Julio Rodríguez o cuando da igual Almería que Badajoz

La duda es si sabrá el general transmitir a los secretarios de Estado cómo huele y cómo respira Almería

DESDE LA IZQUIERDA, Juan de Dios Ramírez Heredia,  José Martínez Azorín, David Bravo y Rafael Hernando.
DESDE LA IZQUIERDA, Juan de Dios Ramírez Heredia, José Martínez Azorín, David Bravo y Rafael Hernando.
Manuel León
01:00 • 17 may. 2016

El doctor Juan Megino vino de la provincia de Jaén, a ganarse el jornal. Igual que Eduardo Baamonde, el nuevo presidente de Cajamar, de Lugo. De venir a ganarse la vida a esta provincia son o han sido también el sindicalista Javier Ayestarán, el futbolista Corona y el escritor Orejudo, por poner solo un repóquer de ejemplos. Como el obispo de esta Diócesis o Juan Antonio Petit, que trajo aires nuevos a la comercialización hortícola o Sor Rosario Vidaurre, una vasca que enseñó álgebra durante cuarenta años a cientos de niños en el Colegio El Milagro. Y Pepe Rodríguez Ros, el dueño del Almejero de Garrucha, donde se come el mejor pescado del mundo, que llegó de Cartagena, y el actor Eduardo Fajardo, que vino para quedarse y que sigue pasando por encima de su estrella en el Paseo de la Fama, ahora en una silla de ruedas. Siempre ha habido y habrá gente a la que la providencia o la querencia voluntaria los pone en este mapa nuestro y terminan convirtiéndose en hijos de San Indalecio.




En la política, en el cunerismo, por el contrario, no hay elección que valga, ni predisposición a venir, se trata más bien de una especie de sorteo de quintos en el que Almería es una bola más en el bombo para esos políticos de reemplazo.  En Almería fueron históricos cuneros el plumilla Azorín, el jurista Luis Silvela, el masón Augusto Barcia y Carlos Frontaura, un gran gobernador civil del XIX. También Carlos Navarro Rodrigo, un alicantino, que se rompió el alma por Almería y laboró por la provincia más que muchos almerienses, y otros como Vivar Téllez,  el que siempre estaba ‘girando visita’, que vino de Málaga, o el guaperas Juan De Dios Ramírez Heredia, que en las campañas de la transición llenaba los cines de mujeres, o más recientemente Cristina Narbona o Rafael Hernando, bautizado como el niño de La Alcarria.




Meritocracia
Cunero, lo que es cunero laboral, maqueto, forastero, acogido, asimilado, puede ser hasta el farmacéutico o el tendero de la esquina que le vende a usted el  pan que comen sus hijos. No se es más almeriense por haber nacido aquí, si no se demuestra con hechos y condición. Más mérito tiene haber nacido en Lugo o en Logroño y elegir Almería para vivir, y terminar identificándose más con ella que con la tierra natal de uno: se es de donde se pace.




El mundo está lleno de almerienses que echaron raíces en otros lugares, que nunca más volvieron, y, cómo no, también a la recíproca. Almería ha sido siempre, es verdad, territorio fácil de conquistar, desde la Gloriosa Revolución, para nombrar a dedo, desde Madrid, a nuestros diputados de distrito. Tanto liberales como conservadores lo hicieron, y abusaron de ello, ninguneando a políticos locales –quizá más válidos- con la complacencia de los caciques de turno: ya se sabe que Almería nunca ha sido precisamente la aldea gala de Asterix y Obelix.




Ahora se ha abierto una nuevo capítulo en este viejo manual del cunerismo, con la designación de Julio Rodríguez, un militar de alta graduación - tanto tanto, que fue Jefe del Estado Mayor de la Defensa, el segundo en el escalafón después del Rey- como cabeza de lista de la coalición de Podemos e IU por Almería para las elecciones del 26-J.




Y nada hay, en sí mismo, de reprochable –uno más al fin- si no fuera por la huella dejada por su antecesor, David Bravo, un abogado que se regodeaba en decir que no conocía apenas nada de Almería y que nada hizo y nada le dio tiempo a hacer por la provincia. No sería justo generalizar: quizá  el general sea otro davidbravo, o quizá se convierta en un mirlo blanco, en un nuevo navarrorodrigo para los intereses de este distrito. Está por ver.




Con calzador romano
No sabemos a esta  hora, por tanto, qué pasará con el candidato paracaidista que tanta polémica ha suscitado. Quizá, si resulta elegido, llegue el AVE con más prontitud o se controle mejor el cupo de tomates marroquíes. Quién sabe.




Su eficacia para Almería, si gana el escaño de marras dentro de 40 días, está por escribir, pero la estética del nombramiento -como tantos otros, por otra parte- inquieta. Nadie en la vieja militancia comunista podría imaginar hace 30 años, cuando los los días de esplendor en la hierba, de bases fuera y peregrinaciones a Rota, que un prosélito de la OTAN, podría terminar representándolos en la Carrera de San Jerónimo. Y así ha ocurrido, en este caprichoso tablero de ajedrez que es la vida política. Uno no reprocha a quien ha nombrado al orensano Julio Rodríguez, con su barba moteada, con sus ojos azules, con su aspecto de granjero de Wisconsin, que no sea de Almería, sino que lo haya metido aquí con calzador romano, dando por hecho que en esta provincia no surgirán viriatos, más allá del lamento primero y café postrero después de Rosalía Martín.


Cuando Megino entró en la política local había cortado ya muchos prepucios en la provincia; cuando Corona se adornó con el brazalete de capitán, había recibido ya muchos codazos en el área de los Juegos Mediterráneos. No es tanto la cuna, como el bagaje, el  cariño que se demuestre y la pasión enfermiza con que se defienda la necesidad de una carretera.


El antecededente de Procopio Pignatelli en Vélez-Rubio
El asunto no es que no sea –Julio el general- almeriense, sino que vaya a ser en Madrid más un corresponsal funcionario que un paladín de las necesidades de la provincia, que no sea capaz de agarrar por el brazo a algún ministro a las puertas de su despacho para recordarle cien veces el Soterramiento o la secular falta de agua, que almuerce con un secretario de Estado y no le sepa transmitir cómo huele Almería, cómo respira, para llegar, con el sentimiento, a los que tienen la decisión. No se ama lo que no se conoce. Y da la sensación de que al piloto de combate, Julio Rodríguez, le hubiera dado igual la oferta de un escaño por Almería que por Badajoz, como aquel Procopio Pignatelli, otro militar como él, coronel de caballería, al que hace más de un siglo Maura franqueó como diputado para Vélez Rubio, y que acabó desesperado y al borde del suicido por los vaivenes doctrinarios de su propio valedor.



Temas relacionados

para ti

en destaque