El PP y la inquietud ante el futuro de Amat. El jueves 15 de septiembre fue un mal día para el PP. La noticia de la denuncia del fiscal a Gabriel Amat por presuntas ilegalidades en la adjudicación de cinco obras a empresas con las que su yerno mantiene una relación accionarial sorprendió tanto, que algunos de sus dirigentes no pudieron ir, durante aquellas horas, más allá del desconcierto. Solo conocían el titular y el desconocimiento del contenido de la decisión judicial sólo les provocaba confusión. ¿Qué pasará ahora?, se preguntaban.
A Gabriel Amat sus adversarios políticos lo llevan cercando y acercando a los juzgados desde hace años. Su poder es inmenso; Roquetas, Diputación, presidencia del PP, vinculación personal estrecha con Rajoy y muy estrecha con Arenas, son monedas en las que la sumisión temerosa de sus compañeros es la cara y la persecución sin piedad de sus oponentes es la cruz. En política, quién llega a la cúspide se convierte en un blanco permanente asediado desde la meseta en la que apostan los que esperan con impaciencia el inicio de la escalada.
Pero en aquel atardecer lleno de interrogantes – algunos pensaron que el pacto con Ciudadanos le obligaba a dimitir, ignorando que entre una denuncia y una apertura de juicio oral hay un largo trecho de final incierto-, en aquellas horas de confusión, digo, también hubo políticos dentro del PP que compartieron, en ese rincón del alma en el que nadie (ni uno mismo a veces) entra, una sensación contradictoria en la que confluían la sorpresa inevitable de todos, el interés personal siempre disimulado de algunos y la satisfacción vengativa de otros.
El calendario acaba alcanzando a todos. Amat no es una excepción y desde que en diciembre pasado anunciara su posible adiós a la presidencia del partido, las expectativas de quienes aspiran, no sólo a sustituirle en el vértice de la pirámide, sino a ocupar las posiciones cercanas a la presidencia, comenzaron a excitarse.
La bicefalia Amat-Hernando (aquél en el partido; éste desde el poder que otorga ser portavoz nacional en el Congreso y sombra de Rajoy), les hace intocables. Tan distintos- y a veces tan distantes en las formas-, cada uno sabe hasta dónde puede llegar. Amat sabe situar a Hernando en la posición interna que, a nivel provincial, le corresponde; Hernando es un experto en guardar las formas orgánicas y sitúa al primero en el lugar que le corresponde sin matizar en público sus decisiones. Ninguno pisa las parcelas- tan diferentes, tan alejadas- del otro. La cohabitación es, hasta ahora, perfecta.
Otra cosa será cuando Amat decida dar paso a su sucesor. Quien le sustituya será una persona de su absoluta confianza, pero, a la vez, deberá contar también con el respaldo tácito de Hernando.
El diputado almeriense tendrá, en o ante el futuro gobierno, la obligación de ser el puente que reduzca la amplísima distancia que siempre y en todas las legislaturas ha separado los intereses de la provincia con las decisiones del Consejo de Ministros y esa posición privilegiada obliga a la sintonía entre quienes dirigen la política interna del partido y quien está obligado a defender intereses almerienses en Madrid. Hernando tendrá voto y capacidad de veto.
Nadie en el PP se mueve- conocen a Amat y saben que el primero que lo haga se queda varado en el camino-, pero todos especulan cuándo se producirá el cambio y con quién deben aliarse para llegar bien situados a ese momento.
El PSOE entre costuras La vida interna de los socialistas es un bucle tan dominado por la melancolía que cualquier iniciativa de cambio está condenada al fracaso. Desde los 80 en el PSOE habita el machadiano “hoy es siempre todavía”. Almería es la única provincia española en la que el guerrismo (o los restos de lo que queda de aquella concepción de partido) no ha naufragado. Da igual que quien esté al frente sea Martín Soler o Sánchez Teruel o cualquier otro que pueda llegar a liderarlo en el futuro. La Numancia capitalina se cree obligada a guardar las tablas de la ley y cualquier innovación no controlada por ellos es una herejía a la que hay que combatir.
Bajo una tranquilidad aparente, hoy, como ayer y mañana (si Susana no lo remedia) continuará corriendo un río subterráneo en el que todos navegan con el ojo de la desconfianza puesto en el compañero y el cuchillo en los dientes.
Claro que de vez en cuando alguien saca la cabeza del agua y dice lo que piensa. Es lo que ha ocurrido con Consuelo Rumí esta semana. Después del fracaso sabatino del sanchismo, la ex dirigente de UGT, ex secretaria de Estado, ex diputada y ahora concejal respondió a una pregunta de Javier Romero en la SER que quien había roto el partido no podía ahora coserlo. La referencia a Susana no sorprendió en San Telmo- la conocemos demasiado para sorprendernos, dijeron- y en Almería todos miraron a Pérez Navas y a Fernando Martinez.
Uno de los que miró al portavoz municipal fue Simón Ruiz, redactor jefe de este periódico y responsable de la información política. Quería saber la opinión de los dos. De Pérez Navas porque es el portavoz del grupo municipal al que Rumí pertenece; de Fernando Martinez porque es el secretario general de la agrupación de la capital.
