Fue en los primeros años sesenta cuando la madre Carmen Castillo Rodríguez ejerció su labor religiosa y educativa en el colegio de la Compañía de María. Eran tiempos complicados por la escasez de vocaciones y porque la juventud empezaba a alejarse de los templos y de la religión. Eran años de grandes cambios sociales en los que la labor apostólica de las religiosas y de los sacerdotes se acentuó para contrarrestar el laicismo que se empezaba a respirar en el ambiente.
Fue la época de la superiora Nieves Guerrero, que llegó en 1960 al colegio para convertirse en la principal promotora de la llamada campaña pro-sacerdocio, que se puso en marcha a toda máquina en colegios católicos de la ciudad. La pregunta era: ¿Qué papel deben realizar los colegios religiosos femeninos para luchar contra la escasez de vocaciones?
Para llevar a cabo su tarea, la superiora contó con la colaboración de la madre Carmen Castillo, una de aquellas monjas luchadoras, de una bondad infinita, que decidió sacrificar su juventud para ayudar a los demás. Las niñas del colegio la recuerdan como una segunda madre, como una mujer que contagiaba el cariño y siempre estaba dispuesta a darlo todo por el prójimo.
En ese afán de fomentar las vocaciones entre la juventud, las religiosas de la Compañía de María iniciaron su campaña divulgativa con el fin de preparar a las muchachas que iban a ser madres de familia y concienciarlas para que consideraran como una gran dicha el que algún día el Señor eligiera algunos de sus hijos para ser sacerdote. Les pedían a las madres que colaboraran a esta vocación, “preparando el corazón del niño para que pueda germinar esta buena semilla”, predicaban en sus conferencias. Eran los años en los que el padre don José Méndez Asensio cautivaba con sus conferencias y el cura don Lucas Ramos hacia giras por los colegios proyectando diapositivas pedagógicas sobre la Biblia. Eran los tiempos también de los ejercicios espirituales para matrimonios, en los que preparaban a las parejas para su futura vida en común.
En aquel escenario, tan marcado por los cambios de la nueva época, la madre Carmen Castillo fue un viento de aire fresco para las alumnas, el mejor ejemplo de que la palabra de Cristo se entendía mejor con las buenas obras que con los sermones. En junio de 1963, el entonces obispo don Alfonso Ródenas, bendijo e impuso el crucifijo de misionera a la reverenda madre Carmen que había decidido marcharse al Congo, donde hacían falta muchas manos y muchos corazones dispuestos a ayudar. Su marcha fue un acontecimiento que se vivió con un poso de gran pena dentro del colegio, donde dejó una profunda huella.
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