Al pasar el badén de la Rambla uno tenía la impresión de volver atrás, de reencontrarse con la esencia de la ciudad, como si el tiempo se hubiera ido deteniendo en las puertas de las casas de toda esa gente que seguía manteniendo los viejos códigos de supervivencia y de entender la vida. El badén era camino de paso y también un lugar de encuentro donde jugaban los niños a la pelota, se instalaban los vendedores ambulantes y los circos que llegaban para la Feria. Allí empezó, a comienzos del siglo pasado, el primero de los Chirivía, la familia que durante más de cincuenta años hacía los garbanzos tostaos con un bidón y una escoba de esparto. Hoy siguen en el mismo sitio, pero en vez de un humilde puesto, regentan un espléndido quiosco de tapas.
La historia del negocio comenzó cuando la bisabuela de José Mullor Rodríguez, el propietario actual del ‘chiringuito’, recorría las calles del centro vendiendo garbanzos y chufas con una carretilla de madera. Eso sí que era venta ambulante: de la Rambla se iba por las mañanas a la puerta de la Plaza donde estaba la vida de Almería y se podía vender mejor la mercancía. Por las tardes, a la hora de los trenes, a la puerta de la Estación, y en verano a las inmediaciones del Balneario Diana, donde siempre se hacía muy buena venta con los bañistas y con los almerienses que iban a aquella playa a ver atardecer. Con el tiempo, los Chirivía ahorraron para invertir en un carrillo mayor que se ubicó en el mismo badén de la Rambla. Como en aquella zona solían parar las camionetas que venían de los pueblos, la rentabilidad del puesto estaba asegurada.
En 1958 fue el padre de José Mullor el que le dio un nuevo impulso al negocio instalando el primer quiosco estable, levantado con cuatro paredes de madera. Para adaptarse a los nuevos tiempos, el quiosco se convirtió también en un bar. Siguió explotando la venta de los frutos secos, pero empezó a servir chatos de vino con cacahuetes de tapa. Fue en 1970, coincidiendo con el nuevo alumbrado de la zona, cuando los Chirivía reformaron de nuevo el negocio y ya en 1999, con las obras de la nueva Rambla, llegó el salto definitivo y la ubicación actual. Por mayo, el badén se vestía de fiesta para celebrar a San José Artesano. En la plaza de la iglesia se levantaba una cruz con flores y se hacían verbenas populares a las que acudían las muchachas del barrio para lucir sus vestidos nuevos. Había castillo de fuegos artificiales y una Misa especial con sermón del reverendo don Manuel Sánchez Segovia.
Cuando echaron abajo el viejo edificio y en los años setenta construyeron el actual templo, desapareció la plaza y los niños se quedaron sin ese anchurón donde podían jugar a salvo de los coches y de los sustos de la Rambla.
En 1969 el ayuntamiento aprobó la pavimentación de los badenes de las Ramblas de Belén e Iniesta que enlazaban la calle de Murcia con la calle Real del Barrio Alto. Había que adaptar el lugar a los nuevos tiempos, por lo que toda esta zona de tierra se convirtió en un par de meses en una avenida de alquitrán para que pudieran circular los coches.
El viejo badén de tierra desapareció y la zona se fue transformando. Nueva iglesia, un nuevo badén y ningún plan decente de reforma para el Barrio Alto, que se fue quedando atrás hasta morir en el abandono. Muchas familias dejaron sus casas de toda la vida y se marcharon a los nuevas zonas de ensanche en busca de las comodidades que no pudieron encontrar en su barrio.
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