Recuerdo del bar ’el Cuco’

Fue, junto a Berrinche y Venta Eritaña, un lugar propicio para las juergas nocturnas

josé Murcia Moya, fundador y dueño del bar ‘El Cuco’, aparece detrás del mostrador con un sombrero oscuro en una imagen de 1945. A su lado está su hi
josé Murcia Moya, fundador y dueño del bar ‘El Cuco’, aparece detrás del mostrador con un sombrero oscuro en una imagen de 1945. A su lado está su hi
Eduardo D. Vicente
18:26 • 07 jun. 2016

Había noches que ‘el Cuco’ cerraba sus puertas, pero las guitarras no paraban de sonar en los reservados y los tacones de las bailaoras retumbaban como afiladas piquetas en el silencio de la madrugada. La juerga seguía dentro: vino de La Mancha, el mejor marisco, mujeres hermosas atraídas por el brillo del dinero, alargaban la fiesta hasta que con las primeras luces del amanecer regresaban a sus nidos en los coches de caballos que esperaban junto a la acera.





‘El Cuco’ fue un bar con vocación de venta que siempre tuvo el carácter familiar que le dio su fundador, José Murcia Moya. Había nacido en 1900 en las casas de pescadores que formaban el barrio de las Almadrabillas, frente al Cable Inglés. Su familia tenía barcas y se dedicaba a la mar, pero él quiso probar suerte en la hostelería y al cumplir veinte años puso un negocio junto a la Plaza Pavía. Allí se formó como empresario y con el dinero que ganó compró, seis años después, un local de quinientos metros entre la calle General Luque y el Parque, donde abrió el bar que siempre había soñado y al que bautizó con el apodo que recibía cada miembro de su familia que venía al mundo, ‘Cuco’.
Allí vivió tiempos de abundancia y días de desolación en los que se quedaba recostado sobre el mostrador esperando a que entrara algún cliente. Los años de la guerra estuvieron a punto terminar con el negocio, pero José Murcia lo mantuvo abierto a pesar de que había días que apenas sacaba para pagar el recibo de la luz. Su mujer y sus nueve hijos sobrevivieron gracias al vino almacenado en la bodega, que utilizaban para cambiarlo por comida.





Al terminar la Guerra Civil pudo reflotar el bar. No había tenido problemas en tiempos de la República y tampoco durante el franquismo. El único contratiempo que tuvo que afrontar fue una multa de cien pesetas que en 1940 le impuso Falange por no pagar la cuota del llamado Subsidio al Combatiente, que los comerciantes de la ciudad tenían que abonar para colaborar con los que habían estado en el frente defendiendo al ejército de Franco.
Con el tiempo, ‘el Cuco’ fue ganando prestigio hasta que se convirtió en uno de los templos del buen comer en Almería. De día era  uno de los mejores lugares para  disfrutar del pescado fresco y de noche, un rincón discreto donde poder organizar una juerga furtiva. Casi todos los artistas que pisaron la ciudad en los años cuarenta y cincuenta, probaron su marisco y bebieron su vino. En ‘el Cuco’ estuvieron cenando, el 22 de marzo de 1949, Lola Flores y Manolo Caracol, que esa misma tarde habían presentado en el Teatro Cervantes su espectáculo ‘Zambra’. Cuentan que aquella noche se armó una de las fiestas más sonadas que se recuerdan en Almería. Gitanillo de Marchena, Manolo de Triana, Beni de Cádiz, Rita Ortega y Tita García, que formaban parte del cuerpo de baile de la compañía, transformaron las mesas del bar en un improvisado escenario hasta la salida del sol. El vino y la cerveza corrieron como ríos entre la clientela y hasta los cocheros que esperaban en la puerta, fueron invitados al espectáculo al que no faltaron los mejores guitarristas de la ciudad.




La Almería herida y pobre de la larga posguerra le debe mucho a locales como ‘el Cuco’, ‘Berrinche’ y ‘Venta Eritaña’, que fueron los únicos refugios de la vida alegre y las juergas. Por ellos pasaron personajes públicos importantes, desde médicos a políticos hasta artistas, pero también esa fauna nocturna de vividores, señoritos, queridas y prostitutas, que encontraron su nido en aquellas salones, ocultos de las miradas vigilantes de la sociedad.
José Murcia Moya fue el alma del negocio hasta su muerte, en 1950. El día del entierro llegaron conocidos hasta de los pueblos y la procesión hasta el cementerio fue tan numerosa que se alquilaron todos los taxis y coches de caballos de la ciudad. Sólo tenía cincuenta años cuando el corazón le jugó una mala pasada. Tras su fallecimiento fue su hijo Diego el que continuó con el establecimiento hasta que en la década de los noventa, ‘el Cuco’ echó el cerrojo definitivamente.




 




 






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