El fin de año de la clase media

A finales de los cincuenta las fiestas de Nochevieja empezaron a ‘democratizarse’

Eduardo D. Vicente
15:00 • 29 dic. 2016

 


A mediados de los años cincuenta el Club de Mar empezó a organizar sus grandes cotillones de despedida de año, donde además de ofrecer espectaculares menús ponía a disposición de sus clientes su salón para el baile de madrugada. Competía entonces con el Casino Cultural y con el Círculo Mercantil, que a lo largo de la década y en los primeros años sesenta, fueron los auténticos templos donde los almerienses acudían a recibir el nuevo año. En 1961 un cubierto de Nochevieja en el Casino costaba setenta y cinco pesetas, un precio en que estaba incluida la batalla de globos y el baile con la orquesta Casino y la afamada vocalista María de Lis. 

En 1963 se unió a los escenarios tradicionales un nuevo espacio, el de la sala de fiestas Manolo Manzanilla, que había nacido en el edificio Playa para anunciar los nuevos tiempos donde la noche empezaba a ser un territorio habitable para las juergas. Por 250 pesetas el Manolo Manzanilla ofrecía un menú variado y un espectáculo de seis horas con reconocidos artistas. 

Eran muy nombrados también los bailes de gala en el teatro Cervantes con la presencia de orquestas de renombre como lo eran entonces el grupo del maestro Barco y los Ícaros. Los tiempos habían empezado a cambiar de verdad. La consolidación durante aquellas décadas de una pujante clase media había puesto en valor el tiempo libre y empezaba a poner de moda las celebraciones multitudinarias en Nochevieja, algo que hasta entonces había sido patrimonio de los más pudientes. Ya no hacía falta ser un médico o un abogado, o un industrial de prestigio para vestirse de traje y salir a cenar en la última noche del año. En el Cervantes uno podía encontrarse con un funcionario de Correos, con un maestro de escuela, con un pequeño comerciante que había ido a bailar con su pareja.

Las clases medias se incorporaron al friso de la vida social para cambiar las costumbres de la época. 
Atrás, como perdidas en la niebla del tiempo, quedaban aquellas Noches Viejas de posguerra, cuando los jóvenes le daban la bienvenida al nuevo año dando vueltas al Paseo y compartiendo una botella de coñac. Era un botellón inocente, de pandillas de amigos y familias que se pasaban la Nochevieja visitando las casas de los vecinos y recorriendo el Paseo de una punta a otra. En Almería se cantaba y se lloraba en el Paseo. Si había algo que celebrar, la gente iba al Paseo, donde los bares cerraban más tarde, donde uno se cruzaba con la muchacha que pretendía o con el amigo que no veía desde hace un año. 

La historia de las NochesViejas de posguerra se escribieron en el Paseo al calor de una botella de coñac barato. Los cafés más importantes abrían hasta la madrugada y alguno sacaba el aparato de radio al mostrador para escuchar las campanadas de las doce que ofrecía en directo Radio Nacional de España. Eran juergas cercanas y sin grandes sobresaltos, en las que estaban permitidas las borracheras decentes, es decir, las que no terminaban en escándalo. Si alguno se pasaba de lo legalmente establecido, corría el riesgo de dormir esa noche en el calabozo del Arresto Municipal, que estaba situado en una habitación del edificio del ayuntamiento que daba a la calle Juez. 

Las Noches-Viejas de la posguerra fueron también un territorio propicio para las confiterías, que permanecían abiertas hasta las doce de la noche. La viuda de Frías, dueña de ‘La Sevillana’, situada en la Puerta de Purchena, preparaba enormes merengues que vendía por encargo a las familias importantes de la época. Las tres grandes pastelerías de aquel tiempo eran ‘La Sevillana’, ‘La Dulce Alianza’, que ya estaba situada en el Paseo, y el ‘Once de Septiembre’, en la calle Castelar. Cada confitería tenía su sello propio y para Navidad y Año Nuevo salían a la calle a vender la mercancía. Cada casa tenía sus vendedores que iban pregonando por el centro de la ciudad los pasteles recién hechos.

El primer baile de fin de año que se celebró en la ciudad después de la Guerra Civil lo organizó el Círculo Mercantil, el 31 de diciembre de 1939. Fue un acontecimiento privado, sólo para los socios, que con mostrar el recibo del mes de noviembre, acreditando que estaba pagado, podían formar parte de la fiesta. Con los años, los bailes del Círculo fueron creciendo y llegaron a reunir a tantos invitados que tuvieron que instalarse en el Teatro Cervantes. Quitaban los asientos del cine, subían el patio de butacas a la altura del escenario y colocaban una gran barra, mesas y sillas alrededor de la pista. 
 







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