Era el año 1981 y fue difícil de aceptar: que los propios hijos del Campo de Dalías -que habían dado el salto de la uva al calabacín, que habían visto multiplicar sus ingresos con las ventas en las corridas- quisieran quitar la capitalidad a la madre que los parió, fue un trauma para miles de dalienses de la matriz. Los del Campo, los indios, como se llamaba entonces a los ejidenses, se habían multiplicado como una tribu de Israel y mientras, el viejo núcleo de Dalías, la tierra parralera de abuelos y bisabuelos se había estancado.
La batalla territorial estaba servida en ese amanecer de la democracia en el Poniente almeriense: indios (ejidenses), contra palomos (daliense). Los primeros, un núcleo formado ya por más de 25.000 habitantes, apelaban a su mayor potencia económica y a la facilidad de las comunicaciones para demandar el traslado de la capitalidad del municipio, y los segundos, con algo de 2.500 vecinos, se aferraban a razones históricas y sentimentales, para evitar esa controvertida mudanza.
Hubo tensiones familiares, altercados, con los nervios a flor de piel, con cada núcleo defendiendo con uñas y dientes lo que creía que le pertenecía. El inicio de aquella disputa ocasionó la salida del primer alcalde de Dalías en democracia, Luis Martín Maldonado, partidario del traslado. Le sustituyó José Antonio García Acién, que también impulsó el traslado del Ayuntamiento. Le costó caro al conocido cariñosamente como El Purito porque tuvo que sufrir las consecuencias de que le dinamitaran el invernadero. El Ejido contó con el apoyo de la entonces influente Asociación de Vecinos de Moisés Gómez, y de la Asociación de Amas de Casa, con Dolores Callejón y Dorita Gómez como referencias.
Los ánimos entre vecinos se encrespaban cada vez más, la tensión se masticaba con Los Atajuelos como frontera natural. Y mientras El Ejido se tiraba a la calle con pancartas reclamando su derecho a tener el Ayuntamiento (no en vano nueve de cada diez vecinos vivían allí), los dalienses no querían perder su pasado, su memoria, todo lo que la convirtió en cabecera de distrito.
La Corporación aprobó el cambio de capitalidad y sonaron las campanas de Dalías, se lanzaron cohetes, todo el pueblo salió a la calle en protesta y se prohibió la venta de alcohol para prevenir posibles altercados. Los dalienses se encerraron en la Iglesia, bajo la imagen del Cristo de la Luz, y montaron guardia para evitar que se llevaran los documentos del archivo municipal a El Ejido. La noche previa al traslado de los papeles, el archivo desapareció.
La Junta de Andalucía decidió el 8 de mayo de 1981 aprobar el expediente de traslado de capitalidad de Dalías a El Ejido y los ejidenses lo celebraron en la calle con el lema ‘El Ayuntamiento baja’ y los dalienses con el suyo: ‘Antes morir que ceder’.
Sin embargo, tras esos duros días de huelgas y barricadas, imperó el sentido común, todas las partes cedieron, no hubo vencedores ni vencidos, y la Junta aprobó un expediente de segregación de Dalías y Celín de El Ejido, quedando constituidos como municipios independientes hasta ahora.
No tuvo que andarle a la zaga en cuanto a tiras y aflojas -aunque mucho más lejana en el tiempo- la segregación de Garrucha de su matriz Vera. Ocurrió en 1861, con firma de la reina Isabel II, tras años de pleitos y conflictos de lindes.
Garrucha fue siempre una rada codiciada por Vera y Mojácar que se repartían salomónicamente por las Tierras Royas, hasta que ya en el XIX quedó bajo jurisdicción veratense.
La minería de Almagrera -la madre del Levante provincial- hizo que Garrucha prosperara, que grandes industriales abrieran fábricas de fundición, que su fondeadero, aduana y viceconsulados adquirieran ca da vez más prestancia. Y esos mismos veratenses trasladados a la vecina pedanía garruchera -los Orozco y los Berruezo principalmente- propiciaron esa independencia por la que lucharon esos primeros garrucheros durante casi una década.
Ganó su independencia Garrucha bajo sello real en ese lejano día, pero, incomprensiblemente, no se le asignó un término municipal, un territorio propio para su desarrollo puesto que no se realizó deslinde. La jurisdicción llegó en 1994, 133 años después de serle reconocida su independencia.
La historia de los pueblos de Almería está llena de segregaciones territoriales, desde que Jairán se rebelara contra los Omeya cordobeses, a principios del pasado milenio, y creara una Almería independiente; desde que Javier de Burgos y el Marqués de Heredia consiguieran que se les diera pátina de provincialidad a este territorio fronterizo en 1833.
El arrabal de Huércal se independizó de Almería en 1883 cuando solo era un lugar de la ciudad, como Viator.
Gádor obtuvo su privilegio por Cédula del rey Carlos IV en 1800 para convertirse en villa y dejar de ser barrio de Almería.
Pulpí ha sido un caso inédito de pueblo que consiguió su independencia de Vera en 1836 y que volvió al redil en 1840 por no poder sostenerse económicamente. En 1862, en tiempos ya del insigne Emilio Zurano, el Pastorcico, obtuvo su definitiva autonomía.
Huércal-Overa se segregó de Lorca en 1668 pagando los propios vecinos la emancipación. Alcóntar lo hizo de Serón en 1887 y Los Gallardos de su matriz minera Bédar en 1924.
Carboneras dependió de Sorbas hasta 1813 y Turre fue también tras la Reconquista lugar de Mojácar.
Enix tuvo bajo sus pechos a Roquetas y hasta 1931 estuvo pleiteando por Aguadulce. Vícar y La Mojonera se independizaron de Felix. Y el último, Balanegra, obtuvo su autodeterminación en 2015 de su vieja madre Berja.
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