El proyecto de camino a Cabo de Gata

En 1914 empezaron las obras para unir la ciudad con Cabo de Gata a través del litoral

Eduardo del Pino
14:00 • 03 nov. 2016

En diciembre de 1914, para festejar la Navidad, la Diputación le dio una paga extraordinaria a los obreros que trabajaban en la construcción del entonces llamado Camino de Almería a Cabo de Gata por el Zapillo. Se trataba de un viejo proyecto que pretendía tender una carretera que partiendo desde el puente de las Almadrabillas llevara primero hasta la barriada del Zapillo y en una segunda fase hacia las playas del Cabo de Gata.

En los años treinta, la puesta en marcha del barrio de Ciudad Jardín volvió a poner sobre el tapete la necesidad de afrontar las obras de esta carretera que nos uniera a través de las playas. Por aquella época ya estaba funcionando el balneario de San Miguel y eran muchos los almerienses que habían escogido la zona de Villagarcía para construirse sus residencias de verano. Pero todas las iniciativas, todas las negociaciones con las autoridades que se llevaron a cabo quedaron en nada tras el estallido de la guerra civil en el verano de 1936.

En la posguerra el proyecto del camino a Cabo de Gata volvió a ponerse de actualidad. La terminación del barrio de Ciudad Jardín y la construcción de viviendas sociales en el barrio de los pescadores, acentuaron la necesidad de tener un acceso digno desde la ciudad en vez de un sendero de cabras donde los baches y el lodo eran el pan nuestro de cada día. En enero de 1943 asfaltaron el primer tramo hasta la barriada de Villagarcía y en 1944 bautizaron el remozado camino con el nombre de Avenida de Vivar Téllez, en homenaje al que fuera conocido como el Gobernador civil del racionamiento y el personaje político que en los primeros años cuarenta se obsesionó con erradicar la enfermedad de la viruela y con higienizar los barrios más deprimidos de la ciudad. 

En aquel tiempo, la nueva avenida estaba salpicada todavía por viejas industrias junto a la playa, como la Fábrica del Gas, que resistió a las bombas, pero dejó de ser rentable en los años de posguerra debido a la escasez de carbón. Estuvo aguantando  hasta que el agotamiento de las existencias precipitaron su cierre. El Ayuntamiento intentó, en 1947, evitar su desaparición y dos años después procedió a la municipalización de la fábrica. En el mes de enero de 1954 las máquinas iniciaron la demolición de las instalaciones y unos meses después, cuando allí sólo quedaban en pie las tapias, el alcalde, Emilio Pérez Manzuco, cedió los terrenos temporalmente a la Federación de Fútbol. La antigua factoría que nutría de gas a toda la ciudad se había transformado en una fábrica de futbolistas de dudoso porvenir, que fue bautizada con el nombre de el campo del Gas y estuvo funcionando diez años. En 1965 el Ayuntamiento se lo cedió a la Delegación Nacional de Sindicatos para que construyera una piscina y varias pistas polideportivas.

La Avenida de Vivar Téllez tuvo también un centro de ocio, la Terraza San Miguel, desde que en junio de 1949 los hermanos Naveros Burgos habilitaron una de las parcelas que poseían frente a la playa de Levante para montar un cine de verano. La fachada principal se extendía por la avenida y destacaba por los extraordinarios murales que la adornaban, alusivos a escenas de películas famosas y a célebres actores. 

En la acera de enfrente, en dirección al centro de la ciudad, estuvo la Centra Térmica conocida después como la Térmica Vieja, que en los años sesenta se transformó en la nave municipal donde se guardaban los carros de la limpieza de las calles, donde se habilitó el parque de bomberos y donde se improvisó un gimnasio y un gran escenario que sirvió para organizar grandes veladas de boxeo, en un tiempo en el que el deporte de las doce cuerdas fue la gran esperanza de muchos jóvenes de clase humilde.  Llegaban de los suburbios de la ciudad con un sueño bajo el brazo: labrarse un porvenir en el boxeo, hacerse deportistas famosos y ganar mucho dinero como los púgiles de alto standing que veían en los combates que echaban por televisión. Muchos eran desertores del colegio, adolescentes de trancos y futbolines que no tenían otra salida que empezar como aprendices de albañiles en una obra o aguardar a la mayoría de edad para coger las maletas y marcharse al extranjero. En aquellas naves encontraron un local cubierto donde poder entrenarse. Más que un gimnasio, aquel recinto de la Avenida de Cabo de Gata tenía aspecto de taller donde olía al óxido de los hierros y al sudor que se había ido quedando colgado como un  sedimento en las paredes, en los aparatos y en los carteles amarillentos que anunciaban los combates pasados.







Temas relacionados

para ti

en destaque