El viejo Yugo, que había comenzado a caminar el 29 de marzo de 1939 con cuatro páginas y que durante tres días llevó el título de Nueva España, escribió más de treinta años de historia en aquella sede del centro de la ciudad frente al cine Hesperia. Allí vivió su primera pequeña revolución cuando en 1962 sus dirigentes decidieron que ya era hora de cambiarle el nombre y adaptarse a los nuevos tiempos. Entonces nació La Voz de Almería, con otro diseño, con más páginas, con otras formas de entender el oficio, con nuevos aires de libertad que permitieron los primeros atisbos de un época que estaba por venir. Sorprende, repasando los periódicos de aquél tiempo, las críticas, a veces duras, que se hacían a nivel local, poniendo en entredicho la labor de las autoridades políticas de entonces. La política de Estado seguía siendo intocable en los años sesenta, pero en los temas cercanos la prensa ya se atrevía a ejercer su necesaria obligación de la crítica.
La calle del General Segura también se quedó antigua como se había quedado el Yugo, y en el verano de 1974 se inició la primera gran etapa de transformación con el traslado a un nuevo edificio en la Carrera de Montserrat, que entonces estaba en las afueras, un lugar por urbanizar donde era posible mantener unos talleres nocturnos sin perjudicar a la vecindad.
Era un edificio de tres alturas: abajo estaban los talleres con la rotativa; en la primera planta las oficinas de la administración, y arriba la sala de los redactores. Cuando el trabajo de los periodistas empezaba a declinar se iniciaba la actividad en la sala de máquinas, donde cada madrugada se asistía al milagro de un nuevo parto. Era emocionante para aquellos que empezábamos a dar nuestros primeros pasos en la profesión, salir de noche del trabajo y regresar unas horas después para ver cómo salían los primeros periódicos esparciendo un intenso olor a tinta y a papel que acentuaba la magia del oficio.
Con la nueva sede de la Avenida de Monserrat empezaron a llegar las grandes transformaciones. En el mes de febrero del año 1982 llegó a los talleres la más moderna maquinaria de prensa entonces conocida, con un sistema de composición por ordenador electrónico y de impresión en offset que dio más calidad al producto y acortó los tiempos de elaboración. Las letras de plomo ya se habían quedado colgadas del pasado y también empezaban a ser de otro tiempo las históricas Hispano Olivetti que parecían estar fabricadas a prueba de bombas. Mientras las primeras revoluciones técnicas se imponían en la sala de máquinas, en la redacción se seguía trabajando como cuarenta años atrás: la máquina de escribir y el folio sin otra modernidad que aquel líquido de tapar errores que llamábamos Tipex. Era un trabajo lento, pura artesanía, donde cada errata suponía varios minutos de retraso, donde había momentos en los que había que esperar el turno para poder disponer de una máquina decente que se desplazara a la misma velocidad que lo hacían nuestros dedos.
Hubo que esperar a 1987 para que la revolución de los ordenadores alcanzara también a los periodistas. No fue fácil la adaptación. Las viejas máquinas de escribir eran lentas, de otro siglo, pero las primeras computadoras que llegaron no eran bólidos funcionando y había que darles tiempo para que echaran a andar, para que guardaran el trabajo realizado, y había que tener paciencia para no tocar la tecla equivocada y perderlo todo en un segundo. La historia de los primeros meses con ordenador está repleta de páginas perdidas en ese limbo de la informática, de pequeños errores que te condenaban a tener que volver a empezar.
El periodismo de aquellos años ochenta seguía teniendo una lentitud secular. Las noticias no envejecían de la noche a la mañana como ocurre ahora, y el trabajo de los redactores se ejecutaba con otros ritmos. Las mañanas eran de calle, de búsqueda de noticias en un tiempo donde no existían los teléfonos móviles y había que salir fuera para empaparse de la vida. Las tardes eran profundas y las noches se convertían en madrugadas esperando las noticias de última hora, sabiendo que la rotativa estaba aguardando abajo y que era posible entregar una página a la una de la mañana sin riesgo de romper la cadena de montaje y distribución.
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