El carrillo junto al kiosco de Amalia

Lo regentaba Pepe el cojo y llevaba el eslogan "Almería, donde el sol pasa el invierno"

El histórico carrillo de Pepe "el cojo", pegado siempre al kiosco de Amalia.
El histórico carrillo de Pepe "el cojo", pegado siempre al kiosco de Amalia.
Eduardo D. Vicente
17:57 • 13 may. 2016

Tenía los ojos oscuros y pequeños y llevaba un poso de tristeza temblando en  la mirada. La cara redonda, la frente ancha y un bigote a lo Clark Gable que le daba un aire romántico y decadente que gustaba a las mujeres.
Con la pierna izquierda cortada por el fémur, parecía un héroe de guerra de los que venían mutilados del frente. Pero no había sido un disparo, la desgracia no se le había cruzado en el fragor de ninguna batalla, sino en una escaramuza infantil, mientras hipnotizaba pulpos junto a la escalinata del Puerto.

Desde los doce años, José Fernández Padilla fue Pepe ‘el cojo', cuando una grúa del puerto se cruzó en su destino en el otoño de 1946 y lo dejó sin pierna. Tuvo que madurar deprisa y agudizar el ingenio para sobrevivir. A los dieciséis años ya se ganaba el sueldo vendiendo tabaco con una mesa ambulante que instalaba ante la farmacia de la Puerta de Purchena. Como el negocio era clandestino, tenía que estar alerta por si aparecía la pareja de la Guardia Civil, que no tardaba en requisarle la talega con el tabaco y de encerrarlo una noche en el cuartelillo. Así, vendiendo a hurtadillas, saliendo ileso de las escaramuzas cotidianas de la miseria, esquivando la vigilancia constante de la autoridad, aguantó hasta que por fin, el Ayuntamiento le concedió un carrillo de madera para la venta ambulante y le dio la correspondiente licencia. Empezó despachando periódicos, pistols de plásticos, golosinas y frutos secos, aunque bajo cuerda, Pepe siguió con su negocio del tabaco.





A mediados de la década de los cincuenta, instaló el carrillo a espaldas del quiosco Amalia. Era un sitio muy transitado y pronto se hizo de su propia clientela. La suerte empezaba a sonreirle. Ganaba lo suficiente para mantener a su madre y se ganaba un dinero extra vendiendo condones de tapadillo. La contraseña era: “Pepe. dame una caja de globitos pa estudiar”, y entonces ‘el cojo’ sacaba de una bolsa escondida en el último cajón uno de aquellos preservativos primitivos fabricados con goma ancha como las cámaras de las ruedas de las bicicletas. Era más cómodo comprárselos a él, si había confianza, que entrar en una farmacia y pasar un mal rato delante de un mancebo desconocido y del cliente de turno. El empujón definitivo que le ayudó a ganar un sueldo importante y a vivir con comodidad, le llegó en 1965, cuando salió una normativa de la Organización Nacional de Ciegos, según la cual se admitía el ingreso de tres personas que demostraran tener alguna mutilación. Desde ese momento, comenzó a vender cupones, los populares ‘iguales’ de la ONCE, y a progresar.

Fueron años de bonanza. El carrillo de Pepe se convirtió en un lugar de encuentro. Pasó a formar parte del paisaje de la plaza como el quiosco Amalia, la parada de taxis, el despacho de lotería del Gato Negro o Rafael el limpiabotas, que instalaba su banco en la acera. Era habitual que alrededor del chiringuito se formaran todos los días  improvisadas tertulias de toros y de fútbol. Pepe era un defensor a ultranza del Cordobés, con el que se hizo una foto en unas de las veces que vino a torear a Almería. Un día, dejamos de ver el carrillo con aquel eslogan de ‘Almería, donde el sol pasa el invierno’, y a Pepe sentado en su taburete de madera lleno de cojines, y a la muleta de madera que apoyaba en el quiosco. Porque él siempre utilizó la muleta y se negó a ponerse una prótesis en la pierna. Asumió ser Pepe ‘el cojo’, sin disimulos ni artificios. Se jubiló y al poco tiempo cayó enfermo, acuciado por una diabetes. Tal vez, las cajas de pasteles de la Colmena y la Dulce Alianza, que él devoraba en sus años de plenitud, terminaron por pasarle factura.
Murió con 71 años, en una residencia de la tercera edad donde se fue a buscar el calor que le faltó desde que perdió a su madre.




 









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