El ritual comenzaba cada noche de verano en la Terraza Imperial o en San Miguel viendo una de vaqueros o de romanos, cuando los vendedores con el cubo bajo el brazo ofrecían en voz baja para no molestar la Orange Crush o la gaseosa fresca La Fortaleza, o cuando en el intermedio el esmerado servicio del ambigú dispensaba botellitas de refresco Dux o Iris para acompañar el bocadillo de tortilla o los cacahuetes.
Lo mismo que en los cines de la ciudad ocurría en casi todos los pueblos, cuando casi toda Almería tenía su propia marca de gaseosas, un tiempo en el que la fiebre revoltosa llegó a los bares, guateques, a los graderíos de los campos de fútbol, y a las celebraciones familiares: “Beba gaseosa, con vino es deliciosa”.
Venía de una tradición de industria artesanal que se inició en las primeras décadas del siglo pasado con La fábrica La Aurora, que despachaba aguas bicarbonatadas en sifones y refrescos espumosos, en la Glorieta de San Pedro; con las gaseosas de La Barcelonesa y elegante sifón de Agua de Seltz en Lope de Vega, con La Perla, de José Ortuño, en la calle La Reina y con las naranjadas y limonadas en polvo de Francisco Ferrairo Gandía.
Uno de los pueblos con más usanza en la fabricación de gaseosas fue Benahadux. Allí inició actividad Casto Sánchez, en el callejón de la fabriquilla, con aparatos manuales y también envasó Manuel Rodríguez, con tapones de canica, y hacía agua de sed, que era como se conocía al sifón entonces para el vermuth. Quien industrializó esta actividad en el municipio del Andarax fue el industrial Antonio Ros, que compró la fábrica a la viuda del Caco y patentó su propia marca de blanca, La Flor del Andarax.
El tapón de caníca y las chapas
Al tapón de canica le sustituyó el de porcelana y después el de corona y envasó después de la Guerra la primera botella de litro. También embotellaba el refresco Nik, de naranja y de limón, en un edificio que aún se mantiene, con un gran patio interior, donde se apilaban los sacos de azúcar y de ciclomato, los bidones de agua de Araoz, la esencia de limón y el jarabe de la casa Ballart. Había un especialista en suministrar las esencias solubles, Víctor Duffo, cuyo hermano fundó después la marca La Casera. En la fábrica benahaducense trabajaron como empleados Paco Sánchez, Manuel García, Francisco Zamora y Rafael Rodríguez, entre otros,
El proceso se iniciaba hirviendo grandes ollas con agua y azúcar que después se filtraba y se batía con la raspadura de limón y pasaba a la sala de llenado, una vez envuelto el carbónico con el agua en una saturadora a través de un serpentín. La presión del gas se controlaba con un manómetro, aunque a veces era inevitable que explotaran botellas. Al comienzo, Ros repartía por Rioja y Pechina con la tartana mulera de su padre y después se agenció un isocarro y furgonetas DKV con las que suministraba al Cuartel de la Guardia Civil de Puerta Purchena.
Se valió esta pequeña industria también del ferrocarril, envasando cajones de 50 botellas que iban dejando en las cantinas de las estaciones de Huércal, Viator, Rioja y Gérgal.
Pedidos por la radio
Los pedidos se hacían aún por carta postal y algunas veces a través de los programas de discos dedicados de Radio Juventud: “Angelitos Negros, de Antonio Machín, con el ruego urgente del Kiosco 18 de Julio a la fábrica de Benahadux, que nos manden 5 cajas de gaseosas”. También empezó Ros a vender el refresco Lux, que venía de Madrid, el agua tónica de Wilson y el Agua de Mondáriz y contaba como distribuidor con Francisco Ortega.
En Almería funcionaba la fábrica de Orange Crush -donde iban los escolares a buscar chapas- y La Fortaleza, de Enrique Ruiz Espinar, un emprendedor del transporte que era también depositario del refresco Dux y la cerveza Damm que empezó llegando en barriles por barco. Antes fue arrendatario de la popular Orange Crush, Trino Campana, en la calle Conde Ofalia
Tenía Ruiz establecimientos repartidos entre la calle Padre Santaella y Reyes Católicos, con empleados como Bartolo Manolo Nieto, Antonio y un jovencísimo Juan del Aguila.
El estibador de origen gallego, José Castro Martínez, montó una fábrica en Martínez Campos y Manuel Salmerón, otro industrial, hizo lo propio en la calle General Luque.
Ambos se asociaron para comprar a Enrique Ruiz la fábrica capitalina a finales de los 50 y posteriormente se unió también Antonio Ros en una operación de concentración para frenar la competencia de las nuevas marcas nacionales como La Revoltosa, La Pitusa y sobre todo, La Casera, que abrió fábrica después en Huércal y amenazaban a los fabricantes locales. Construyeron una nueva factoría en Avenida de Montserrat, con maquinaria moderna pero sucumbieron en los 80. También funcionó en El Quemadero, La Flor de Murcia, en Los Molinos, Dimol de Díaz Molina y hubo también fábrica en Rioja.
Otros pueblos gaseosos fueron Berja, con La Virgitana de los Cabrera; Laujar, con refrescos El Nacimiento; Serón, con La Filabresa; Cantoria, con La Orquidea, fábrica de jarabes y vermuth; en Vélez- Rubio, La Favorita, de Juan Fernández; en Benecid, Refrescos La Zagalilla, en Níjar, La Nijareña, de Francisco Pérez y Marcos González y en Garrucha, la fábrica de Frasquito León, que también dispensaba hielo para los pescadores.
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