Acuarelista, pintor de los pueblos de Almería, galerista e investigador incansable de la pintura del siglo XIX almeriense. Es sobrino de Perceval, “que hubiese tenido una gran trayectoria internacional de haber salido de Almería, pero es que esta provincia te atrapa, se vive muy bien”, afirma.
Has trabajado muchos años en el Puerto de Almería y además eres un pintor prolífico. Te has aburrido poco...
Sí, estuve cuarenta y un años como delineante en la Autoridad Portuaria. Y la pintura ha sido un complemento y una ayuda. Siempre he estado ocupado, también con mis investigaciones sobre pintores almerienses antiguos.
¿Cuándo empieza tu pasión por indagar en la Historia de la pintura provincial?
Tuve una galería de arte y la gente me preguntaba qué había antes del movimiento indaliano. No tenían ni idea, pero yo tampoco (risas). Así que me puse a investigar.
¿A qué autores del siglo XIX destacarías?
Los pintores almerienses participaban en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes y algunos eran premiados. En el Palacio Real hay obra de Antonio Tomasín. El llamado “Prado disperso”, tiene cuadros en otros museos de José Díaz Molina y Francisco Prat Velasco. También destacó Martínez de la Vega, que bautizó como pintor a Picasso. En una fiesta en el Liceo malagueño el luego famoso artista tenía quince años y le habían hecho una mención de honor. El almeriense le bautizó echándole vino.
¿Cuándo cobra fuerza la pintura en Almería?
En los setenta y ochenta del siglo XX. Hubo hasta siete galerías en la ciudad. Había dinero y también interés en coleccionar arte.
¿El movimiento indaliano fue una reivindicación de la pintura almeriense o de la propia Almería, olvidada y marginada?
Todo fue obra de una mente inteligente e imaginativa, que fue Jesús de Perceval. A él se juntaron unos chavales, pero él era la cabeza del movimiento. Las autoridades se pegaron a ellos. La verdad es que hizo mucho por el conocimiento de Almería. La Chanca y la luz alimentaron el movimiento indaliano.
¿Por qué pintas?
Es una necesidad no obligatoria sino intuitiva. Tengo también una ascendencia, pues mi abuelo, que nació en mil ochocientos cuarenta, fue pintor, y en casa estaba familiarizado con el arte.
¿Qué es lo mejor de tu obra?
Eso quisiera yo saber (risas). Sé que tengo el beneficio del halago de la gente, lo que agradezco y me satisface. Me interesa el paisaje de la naturaleza, pero no tanto lo urbano. He pintado los pueblos de la provincia. Conozco todos, hasta Topares, que linda con Murcia.
Una persona importante en tu vida fue Celia Viñas. ¿Por qué?
Me ayudó al terminar el bachillerato y el último artículo que escribió en su vida fue uno para el catálogo de una exposición mía.
Guardas parentesco con Perceval, a quien mencionabas. ¿Cuál fue su verdadera dimensión artística?
Mi tercer apellido es Pérez de Perceval. Era tío mío. Si no se hubiese quedado aquí habría tenido una trayectoria internacional muy importante. Pero Almería te atrapa, con tu consentimiento... (ríe). Como aquí no se vive en ningún sitio.
Naciste en 1932 y has sido testigo de la evolución de Almería. ¿En qué hemos cambiado?
En saber mirar al mar. Aquí no se conocía la costa del levante almeriense. En 1953 estuve de delineante en las Minas de Rodalquilar y en el Playazo podía contar a dos personas.
Por último, ¿te preocupa que en España se mofen por la muerte de otras personas, como viene pasando últimamente?
No me explico ese retraso en el sentimiento de las personas. Es alarmante. Los sentimientos no pueden ser tan despreciables como para negar homenajes o un mínimo de respeto.
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