Los voluntarios de la Casa Nazaret

38 internos sin recursos, 3 religiosas trabajando sin descanso con la ayuda de 8 voluntarias y la generosidad de todos los que colaboran

En el centro del barrio de la Esperanza conviven los internos con los trabajadores de la casa y las voluntarias.
En el centro del barrio de la Esperanza conviven los internos con los trabajadores de la casa y las voluntarias.
Eduardo D. Vicente
21:54 • 03 sept. 2016

En el rincón más alto del barrio de La Esperanza, desde donde se intuye el mar y se rozan los cerros de la Molineta, aparece la casa Nazaret, un lugar de retiro para los cansados y los afligidos, un refugio para aquellas personas que llegan a la recta final de  sus vidas sin recursos para sobrevivir. Desde la terraza se contemplan los torreones vencidos de la muralla de San Cristóbal y las últimas cuevas de la Fuentecica que todavía siguen habitadas.




Allí llegan amortiguados los ruidos de la ciudad y el tiempo arrastra esa lentitud pesada de los días repetidos. Un lunes es igual a un jueves y un domingo es idéntico al otro: el desayuno de las nueve menos cuarto, la misa voluntaria de las nueve y media, el almuerzo del mediodía y la cena al atardecer.




La casa es una hacienda donde reinan los espacios libres, con un patio que rodea las vidas de sus habitantes y le da un soplo de libertad al cautiverio obligado de los años y la enfermedad. Por las mañanas, Manuel Pardo, que lleva diez años en el centro, recorre el jardín barriendo todo lo que se encuentra por delante, mientras los internos se entretienen viendo la televisión o se ejercitan en el gimnasio  con la ayuda de una fisioterapeuta.




Actualmente, el centro cuenta  con treinta y ocho acogidos bajo la tutela de tres monjas del Sagrado Corazón de Jesús: María Dolores Valverde, que es la superiora, Almike Dúo y Beatriz Mañero. Las religiosas aseguran que viven de la divina providencia, ya que se les prohibe pedir, pero que se consideran “las más ricas del mundo porque siempre hay gente generosa que nos echa una mano para que nunca nos falte de nada”, asegura la hermana María Dolores.  “Cada día, cuando nos levantamos de la cama, lo hacemos dándole gracias a Dios por habernos concedido esta forma de ganarnos la vida. ¿Dónde se puede estar mejor que ayudándole a los demás?”, afirma la superiora. En esa tarea diaria de darlo todo por los necesitados participan también personas que colaboran con la casa Nazaret en las pequeñas tareas del día a día. Son voluntarios que no perciben ningún sueldo, sólo el cariño de los internos y el estar en paz con su conciencia cuando por las noches se echan a dormir.




Hay médicos, enfermeras, abogados, que echan una mano de forma altruista, ejerciendo su profesión sin cobrar, y hay un grupo de mujeres que se encargan de servir las comidas, de lavar a las personas impedidas y de hacerles compañía en los momentos de soledad. En ese grupo imprescindible de colaboradoras están: María Jesús Esteban, María Jesús Sánchez, Remedios Rodríguez, Antonia García, Mari Carmen Granero, Encarni Quintana, Isabel Alcaraz y Carmel Isabel de Bustos. 




Trabajadores
La casa dispone de cinco empleados con sueldo que se encargan de la atención a los enfermos y de la limpieza, y que pueden cobrar todos los meses del dinero que manda la casa general de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, cuya sede central está ubicada en Bilbao.




Hay una trabajadora que lleva cuarenta y cinco años en el centro, Pepa del Águila, toda una institución que pasa más tiempo en la casa de Nazaret que en su domicilio particular. “Hago de todo: limpio, lavo a los enfermos, ayudo en la cocina, y les doy todo el cariño que puedo y ellos me lo dan a mí”, cuenta.




Este año, los internos han podido ir a la feria: estuvieron una tarde en el circo y otra en los toros, gracias a la generosidad del empresario que cada mes de agosto les regala un palco con la merienda incluida. Las monjas se encargaron de fletar un autobús y allí se fueron, a disfrutar de la fiesta como si se tratara de una familia numerosa. “Esa es una de nuestras pretensiones, que todos nos llevemos como si fuéramos una familia, que nos queramos mucho”, afirma la madre  superiora.



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