El Paseo de San Luis era un lugar tranquilo donde íbamos los niños a trepar por los árboles y a conquistar la casa del jardinero. Su ubicación, a modo de balcón asomado al al puerto, y su densa vegetación, nos permitían ver sin ser vistos y jugar a los espias con las parejas de novios que anidaban en los bancos del Parque cuando caía la noche.
El Paseo de San Luis era como un reservado del Parque, un escenario secundario donde por las tardes sacaban a los internos del Asilo para que tomaran el fresco y donde por las mañanas disfrutaban del recreo los niños y niñas del colegio Mater Asunta. A los que fuimos alumnos del colegio de San José también nos llevaban al Paseo de San Luis cuando había que hacerse una fotografía de grupo y nos alineaban en las escalinatas que bajaban desde la calle de la Reina al Parque.
La historia del Paseo de San Luis va unida a la del puerto y su malecón. La ciudad tuvo dos lugares de esparcimiento frente al mar a lo largo del siglo diecinueve: el llamado Malecón que ocupaba el espacio más cercano a la playa y el Paseo Alto del Malecón, bautizado también con el nombre de Paseo de San Luis, que se extendía sobre un balcón natural desde la desembocadura de la calle de la Reina hasta la calle Real.
El primitivo Malecón nació cuando después del derribo de las murallas que guardaban la ciudad por la franja sur surgió un nuevo espacio que se utilizó como zona de recreo. Al tratarse de un lugar privilegiado, que se fue convirtiendo en la primera imagen de la ciudad para los forasteros que llegaban en barco, nació el proyecto de convertirlo en un paseo frente al mar.
Por encima de este paseo aparecía otra avenida de características similares, situada sobre una terraza natural desde la que se disfrutaba de unas vistas impresionantes de la bahía. Se le conoció como Paseo Alto del Malecón antes de ser nombrado oficialmente como Paseo de San Luis. A pesar de su privilegiada ubicación, elevado sobre la zona del puerto, y dotado de una frondosa vegetación con grandes árboles que regalaban sombra en verano y palmeras que se extendían a lo largo de todo el recorrido, el lugar nunca llegó a tener los cuidados ni el mantenimiento necesario para que la ciudad lo convirtiera en su punto de referencia a la hora de salir a pasear.
El Paseo de San Luis sufrió la dejadez de la época y tuvo que padecer las carencias de las calles que lo rodeaban. Fue víctima del mal estado en el que se encontraba el último tramo de la calle de la Reina, donde cada vez que llovía se formaba un río de agua y un lago de fango. Sirva como ejemplo una crítica aparecida en el diario La Crónica Meridional de finales de 1882 donde el periodista escribía que: “el vecindario de la calle de la Reina y el Paseo de San Luis está descontento por la descomposición de esta calle, llamada antes Rambla de Gormán, y que hoy ese un barranco intransitable”.
A lo largo del siglo pasado, el Paseo de San Luis siguió manteniendo su espíritu de pequeño refugio donde solían a ir a pasear las criadas y donde salían al recreo los niños que formaban parte del Hospicio. Aquel rincón estuvo marcado siempre por la presencia del edificio del Hospital Provincial, que no fue el único centro sanitario del lugar. Allí abrió un sanatorio el doctor don Manuel Gómez Campana, un centro privado donde después ejercieron sus hijos, los también médicos don José Manuel Gómez Angulo, especialista en cirugía general y traumatología, y don Luis Gómez Angulo, que en los años cincuenta montó allí su consulta de riñón y vías urinarias.
El paseo tuvo desde 1946 un colegio, el de San Luis, donde iban los jóvenes a prepararse para el ingreso en la Escuela Normal y en la de Comercio. A continuación aparecía el gran edificio del Hospital, que llegaba hasta la esquina de la calle de la Reina. A la derecha, formando parte también del Paseo de San Luis, estuvo ubicado en los primeros años de la posguerra la escuela de monjas de las Jesuitinas, que después fue colegio ‘Virgen del Carmen’, para las niñas de los pescadores.
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