Hubo un tiempo -que duró hasta la remota Almería de entresiglos- en el que algunas afrentas al honor se dirimían a balazos o empuñando el frío acero.
Bastaba una leve ofensa a la hombría, un insulto o injuria al apellido para que un caballero ofendido arrojara el aguante a su oponente en la misma puerta del Casino, en el Círculo Mercantil o en lo que entonces se llamaba Costum, en la calle del Arsenal (hoy Pedro Jover), una especie de club social donde los opulentos próceres de la exportación almeriense se reunían a fumar legítimo tabaco habano, a saborear indiscutible moka y a leer las cotizaciones de los minerales en los periódicos británicos.
La mayoría de estas pendencias se solucionaban antes de llegar al lance mortal y quedaban en una bravuconada del ofendido que se olvidaba con unas disculpas del autor de la ofensa.
Pero unas cuantas, sin embargo, terminaban en un duelo a pistola o sable entre los contendientes, en presencia de sus padrinos, que terminaba con algún herido o muerto. Estas cruentas disputas a sangre, que venían oficiándose desde la época medieval, tenían lugar casi siempre al amanecer en zonas agrestes, alejadas de la ciudad, para salvaguardarse de la presencia de curiosos.
En unas higueras chumbas
El escritor Pedro Antonio de Alarcón relata una de estas disputas en su segundo viaje a Almería en 1861 en la que dos inocentes vertieron su sangre al rayar el día en los Llanos del Alquián dentro de un cercado de higueras chumbas, por un quítame allá esas pajas. La prensa local también se hacía eco en 1880 de otro asomo de pendencia caballeresca entre dos conocidos políticos de la ciudad, que no llegó a verificarse gracias a la intervención de los padrinos que convencieron a sus patrocinados en el último suspiro.
Hubo también otro lance para vengar una calumnia profesional en 1886 entre dos médicos almerienses y otro entre un teniente de alcalde y un celebre abogado, de los que solo hubo que lamentar heridas.
No era una actividad legal, ni siquiera entonces, prohibida desde Felipe V en los ejércitos, pero contaba con aceptación social en todo el país.
Los desafíos de honor alcanzaban con frecuencia a los periodistas, cuando aún no existía la prensa de empresa, sino la de partido, cuando la pluma y la espada aparecían frecuentemente unidas.
Pascual Orozco fue un cronista de origen almeriense que escribía en El Noticiero de Alicante y mantuvo duelo en 1906 con el teniente de Infantería Francisco Pérez Gáver quien resultó gravemente herido por el reportero. El militar se sintió agraviado por un artículo del plumilla y decidió dirimir diferencias con el acero del florete.
Otro periodista duelista vinculado a Almería por sus colaboraciones en los Juegos Florales y en el diario republicano El Radical de José Jesús García fue Antonio González de Linares. En 1910 retó a duelo a sangre al crítico Andrés González Blanco por una crónica en la que cuestionaba no solo sus dotes profesionales, sino su actitud como caballero.
Por suerte para los contendientes, en el último momento los padrinos consiguieron desconvocar el desafío con un acta de desagravio.
Cuenta la prensa de la época, quizá con algún tinte exagerado, que en esos tiempos, en las redacciones de algunos periódicos madrileños, los plumillas disponían de un cuarto de esgrima donde se adiestraban con la espada en previsión de posibles retos a sangre por sus escritos.
El padrino de Colmbine
Augusto Suárez de Figueroa -el director de El Universal que contrató a la primera mujer española como redactora profesional de un periódico, la almeriense Carmen de Burgos, y a quien le cupo el honor de bautizarla como Colombine- fue en 1904 el último periodista que murió en un duelo, atravesado por el sable del hijo del Gobernador de Cuba, Manuel Salamanca, por una supuesta injuria sobre su progenitor.
Fue tal el repunte de la neurosis duelista que en toda España se formaron Ligas contra el Duelo, con la presidencia honorífica de Alfonso XIII.
La Liga antiduelista de Rocafull
Una de las primeras, constituida en 1913, fue la de Almería. El Comité de la Liga Antiduelista de Almería estaba presidido por José Rocafull, médico y periodista gaditano que llegó a Almería en 1883. Fue también concejal y profesor en la Escuela de Artes. También participaron en esa iniciativa para extirpar los lances de honor a muerte, Andrés Cassinello García, como vicepresidente, el exportador de uva, Gabriel Callejón y Enrique Tovar, como vocales, Ginés de Haro, como tesorero y José Molero Levenfeld, como presidente de la Comisión de Propaganda.
Como socios de número que se adhirieron a este movimiento a raíz de la sesión constituyente celebrada en el Casino, aparecían más de 50 profesionales almerienses, entre otros, Francisco Rovira, el ingeniero Eusebio Elorrieta, Carlos López Redondo, Miguel García Langle, José Lacal Planells, el médico de beneficiencia Eduardo Pérez Cano, Luis Gay Padilla, José Laynez Taramelli, Francisco Algarra Oña, el Conde de Torre Marín y Fausto Lagasca.
A raiz de este movimiento, ningún almeriense -al menos públicamente- volvió a batirse en duelo a muerte y en su lugar se instituyeron los Tribunales de Honor organizados por esa naciente Liga de prohombres de hace ahora cien años.
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