Se la veía fuera de sí a Merche, una jubilada de Bermeo que para en el Playadulce y que sacrificó ayer un día de baño para estar con Mariano. Junto a dos amigas, tostadas como ella, no paró de hacerse selfies, hasta donde les dejaron, con el registrador de la propiedad y enviarlas por wasap: “si hija, hemos charlado con él, como si estuviéramos de berberechos”, le cuenta por teléfono a una vecina. Y después se vuelve y les dice a sus compañeras mitineras: “es la peluquera de mi barrio, muy del PP, es para darle envidia”.
Rajoy, el mismo que estuvo porfiando en la tele la noche antes hasta las tantas, dejó ayer vacíos de jubilados los bares de Aguadulce. Se apostaron (casi) todos en el frondoso Parque con nombre de guitarrista, una umbría deliciosa de árboles selváticos en medio de la ciudad dormitorio de Almería.
Estaba desde primeras horas de la mañana la interminable Avenida Carlos III tomada por policías y boinas verdes con cetmes, ante la llegada del candidato del PP y en la puerta, Javier Aureliano, coordinador de campaña en Almería, y a su lado el reaparecido Arenas y muchos vecinos aguantando el bochorno en ese templo del PP que es todo el término de Roquetas.
‘Alto y guapo’
Llegó el subdelegado en Citröen negro y a continuación el esperado Mariano, sin corbata, campechano, repartiendo cariños entre los cientos de simpatizantes, con Sanz, Amat, Moreno Bonilla y Hernando tras él. Y una señora exclamaba, “es mal alto de lo que parece”, “y más guapo”, apostillaba otra.
Se daba un paseo triunfal el candidato, entre grandes pinos y eucaliptos de troncos retorcidos, versaría Miguel Hernández, entre aplausos y vítores, como cuando César regresaba de la Galia, “Mariano, eres el mejor, nadie te va a ganar”, gritaban desde una esquina, mientras empezaba a sonar el himno pegadizo del PP que compuso hace más de viente años el asturiano Manuel Pacho.
Arrancaba entonces el acto de campaña, con Mariano arropado hasta las trancas, toreando en casa como un Relampaguito. Con Hernando de telonero, arremetiendo ayer contra “el lobo con piel de cordero, que en elecciones se transforma en Heidi con coletas”, no dajaba títere con cabeza el candidato por Almería, en estas elecciones cuadrangulares, como los legendarios torneos Carranza o Teresa Herrera de Amancio y Rifé.
Y después Gabriel al atril, el anfitrión, “anoche nos diste una lección de respeto y seriedad, Mariano, cuando yo entré en Roquetas había una deuda de 38 millones de euros, no nos daban ni para gasolina, Mariano, y ahora no debemos un duro, eso es el PP”.
Caían bolitas de la fronda, en un escenario de sol y sombra, como en los toros, con hombres y mujeres agitando abanicos, con Arenas dando buchecitos de Lanjarón. Y salió al atril Moreno Bonilla, alzando la voz a la americana. “Nos sienta bien estar en Almería y en Roquetas, guiñando los ojos al sol frontal, tostaito, haciendo honor a su apellido paterno.
Toallas y braguitas
Y saltó el esperado Rajoy a la tarima, apeado de corbata, nieto del primer autonomista gallego, nacido este Mariano, que fue el registrador más joven de España, entre las cintas tuneras de Compostela, el mismo año que el Gran Wyoming, ese que tanto lo descarna en la pantalla. Saltó el candidato popular y entonces fue el acabose: los hombres elevando los sombreros de paja y las mujeres agitando los abanicos. “Graciasssss”, dijo, pidiendo calma, arrastrando la s hasta La Garrofa. Y surgió entonces de su garganta un viento huracanado como el de la inventada Comala que arramblaba contra sus contrincantes de la noche anterior en la tele, que buceaba en la capacidad exportadora de Almería, de su huerta, de su mármol, de su turismo, “y haremos el AVE”, sentenció elevando la voz, mientras en la terraza de un apartamento vecino al Parque una chica joven miraba desde arriba la carpa, recogiendo del tendedero, ajena al ajetreo, la toalla de playa y unas braguitas.
Los periodistas con silla y mesa de campaña se afanaban en la crónica de urgencia. Y Mariano jugando en casa, como un ciclista cuando va bajando el Puerto: “España ha crecido más que nadie, aunque haya cenizos que no lo vean”. Y más aplausos para rubricar el mitin canicular.
Arropado por los suyos, por concejales roqueteros como Rubí, como Eloisa, escoltado por gualdaespaldas, fue escapando de las dos hectáreas del Parque Andrés Segovia entre besos, arrumacos, achuchones y algún que otro ataque de éxtasis teresiano, como cuando asediaban a Elvis al acabar concierto en Las Vegas.
Un chambi en Adra
Jugaba en casa Mariano y triunfó ante los suyos, mientras ganaba ya la puerta de salida trasera, pasando entre columpios para niños, pisando las agujas de los pinos en el albero, con el chófer con el motor del Audi arrancado y con el aire acondicionado a máximas frigorías, poniendo rumbo a la fenicia Abdera, donde le esperaba el alcalde quien le extendió el libro de honor para que echara su firma esbelta, donde le esperaba el heladero con su carrito para regalarle un chambi de un color sospechoso.
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