panadería o la cocina). En cualquier caso, el sistema mantiene las características de una empresa convencional.
Tiene, eso sí, un fin distinto a la obtención de beneficios y su foco se sitúa sobre el tratamiento de los internos a través de la formación profesional e independencia económica de los reos. Esto tiene unas consecuencias directas, por ejemplo, en el apoyo a las economías familiares.
Según establece la Ley General Penitenciaria, “el trabajo será considerado como un derecho y como un deber del interno”, se facilitará por parte del Estado, pero “no se supeditará al logro de intereses económicos por parte de la Administración”.
Miguel de la Cruz, director de El Acebuche, asegura que el funcionamiento de estos programas es exitoso, tanto por el efecto positivo sobre la reeducación de los presos como en el resultado de los productos. De este modo, el centro penitenciario al norte de Retamar puede afrontar proyectos de gran envergadura como las piezas de la mencionada cárcel uruguaya.
Además, el director apunta a la colaboración que desarrollan instituciones como la Obra Social La Caixa para la formación profesional de los internos en proyectos periódicos. Una filosofía de trabajo. Una meta. La reinserción. Un lugar donde el sonido del martillo sobre el metal rompe las paredes del oscuro taller de El Acebuche y coloca el esfuerzo de los internos en un mundo más allá de los muros de la prisión.
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