En septiembre de 1969 las autoridades municipales dieron luz verde a un proyecto para construir un Parque Infantil de Tráfico en terrenos de la Rambla de Belén, en ese último tramo frente al Gran Hotel Almería, que estaba recién construido.
Las obras se iniciaron a toda máquina, ya que había que tener acondicionado ese trayecto de cauce para que sirviera de escenario a las finales de los Campeonatos Nacionales de Tráfico en categoría infantil. Los trabajos se dejaron en las manos del contratista don José Herrada Delgado, con un presupuesto inicial de cerca de un millón y medio de pesetas, cantidad que se quedó corta cuando finalizaron las obras.
La construcción del Parque Infantil de Tráfico fue también un intento más por parte del Ayuntamiento de recuperar un trozo de la Rambla e integrarla en la vida social de la ciudad. Se eligió el tramo sur del cauce, frente a la Plaza Circular, para instalar allí un espacio lúdico destinado a los juegos de los niños y a la reivindicación de la educación vial, que a finales de los años sesenta empezaba a considerarse una materia más en los colegios.
En octubre de 1969 fue inaugurado con grandes honores en un escenario que ocupaba 150 metros de largo y 42 de ancho, a lo largo de seis mil metros cuadrados. El resultado fue un recinto amplio con varias pistas de hormigón, aceras, semáforos, señales, jardines, una zona de recreo y el exotismo de un viejo vagón de tranvía que se concibió para ser utilizado como museo. En uno de los costados del cauce, pegado al muro de piedra de poniente, se levantó un graderío rudimentario, una de aquellas gradas portátiles de hierro y bancos de madera que acabó convirtiéndose en una parte más del decorado, permaneciendo en ese mimo lugar durante años. En 1981, el año en que la Feria se instaló en Oliveros y el Parque, la grada presidió la caseta popular instalada en la misma Rambla.
El Parque Infantil tuvo la importancia de rehabilitar un trozo de ciudad que presentaba claros síntomas de abandono. Con las obras del Parque llegó también la inauguración de una pasarela de hierro que comunicaba la Plaza Circular con el otro lado de la Rambla, que en aquellos tiempos se llamaba Malecón de Primo de Rivera, un nombre que entonces daba pie a chistes fáciles que los jóvenes componían cambiando dos letras de la palabra malecón.
La pasarela reivindicó ese tramo de Almería que vivía medio aislado al otro lado del cauce y en tinieblas por la falta de luz. Con la nuevas instalaciones llegaron las farolas con iluminación fluorescente que revitalizó la vida por un lugar que en aquellos años era también un camino muy utilizado por los estudiantes del Instituto Masculino, que acortaban por la zona antes de cruzar las vías del tren para llegar al Tagarete.
Al Parque Infantil de Tráfico iban los niños que querían aprender a montar en bici, pero sobre todo, los alumnos de la Escuela Madre de la Luz, que ya eran expertos en el manejo de los mini-cars, los coches en miniatura que parecían sacados del juego del Escalextric, con los que montaban grandes exhibiciones para el público de Almería.
El Parque Infantil de Tráfico, como antes le había ocurrido al complejo de pistas deportivas que se construyeron en el tramo medio de la Rambla de Belén, tuvo la dificultad natural de su lugar de emplazamiento. Cada vez que descargaba una tormenta fuerte salía la Rambla y dejaba empantanadas todas aquellas instalaciones. En octubre de 1972, en una noche en la que sólo cayeron cinco litros por metro cuadrado en la capital, la borrasca se desató en los pueblos, lo que provocó una inesperada riada que se llevó por delante los aparatos, los semáforos, los jardines y las pistas.
El guarda que durante años estuvo vigilando las instalaciones durante la noche, Juan Montero López, se salvó del desastre porque tuvo la habilidad de subirse en el vagón del tranvía que decoraba el recinto. El tranvía formaba parte del Parque como un elemento más para los juegos de los niños. Fue también un refugio para los jóvenes que se escondían en el vagón para compartir los primeros cigarrillos, y un escondite para las parejas de novios. Los domingos, las pandillas iban a echarse fotografías en el tranvía y hasta se llegaron a organizar bailes en el interior cuando se pusieron de moda los radiocasettes y las cintas de música.
El Parque Infantil de Tráfico no sólo sufrió las consecuencias de las riadas, sino que tuvo que padecer las continuas piraterías de los vándalos que utilizaban como si fueran vehículos los bidones de betún asfáltico que dejaban abandonados en la Rambla.
Las pistas se fueron deteriorando por la falta de mantenimiento y el entorno, ocho años después de su inauguración, parecía un campo de batalla donde lo único que se mantenía en funcionamiento era el tobogán de hierro.
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