¿Cómo surgió la idea del libro ‘La Alpujarra almeriense y su gente’?
Había hecho un proyecto parecido en Osuna, Sevilla. Como estamos muy unidos a Almería y venimos a menudo a Laujar, al cortijo de nuestro primo Juan Ronda, y como además soy periodista e inquieta surgió hablando con la gente, que se ilusionó con la idea.
Has recopilado fotos de los alpujarreños de cien años para acá. ¿Qué ha sido lo que más te ha sorprendido?
Las fotos de los niños y los colegios y ver a esas mismas personas cincuenta años después. Y cómo han ido cambiando los oficios, la faena de la uva, las aceituneras, la trilla...
¿Qué respuesta ha tenido el libro?
Muy buena, por emotiva y sentimental. He recibido muchos correos electrónicos. La gente me está enviando fotos para una posible nueva publicación y muchos mensajes de agradecimiento. Me emocionó especialmente el de una mujer de Barcelona, cuya madre es de la Alpujarra y hoy tiene Alzhéimer y apenas habla. Pero cada mañana le ponen el libro delante y ella sonríe y se emociona.
Has hecho un Facebook de la Alpujarra en forma de libro...
De alguna manera sí. Reivindico el papel. Yo misma tengo miles de fotos de mi hijo, que tiene nueve meses, y apenas hay unas cuantas impresas. Y es bueno imprimir, pues da valor a las imágenes.
Gerald Brenan describía en ‘Al sur de Granada’ una Alpujarra muy viva pero también con claroscuros, quizá por su incomunicación secular. Cuando éramos pequeños e íbamos a Almería recuerdo los viajes eternos hasta la Alpujarra y lo que me mareaba (risas). Estando ya mejor comunicada, creo que su encanto es estar alejada. Por otra parte, la gente tiene un concepto equivocado del alpujarreño. No es cerrado y sí muy amante de su tierra, auténtico y fiel a sus tradiciones. Sigo yendo mucho e incluso se me pega el deje (risas).
¿Qué tiene que a muchos nos resulta una tierra mágica?
Sí, es mágica. No sé qué es. Su ubicación, la tierra, un paisaje único... Los pueblos se parecen, pero cada uno tiene una singularidad.
Cambiando de asunto, te dedicas a los gabinetes de comunicación. El periodismo es tu vida...
Hice también dos Master en Madrid y estuve en una agencia hasta que me fui a Córdoba porque me di cuenta de que, a pesar de que me encanta Madrid, solo vivía para trabajar. Luego me trasladé a Sevilla y llevo varios gabinetes de comunicación. Me casé y tengo un hijo y ¡además vivo! (ríe).
¿Cuál es la situación de los gabinetes?
Bajó con la crisis porque los presupuestos de las empresas se recortaron. Pero muchos han entendido que uno no existe si no está en los medios. Como dicen las madres, no solo tienes que ser bueno sino parecerlo. El trabajo de los gabinetes se está revalorizando, sin duda.
Llama la atención que los medios de comunicación, con el poder que tienen, no hayan enseñado a la gente para que valoren el contenido. ¿Puede ser la tarea pendiente del periodismo?
Creo que la gente sí quiere estar informada, pero es cierto que las nuevas generaciones tienen tanta sobrecarga de información que a veces no la valoran. En la Universidad tenía un profesor que nos obligaba a leer la prensa antes de entrar a clase y nos llevaba al campus en pleno invierno a escribir una nota de prensa para que hiciéramos periodismo en condiciones adversas. Sin embargo, hoy me gustaría ver esa misma inquietud en general entre los jóvenes.
Eres nieta de Emilio Campra, que fue toda una institución.
El deporte lo llevaba por bandera, así lo inculcó a sus hijos y a sus nietos. Con noventa y dos años seguía corriendo y entrenaba a Emilia Paunica, campeona de Europa. Creó el estilo ‘Campra’ de lanzamiento de peso, empleado hoy por grandes campeones. Y en mi familia todos hemos practicado el atletismo. Curiosamente, en el colegio yo hacía salto de altura y luego hice lanzamiento de peso y fui oro cuatro años, al igual que mi hermana.
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