De vacaciones en Carboneras, el filósofo almeriense reflexiona sobre la deriva que habría tomado su vida si hubiera decidido vivir en Amer, la localidad donde creció Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat.
¿Cómo surgió la posibilidad de dar clases en Amer, el pueblo del Ampurdán gerundés donde nació Puigdemont?
Terminé la carrera en junio del año 73 y se dio la circunstancia de que mi hermano, Ángel Aranda, que era médico en el Hospital Vall d´Hebrón, encontró, a través del Colegio de Doctores y Profesores, una demanda de profesor de Filosofía en el entonces Instituto Nacional de Enseñanza Media de Amer. Y yo, que estaba en Barcelona, barajé seriamente la posibilidad de irme a ese pueblo, pequeño, 3.500 habitantes, una zona muy catalanista donde se fomentaba la enseñanza en catalán.
Pero aquello no terminó de concretarse, ¿por qué?
Porque, al mismo tiempo, dudaba si irme con una beca de investigación a la Universidad Complutense de Madrid o venirme de vuelta a Almería como profesor del Colegio Universitario.
Y se vino a Almería.
Eso es. Me quedé en el Colegio Universitario como profesor y descarté lo de Amer porque pensé que qué hacía un andaluz, un almeriense como yo dando clases de Filosofía en aquel pueblecito recóndito de Gerona.
Cuando Carles Puigdemont fue elegido presidente de la Generalitat, usted pensó en aquella coincidencia.
Sí, habría sido su profesor de Filosofía. A principios de la década de los setenta, él debía tener once años y ya estaba en el instituto de Amer, así que le habría dado clases con seguridad.
¿Cómo habría sido su vida de haberse ido a Amer?
Probablemente, muy distinta por esa impregnación catalanista de la zona. Estoy convencido de que me habría imbuido de ese catalanismo que he visto en muchos filósofos de cierto renombre como Josep María Terricabra, catedrático en la Rovira i Virgili, que es uno de los prohombres de Esquerra Republicana y otros como algún catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona. En aquella época, a principios de los setenta, no eran nada catalanistas, pero en todos ellos ha habido una influencia del ambiente que se vive allí. Creo que mis hijos, de criarse en Cataluña, habrían desarrollado también ideas autonomistas.
¿El independentismo ha llegado más lejos de lo que se pensaba?
Sí, quienes hemos tenido muchas relaciones académicas con Cataluña, nunca percibimos que el catalanismo pudiera llegar a dónde ha llegado. Ramón Valls Plana, la voz hegeliana en España, catedrático de Filosofía en Barcelona, era un hombre catalán hasta la médula pero nunca escuché en él ninguna idea que rozara el independentismo. Creo que la inmensa mayoría de la sociedad catalana, de sus intelectuales, nunca pensó que se podría iniciar una aventura política de esta entidad.
¿El lugar donde uno nace es tan influyente?
Lo es. Creo que el determinante geográfico, cultural y ambiental del pensamiento es tan importante que termina condicionando la vida de las personas. Esos ambientes catalanistas eran los menos abiertos hacia la idea de Europa, pero desde fuera percibíamos la realidad catalana desde el foco de Barcelona. Por eso la sorpresa que, para muchos intelectuales, ha supuesto el crecimiento del nacionalismo.
¿Y de qué le habría hablado a Carles Puigdemont en sus clases?
De Marx, de Freud, de Nietzsche, del psicoanálisis. Son las tres grandes firmas del pensamiento moderno y ninguno de ellos era nacionalista. Marx era internacionalista, Freud fue un judío proscrito por los nazis que tuvo que emigrar y Nietzsche otro radical enemigo del nacionalismo y de Bismarck. Representan justamente lo contrario a la idea de cualquier nacionalismo. Si le hubiese dado clases, nunca habría promovido en él un pensamiento nacionalista.
¿Ha fantaseado alguna vez con esa idea?
Bromeando con amigos, alguna vez he comentado que, si hubiera sido su profesor de Filosofía, Puigdemont se acordaría de mí y hoy podría estar ocupando algún cargo de la Generalitat. Ha pasado tanto tiempo que nunca sabes. Lo que sí se sabe en cómo evolucionó él y la deriva de sus pensamientos.
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