El tiempo de los ejercicios espirituales fue languideciendo y a comienzos de los años setenta cada vez era más difícil encontrar a un grupo de jóvenes que no estuvieran ligados a un colegio religioso, dispuestos a pasar unos días de retiro en el nombre de Dios. Los ejercicios espirituales se convirtieron en una tradición casi obligatoria en las familias católicas a lo largo de la década de los años cincuenta, cuando la religiosidad se entendía como una evaluación continua y una puesta en común que había que afrontar todos los años, no sólo acudiendo a misa los domingos o participando en las procesiones, sino también formando parte de aquellas jornadas de retiro donde los hombres, las mujeres y los adolescentes recibían las últimas consignas de la Iglesia y se reencontraban con Dios a través de los rezos, las charlas, la oración, el silencio y la soledad.
En 1972, cuando los tiempos empezaban a cambiar y la religiosidad empezaba a perder actualidad entre los jóvenes, todavía se organizaban jornadas de reflexión en ese retiro bucólico que era la Casa de Espiritualidad de Aguadulce, cuando todavía era posible encontrar algo de espiritualidad en aquel rincón del Poniente. La Cuaresma ponía en marcha un calendario intenso, cargado de celebraciones dentro de lo que se llamaba ‘Plan General de Ejercicios y Conferencias Cuaresmales’. La primera semana, la casa de Aguadulce se llenaba de niños, que recibían las instrucciones morales de los sacerdotes y pasaban unos días conviviendo con la naturaleza, que como se decía entonces, era el reino de Dios. Entre juegos y lecciones de urbanidad, siempre había un resquicio para que el cura les colocara el sermón más oportuno, el que mejor convenía en cada momento.
Cuando terminaban los niños, empezaban los ejercicios espirituales para las mujeres, que eran mucho más profundos y complicados, pues no era fácil en aquella sociedad que empezaba a abrirse a Europa a pasos agigantados y a conocer sus libertades, decirle a las muchachas que tenían que seguir el camino de sus madres para ser mujeres como Dios manda. Había ejercicios espirituales para padres de familia y también para novios que estaban a punto de casarse, y que necesitaban los consejos de los sacerdotes para que pudieran llevar una vida marital sana, arraigada en la espiritualidad y volcada hacia la familia.
Había ejercicios para maestros, que pretendían asegurarse la continuidad de la Religión dentro de las aulas en una época donde había dejado de ser una asignatura para convertirse en una molestia para los alumnos. Y había ejercicios para los adolescentes en régimen de internado, donde acudían los grupos de jóvenes para que los sacerdotes los pusieran en paz. Allí acudían arropados con las guitarras cuando se puso de moda ponerle letra de Iglesia a la música de Bob Dylan. Allí iban dispuestos a escuchar los consejos del prelado, a convivir como cristianos aunque sólo fuera durante cuatro o cinco días, sabiendo que después, cuando volvieran a sus casas, difícilmente iban a volver a escuchar una misa completa.
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