Miguel Uclés García lleva cuarenta años instalado en la calle de Gregorio Marañón. Es uno de los peluqueros históricos de la ciudad, de los que se iniciaron en el oficio siendo niños, cuando entró de aprendiz en la barbería que su hermano Antonio dirigía en la Carretera de Málaga.
Tenía diez años cuando empezó a pasar la escoba por el suelo para recoger los pelos de los clientes y cuando empezó a aprender las lecciones que le daba su hermano. Su universidad no pudo ser más rica: una peluquería de barrio, con una clientela formada en su mayoría por gente de la mar, pescadores que cuando llegaban a tierra después de un tiempo navegando, lo primero que hacían, antes de ir a sus casas o de festejar las ganancias en la taberna, era pasar por el sillón del barbero para que los arreglara. En aquella época (primeros años sesenta), todavía era costumbre que los hombres se afeitaran en las peluquerías. Compartió el negocio con su hermano hasta que en 1976 tuvo que dar el salto y emprender el camino en solitario. Antes, había pasado un año ejerciendo su profesión en el Cuartel de la Misericordia, donde estuvo destinado durante el servicio militar, un tiempo que también le sirvió para ganar experiencia.
En septiembre de 1976, recién licenciado, abrió su propia peluquería, la que todavía mantiene en el corazón de la calle Gregorio Marañón. Encontró un local con un alquiler de nueve mil pesetas mensuales y se lanzó a la aventura. En aquella época la zona estaba en expansión. Se acababan de construir los grandes bloques de edificios y el lugar estaba considerado como un escenario de futuro. Todavía no estaba hecho el piso de la Habana de Cristal. Entonces era un solar con cocheras de autobuses y un taller. Poco a poco fue ganando prestigio y clientes. De aquellos inicios en solitario recuerda que se trabajaba mucho más que ahora, y que los sábados se abría también por la tarde porque eran los días más fuertes de la semana. “Tenía muchos clientes que iban a lavarse el pelo y a peinarse por 160 pesetas que era lo que costaba entonces”, recuerda. El afeitado tenía un precio de 70 pesetas en el año 1978; un corte de pelo a tijera, 150 pesetas; a navaja, 275 pesetas, y el afeitado con lo que entonces se llamaba arreglo de cuello, 125 pesetas.
Miguel Uclés trabajaba sin apenas descanso, pero tenía juventud para sacar el tiempo libre de debajo de las piedras. En sus ratos de ocio aprovechó para dedicarse a una de sus pasiones, que era el fútbol. En los primeros años ochenta se había puesto de moda en Almería el fútbol sala, y en los barrios y en los gremios se organizaban equipos para competir en las ligas locales. Uclés fue uno de los promotores del Peluqueros Deportes Flipper, donde contaba con una plantilla donde abundaban los de su oficio. No se sabe muy bien por qué motivo el fútbol sala tuvo gran aceptación entre el ramo de peluqueros. Uno de los ilustres del oficio, Miguel Bisbal, fue un prestigioso árbitro de fútbol sala tras dejar el fútbol, y otro de nuestros peluqueros más antiguos, Rafael Torres Caravaca, llegó a ser juez de línea de fútbol, de Primera División en los años noventa.
Miguel Uclés no llegó tan lejos, pero también hizo sus pinitos en las recién inauguradas pistas polideportivas del Pabellón de Deportes.
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