La odisea del capitán Kindelán en Garrucha

El militar que designó Generalísimo a Franco en 1936, a punto estuvo de morir ahogado en un accidente en globo

Kindelán,  el más alto,  en Garrucha, junto al comerciante Simón Fuentes y otras autoridades
Kindelán, el más alto, en Garrucha, junto al comerciante Simón Fuentes y otras autoridades
Manuel León
17:53 • 14 may. 2016

El hombre que, bajo unos encinares salmantinos, designó a Franco como Jefe Supremo del Bando Nacional, el 21 de septiembre de 1936, cuando la sangre ya corría por las calles de este país, pudo hacerlo porque volvió a nacer 27 años antes, en una  desnuda playa del Levante almeriense. 




Nada hubiera sido igual en la historia de España, si un vaporcito inglés, que iba camino del fondeadero de La Garrucha, a cargar mineral de hierro, no hubiera salvado de las aguas, como a un Moisés, al náufrago Alfredo Kindelán Duany, el  mismo militar que en esa tarde aciaga, compartiendo bufete  y cuartillas con Mola, Queipo, Orgaz, Dávila y Saliquet, señaló con el índice al gallego como el mejor candidato para ganar una guerra entre hermanos.




La raíz de esta historia milagrosa, protagonizada por este  militar del Ejército del Aire -nacido en Cuba en 1879, hijo de un héroe de Filipinas y con antepasados irlandeses que llegaron a España huyendo de las guerra confederadas de Cronwell contra los católicos- arranca en una cama infantil donde el personaje, mientras vence a la escarlatina, va devorando toda la colección de Julio Verne. Ahí se le enciende el ánimo aventurero, leyendo esos episodios novelescos por tierra, mar y aire.




Kindelán, que había elegido la carrera militar, se convirtió desde joven en un pionero de la aeronáutica española, en un apasionado de los primeros artefactos descomunales que surcaron el cielo ibérico. Primero, a bordo de globos aerostáticos y dirigibles y después, comprando para el Ejército español los primeros aeroplanos que batallaron en la Guerra de África. 




En 1901, cuando ya era teniente de ingenieros, se hizo piloto de globo libre y junto a Pedro Vives creó el Real Aeroclub de España. En 1905 llegó a Setubal desde Madrid, a bordo del globo Alfonso XIII, tras 500 kilómetros de travesía sin escalas y batiendo el récord de la época. Su afición por volar, por los paisajes a vista de pájaro, por elevarse a los cielos como Icaro, no tenía límite y participaba en todos los desafíos aéreos que surgían en cualquier rincón de España.




Como el de esa tarde del 24 de julio de 1907 en Valencia, cuando contaba con 28 años y se inscribió en el concurso aerostático con su globo María Teresa. Había comprado una ligera merienda en una confitería de la ciudad, se había embutido el traje de piloto y fue ascendiendo por los aires en la barquilla, mientras una muchedumbre agolpada en un llano miraba las maniobras con ojos asombrados, protegiéndose del sol con sombrillas o con la palma de la mano haciendo de visera.




Eran las seis de la tarde y una hora después sobrevolaba el pueblo de Catarroja. Cuando estaba encima de la Albufera se desencadenó una tormenta y se vio obligado a arrojar sacos de lastre. El fuerte viento zarandeaba la nave de un lado para otro como una pluma. El concurso puntuaba por distancia recorrida  y Kindelán no quiso abandonar. Las rachas de viento lo empujaban mar adentro y descendió para echar el ancla, pero no tocó fondo al estar alejado de la costa.




Había pasado ya la media noche, pudo abandonar el globo y nadar hacia la costa, pero no quiso dejar el aparato a la deriva. Fue impulsado a gran velocidad hacia las islas Baleares y fue avistado por el vapor Goya cuyo capitán arrió un bote para salvarlo pero Kindelán no quiso tampoco entonces abandonar el María Teresa. 


Le sorprendió un eclipse de luna y tras remontar nuevamente vuelo, con las luces del alba, fue impulsado a capas más altas, hasta que de nuevo el viento cambió, el cielo se nubló y comenzó a caer en picado. Fue soltando enseres de a bordo, vituallas, ancla, aparatos de observación e hizo un hato con los útiles más necesario: un reloj, una bocina, una brújula, un cortaplumas, y una botellita de coñac, que se ató a los calzoncillos junto al salvavidas.  Allí estaba Kindelán, solo, en medio del Mediterráneo, a merced de las olas y de los escualos, sufriendo desvaríos, porque el sol le caía ya a plomo, y empezó a bracear, abandonando a  su suerte su querido aerostato entre el oleaje. Hasta que se obró el milagro y fue advertido el aparato por el West Point que lo rescató de las aguas medio moribundo, tras casi 24 horas a la deriva, sin ningún alimento.


Para esas fechas, los periódicos de todas España informaban del infortunio y de que se temía la peor suerte para ese campeón aeronáutico, que era ya muy popular en todo el país. Por eso, cuando el vapor  lo desembarcó en Garrucha y fue identificado, lo recibieron como a un héroe.


Se hopedó en casa del rico comerciante Simón Fuentes que le compró traje y sombrero nuevo y dio un banquete en su honor en su casa junto a la ermita. Después fue a narrar su odisea en el Casino del pueblo, entre habanos y copas de licor, siendo aplaudido por su arrojo. El suceso puso el nombre de Garrucha en todos los periódicos de la época y al día siguiente partió en carruaje, conducido por el alcalde Pedro Berruezo, rumbo a la Estación de Huércal-Overa para llegar sano y salvo a Madrid.



Temas relacionados

para ti

en destaque