Han pasado cinco días- cinco- desde que se les pidió su opinión sobre ese ataque a Susana y su respuesta es el silencio sonoro de quién no se atreve a responder a una pregunta de impecable sencillez: ¿comparte la opinión de Rumí sobre Díaz? Dice el dicho que “quien calla otorga”. Mantengamos la candidez de no deducir complicidades por tan elocuente ausencia de respuesta a llamadas telefónicas y whatsapps del responsable de la información política de este periódico, pero, a veces, un silencio llega a ser tan sonoro que encierra más contenido que mil palabras.
El desagarro en el que se debate el PSOE nacional relega estas cuestiones domésticas, pero en política nada se olvida y en el entorno de Susana hay gestos que no pasan desapercibidos. La costura es un oficio noble pero en el que nadie está libre de pincharse. Y hay pinchazos que matan.
Podemos harto del “Madrid saluda a provincias” Tras el espectacular resultado de Pablo Iglesias en las europeas de 2014 mantuve un encuentro con Antonio Heras. El actual secretario general de Podemos en la capital llegó a la cita acompañado de Javier Becerra, responsable de comunicación del partido. Fue una conversación interesante. Heras es un tipo mesurado, tranquilo y soñador. Hablamos de todo y de todos. Solo hubo un detalle que me sorprendió. A lo largo de las más de dos horas de conversación, su compañero de partido intervenía (casi) siempre para apostillar y matizar sus opiniones. A veces tuve la sensación- sin duda errónea- que Becerra se acercaba a la frontera de aquellos comisarios políticos del PCE a los que yo tan bien conocí en los setenta por su afición a hacer la autocrítica a los demás.
En aquel tiempo Almería era una colonia del Podemos sevillano, Sevilla un protectorado del Podemos madrileño y Madrid la cabeza adolescente de un imperio naciente en el que el Cesar se llamaba Pablo Iglesias.
Han trascurrido dos años desde entonces y Podemos sigue sin hacerse mayor en Almería. Su dependencia de Madrid (Sevilla continúa siendo una provincia del imperio podemita) ha sido total, y la sumisión aceptada con alborozo por sus dirigentes almerienses, impúdica. La imposición de dos cuneros para las elecciones de diciembre y julio encierra un aire dictatorial que ni el más fervoroso de los devotos de Iglesias puede ignorar.
Pero la situación está cambiando. Aquella emoción marketiniana en la que todo eran sonrisas y lágrimas preparando el asalto a los cielos ha empezado a derrumbarse en el lodo inevitable de la realidad. Un partido es más que una emoción y los amigos íntimos de ayer ya han comenzado a ser íntimos adversarios hoy y, mañana, quizá enemigos.
Almería no ha sido una excepción en este camino de desencuentros inevitables y ya son tres los grupos que comparten siglas pero no planteamientos. Heras, Lucía Ayala y Diego González Marín (uno de los políticos más lúcidos que he conocido) son tres personas distintas sin un concepto verdadero en el que confluyan sobre cómo debe ser Podemos.
Ya sé, ya sé que en la nueva política que proclaman los partidos emergentes, los enfrentamientos no existen, que ellos sólo reflexionan y, faltaría más, desde la fraternidad. La lucha por el poder es un pecado de ambición en el que sólo cae la vieja política. Los nuevos han decretado estar libres de ese pecado original porque así lo han decidido ellos para que la ciudadanía a la que pretenden empoderar se lo crea. La nueva política de Iglesias poniendo en práctica la vieja táctica de las iglesias medievales en las que los herejes son los demás y los bienaventurados ellos por no encontrarse en sus sacristías mezcla de mal alguno. Lo que hay que ver.
Ciudadanos o el San Antonio maldito de Cazorla Cuando en la víspera de aquel día de San Antonio de 2015 en el que Miguel Cazorla vio truncada su venganza haciendo alcalde al candidato del PSOE, todos supieron, menos Cazorla, que su tiempo en el liderazgo de Ciudadanos comenzaba la cuenta atrás.
Hoy el portavoz del partido de Rivera es un concejal sin más protagonismo del que se autoinviste amenazando una y otra vez a un gobierno municipal asustado desde aquella noche en la que Luis Rogelio se acostó siendo oposición y de la que se levantó siendo alcalde por la presión de Rafael Hernando a José Manuel Villegas.
Cazorla es un político amortizado en la estructura del poder provincial en Ciudadanos. Marta Bosquet, desde su trabajo en el Parlamento andaluz y, en no menor medida, desde la amistad y confianza compartida con Juan Marín se perfila como la persona más influyente desde Almería en Sevilla. Diego Clemente y Jesús Baca forman parte, aunque a distancia, del triunvirato que Cazorla no quiere ni puede ver.
La estructura provincial de Ciudadanos no despega en la provincia por la ausencia de estructura orgánica. El éxito les llegó cuando apenas habían nacido y cuesta levantar un edificio cuando no hay material humano suficiente para construirlo.
Ciudadanos es una casa en la que solo está construido el tejado; varios concejales, una parlamentaria, un diputado en el Congreso, un representante en Diputación y un puñado de militantes, nada menos, pero también nada más es su estructura provincial. Y en esa contradictoria realidad de no levantar la casa desde los cimientos es donde radica el riesgo de estar a merced de un viento electoral poco propicio.
Todos en Ciudadanos lo saben. Pero nadie hace nada por remediarlo. Las relaciones entre la Plaza Vieja, el Congreso de los Diputados, el Parlamento andaluz o el palacete de Navarro Rodrigo están más alejadas emocionalmente que la distancia geográfica que las separa. Y eso, al final, se acaba pagando. Y caro.
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