El centinela del elixir de la eterna juventud

Diego Bautista Ramos (Almería 1948) lleva 25 años corriendo sin parar. Corre desde que se levanta hasta que se acuesta

Diego Bautista vive rodeado de copas y trofeos que ha ido acumulando a fuerza de ganar carreras.
Diego Bautista vive rodeado de copas y trofeos que ha ido acumulando a fuerza de ganar carreras.
Eduardo D. Vicente
07:00 • 18 feb. 2017

Diego es como un niño que no ha parado de jugar. Detuvo su reloj hace cincuenta años y no ha dejado de ser joven, desafiando a los almanaques que se empeñan en  llevarle la contraria y a los amigos de su generación que ya le cuentan sus achaques de hombres mayores. 
Diego es un tipo raro porque se le ve feliz como solo pueden serlo los niños. Cuenta que un día, hace más de veinte años, una mañana se levantó de la cama y se encontró con una nube negra que había entrado en su habitación durante la noche en vela. No tenía ganas de desayunar, ni de encender la radio, ni de cruzarse con el espejo, ni de salir a la calle. “Cuando mi mujer me dijo que lo dejábamos, que nos separábamos, recibí un golpe duro. Podía haberme ido a un bar para tratar de olvidarme de todo, pero lo que hice es ponerme unos tenis, un pantalón de deporte y salir corriendo”, asegura.
Desde entonces no ha dejado de correr. Lleva veinticinco años corriendo sin parar. Corre desde que se levanta hasta que se acuesta. Come corriendo, piensa corriendo, se enamora corriendo, y así, al trote, huye del paso del tiempo que no puede seguir su ritmo. “He cumplido sesenta y ocho años, pero cuando voy al médico y me hace un análisis me dice que estoy como un niño”. 
Si usted se lo cruza por la calle seguramente lo verá corriendo. Corre hacia adelante y también corre hacia atrás como si tuviera los ojos en la parte trasera. Encontrárselo una mañana cuando uno va al trabajo es un soplo de optimismo. Te mira, te saluda, te cuenta el último éxito de su última carrera y echa a correr buscando otros amigos a quien contarles sus hazañas. 
A Diego lo conoce todo el mundo. Lo saludan hasta las estatuas. Cuando va al Mercado Central es todo un espectáculo porque necesita una hora para recorrerlo. Va de barraca en barraca llevando sus historias y contagiando felicidad. “Que bien vives, jodío”, le dicen algunos, mientras él les enseña la última medalla que le han colgado en el cuello. “Cómo se nota que no tienes problemas”, le gritan otros.
Diego es un jubilado feliz y un atleta tardío. Empezó a correr después de los cuarenta y ahora es uno de los personajes más célebres del deporte almeriense. Tiene la casa llena de copas y se ha ganado el cariño de amigos y rivales. Su última gesta fue ganar en  la prueba de 21 kilómetros celebrada hace unas semanas en el maratón de Almería, empleando una hora y treinta y cuatro minutos. 
Su vida es la carrera. Se levanta a las siete de la mañana, se toma un vaso de leche con Cola-Cao y un puñado de galletas y se va a caminar por el Paseo Marítimo. Su siguiente parada es una cafetería de la calle Jaén donde se reúne con los amigos, lee los periódicos y se toma un descafeinado con leche. Sigue andando, visita a sus viejos compañeros de trabajo del centro social de Ciudad Jardín y si le toca entrenamiento se pone a trotar durante una hora. 
Diego vive solo en el piso que compartía con su madre. Cuando llega de correr se prepara la comida y después se acuesta en el sofá a ver la televisión. Dice que disfruta viendo la telenovela ‘Los miserables’, uno de esos culebrones de amores y tragedias, de galanes y mujeres hermosas que lo entretienen a la hora de la siesta. Cuando acaba el programa se mete en el cuerpo otro vaso de leche con Cola-Cao lleno de galletas y se va a andar por las calles hasta la hora de la cena.
Diego es un tipo meticuloso en sus costumbres y no le gusta que se le haga de noche lejos de su casa. A las diez de la noche, sin falta, ya está con el pijama puesto encima de la cama, donde se duerme como un niño con la radio encendida. 
De la historia de su vida cuenta que su padre era carpintero, que trabajaba arreglando vagones para la Renfe y en sus ratos libres tocaba el clarinete en la Banda de Música. Él era el sexto de ocho hermanos, criados entre el barrio de la Almedina y los ahora famosos pisos del patio de la Chanca. De niño fue al colegio de San José, que era de pago, pero le aburrían las explicaciones de los maestros y no soportaba estar tantas horas sentado, por lo que desertó antes de tiempo.
Sin ningún porvenir en los estudios tuvo que ponerse a trabajar. Fue camarero del bar las Vegas y cuando se le cruzaron los cables se fue a El Aaiún, en el Sáhara, a trabajar en unas minas de fosfato. Pasó después por Cartagena donde estuvo empleado en una planta de productos químicos hasta que regresó a su tierra para encontrar una colocación como empleado en un centro social, donde se ha jubilado.
Diego es un jubilado atípico y un personaje distinto. Es un pequeño héroe de andar por casa, un tipo sin maldad que va regalando sonrisas y ganando carreras. 
Cada vez queda menos gente con ese toque de ingenuidad que él exhibe como si fuera su carnet de identidad. Vive al trote, sin pasado, sin futuro, sin familia y sin otra ambición que la de levantarse todos los días con fuerzas para ponerse los tenis y empezar a correr: él por un lado y el mundo por otro.
Diego es como un niño que vive feliz en su burbuja dejando que los problemas sean de los demás. Dice que lo que más le gusta en la vida es correr, pero yo sé también que pierde el rumbo si una mujer lo mira a los ojos y que cuando sube al podio a recoger un trofeo se emociona tanto como el día que lo sacan en el periódico. Cuando aparece en la prensa recorta la hoja y se la lleva por la ciudad para que todo el mundo la vea.











Temas relacionados

para ti

en destaque