Era uno de esos caserones que le daban sentido a la calle, uno de aquellos edificios antiguos que nos devolvían a la ciudad más auténtica, a la Almería de callejuelas estrechas y casas con grandes balcones que miraban al exterior para que sus inquilinos vivieran integrados en la calle. Era un caserón con aspecto señorial y cierto aire decadente que engrandecía la esquina entre la Rambla de Alfareros y el extremo sur de la entonces calle de García Langle, hoy Avenida de Pablo Iglesias.
Se trataba de una típica vivienda almeriense de dos plantas y grandes balcones a dos calles, que desde mayo de 1931 había sido punto de referencia de toda aquella zona de la ciudad al estar allí ubicada la farmacia y el laboratorio de don Antonio Jesús Fernández Martínez. En 1973, la casa de la farmacia fue derribada para que un viejo proyecto por el que suspiraban las autoridades se pudiera llevar a cabo: la apertura de una gran avenida que en aquellos primeros años setenta se convirtiera en la más importante del centro de la ciudad, ya que enlazaría el Paseo de la Caridad con la Plaza Circular, en lo que sería una prolongación del Paseo.
Eran tiempos de grandes cambios, una época en la que lo antiguo se tachaba de viejo, de pasado de moda, y se había extendido una obsesión generalizada por levantar una Almería nueva sin respetar sus arrugas. Esa obsesión abrazaba también la idea de las avenidas amplias que derrotaran al entramado de callejones y pasadizos que eran la esencia de la ciudad antigua. La moda eran las grandes arterías pensadas para que habitaran los coches por encima de las personas, avenidas para correr en vez de caminar y para afrontar la vida con las prisas que exigía el futuro y no con la calma a la que invitaban las calles estrechas del casco histórico, con su universo de trancos y de vecinos sentados al sol.
Para poder abrir la gran avenida que prolongara el Paseo hasta el cerro de las Cruces el primer paso se dio unos metros más abajo de la farmacia de la Rambla de Alfareros, en la esquina que esta calle formaba con la Puerta de Purchena, que hasta entonces estaba considerada como un embudo que entorpecía el creciente tráfico del centro de la ciudad.
Para llevar a cabo este ambicioso proyecto necesitaban ensanchar esa esquina de la Puerta de Purchena, y para conseguirlo solo existía un camino: hacer desaparecer el edificio donde estaba ubicada la antigua ferretería de Vulcano, para que aquél pasadizo estrecho se transformará en una gran vía, solucionando a la vez el viejo problema del embudo en el que se convertía aquella esquina y el primer tramo de la Rambla de Alfareros, en un tiempo en el que el tráfico de coches empezaba a congestionar las calles.
En septiembre de 1971, en el despacho de la Alcaldía y ante el notario don Fausto Romero Miura, se procedió a la firma de la escritura pública de contrato por la que el Ayuntamiento, representado por el alcalde, don Francisco Gómez Angulo, adquiría la propiedad del edificio de Vulcano para ser demolido.
Para continuar con el proyecto de la gran avenida, una vez que el molesto edificio de Vulcano había sido vencido, sólo faltaba que las piquetas se llevaran también por delante la casa que albergaba la histórica farmacia de la Rambla de Alfareros. Empezaba así una profunda transformación de toda aquella manzana. En 1973, cuando la farmacia vieja desapareció, la actual avenida de Pablo Iglesias empezó a adquirir la fisonomía con la que la conocemos actualmente.
Hasta entonces, la calle empezaba por el norte en el Paseo de la Caridad, pero no tenía una salida en línea recta hasta Alfareros y Puerta de Purchena, ya que estaba taponada hacia el sur por varias viviendas. Si un transeúnte quería llegar hasta Pablo Iglesias subiendo desde la Puerta de Purchena tenía que callejear, bien metiéndose hacia la izquierda por la calle Magistral Domínguez, o ascendiendo por el costado derecho en busca de la calle de los Cámaras.
La gran avenida soñada se fue haciendo realidad, pero se llevó por delante pequeños rincones, detalles de un valor incalculable en los que residía el alma de la ciudad antigua. La gran avenida se llevó por delante el edificio de Vulcano, el caserón de la farmacia de Antonio Jesús Fernández y una parte del viejo entramado urbano de un barrio. Esta no era una ciudad de grandes avenidas, sino de callejuelas sombrías y plazas luminosas.
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