Saltar la muralla y meterse entre aquellas piedras te devuelve a un tiempo remoto donde había familias que invertían parte de su patrimonio en construir un panteón donde esperar la eternidad después de la muerte.
En 1880, cuando se mandó levantar el panteón de la familia Hernández, aquel paraje de la vega de La Cañada era un lugar tan apartado de la civilización que en las vísperas del día de los difuntos, cuando los familiares tenían por costumbre honrar la memoria de los suyos pasando la noche en vela en la capilla, los invitados tenían que llegar en procesión, provistos de faroles de mano para poder alumbrarse en medio de la penumbra. El panteón de la Vega de Allá lo mandó construir la señora Josefa Martínez Padilla, un año después de haber perdido a su esposo, el rico comerciante y propietario Antonio Hernández Bustos. La viuda quedó tan afectada que quiso tener lo más cerca posible los restos de su marido, y en su recuerdo ordenó la construcción de la cripta y de su capilla interior.
En aquel tiempo, el miedo a la muerte, el no saber qué había después de la vida y la posibilidad de la existencia de la eternidad, en la que tanto empeñó ponían los curas en sus sermones, movieron a muchas familias de la burguesía almeriense a levantar espléndidos panteones para el reposo de sus almas y las de sus descendientes. La fe y saber que sus restos descansarían junto a los de los de sus seres queridos reconfortaba y ayudaba a superar el duro trance de la muerte. Había familias importantes que levantaban sus criptas en sus haciendas, y otras que preferían hacerlo en el mismo cementerio de San José, donde aún se conservan en pie auténticas obras de arte.
Las noches de vela se convertían en reuniones familiares donde se rezaba, se recordaba la figura del desaparecido y se comía y bebía hasta el amanecer. El panteón de la familia Hernández contaba con una capilla que fue autorizada por las autoridades eclesiásticas para poder celebrar la santa misa. Cada vez que se producía una defunción de un miembro de la familia, las misas correspondientes en su memoria se celebraban en una iglesia de Almería y en la capilla del panteón de La Cañada. Si algún familiar de los que residían fuera moría, las misas en sufragio de su alma se celebraban también en la capilla del panteón. Allí yacieron los restos de doña María Hernández de Ramón, fallecida el 17 de marzo de 1887 y de la promotora del panteón, la señora Josefa Martínez Padilla, que fue enterrada junto a su marido en el mes de diciembre de 1888. El mausoleo de la vega pasó años después a ser propiedad del nieto de los fundadores, el ilustre escritor, abogado y político almeriense don Antonio Ledesma Hernández (1856-1937). Su esposa, Ventura Uruburu Fernández, fallecida el 26 de octubre de 1880, había sido una de las primeras de la familia en ser enterradas allí.
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