Los Rubira, relojeros de la ciudad

Desde marzo de 1924, Francisco Rubira Cerezo desempeñó el cargo de relojero municipal de Almería

Francisco Rubira cerezo le enseñó el oficio a su hijo Joaquín, que en los años 50 llevaba el reloj de la Catedral, el de San Sebastián y la Estación
Francisco Rubira cerezo le enseñó el oficio a su hijo Joaquín, que en los años 50 llevaba el reloj de la Catedral, el de San Sebastián y la Estación
Eduardo D. Vicente
15:00 • 13 feb. 2017

Don Francisco Rubira Cerezo tenía un taller de reparación de relojes en la calle de Murcia y desde marzo de 1924 fue el relojero municipal sustituyendo en el cargo a don Antonio Ferrer. 

Ser relojero de la ciudad en aquel tiempo era un oficio de gran responsabilidad, ya que debía de encargarse también del reloj de la torre de la Catedral, al que había que darle cuerda a diario, y del que dependía media ciudad y la puntualidad de la campana de la Vela, que desde su torre en la Alcazaba tocaba para orientar a los labradores de la vega y a los barcos que se acercaban al puerto.

El maestro Rubira se sabía la historia del viejo reloj de la Catedral. Contaba que el reloj primitivo era de 1780 y estaba compuesto por unas cuerdas de cáñamo y unas pesas formadas por cantos toscamente pulimentadas. A comienzos del siglo veinte se emprendieron las obras para la instalación de un nuevo reloj, para lo que fue necesario la ampliación de la habitación de la torre de la Catedral donde iba ubicada la maquinaria.  El reloj moderno empezó a funcionar en el verano de 1905 y del montaje se encargó el acreditado constructor de relojes madrileño don Antonio Canseco. Fue costeado por el Ayuntamiento y el Cabildo de la ciudad.

En el taller de los Rubira fue aprendiendo el oficio uno de los hijos del maestro,  Joaquín Rubira Rodríguez, que heredaría el título de relojero municipal, cargo que empezó a desempeñar desde marzo de 1936, cuando se le nombró relojero suplente. Joaquín, que había nacido en 1914, estudió de niño en el colegio de los frailes de la calle de Almanzora, a la vez que aprendía los secretos de la profesión que le enseñaba su padre. Trabajó como técnico en el Valle de Lecrín y desde marzo de 1936 fue el encargado de cuidar de los relojes del municipio cuando su padre se ausentaba. 

En los años de la posguerra, tras perder el puesto de trabajo en la empresa eléctrica, se colocó con su hermano Pepe, también relojero, en el taller que éste tenía en la calle de Granada. 

Joaquín Rubira acabó convirtiéndose en el relojero más conocido de Almería. Reparaba relojes para los principales comercios del ramo y ejercía su cargo de relojero del municipio.  Su padre le había dejado los relojes de la ciudad para su conservación y normal funcionamiento y era el máximo responsable del reloj de la Catedral, de los relojes de pared que existían en los salones del Ayuntamiento,  del reloj de la iglesia de San Sebastián, del que había en el Palacio de Justicia, del de la Plaza de Toros y de los relojes modernos que pusieron en la Estación de Autobuses, que fueron los primeros relojes eléctricos que se montaron en Almería. Funcionaban con baterías que se rellenaban con agua destilada.

Durante un tiempo fue el encargado también de mantener el reloj del edificio del Banco Español de Crédito, un aparato que tenía su historia, ya que durante la Guerra Civil, siete años después de su instalación, fue destruido durante un bombardeo. El reloj que más trabajo le daba era el de la Catedral porque tenía que ir a darle cuerda a diario. Entraba por la puerta del campanario y tenía que subir todos los escalones de la torre hasta llegar al habitáculo del reloj. Allí, mediante la manipulación de una manivela, accionaba todo el mecanismo del viejo aparato. Cuando el maestro relojero tenía que ausentarse unos días porque lo llamaban para realizar un trabajo en algún pueblo, el reloj de la Catedral permanecía parado durante su ausencia. A veces, si el viaje se prolongaba más de lo previsto, tenía que mandar a un familiar para que le diera cuerda.

Joaquín Rubira fue durante años el responsable del reloj de la Plaza de Toros. Se iniciaba la corrida cuando el reloj marcaba la hora prevista. Había días, sobre todo cuando se trataba de una corrida importante, en la que llegaba la hora de comenzar y había todavía colas delante de las taquillas. En esos momentos un responsable de la plaza le gritaba: “Joaquín, hay papel en la calle”, lo que quería decir que se subiera al reloj, lo abriera y detuviera el péndulo durante unos minutos hasta que entrara la gente. En más de una ocasión se escuchó al respetable en los tendidos gritar a coro: “Se ha parado”, apuntando al viejo reloj.
 











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