Las mujeres y la fiesta de los gigantes

Las niñas y las muchachas solían acompañar el cortejo por las calles de Almería

Eduardo D. Vicente
15:05 • 03 abr. 2017

Debajo de un gigante de cartón piedra siempre había un hombre. Llevar un gigante era un trabajo masculino porque se trataba de una técnica basada exclusivamente en la fuerza física y porque las mujeres siempre participaron en la fiesta desde otra perspectiva. 


Debajo de un cabezudo siempre había un muchacho antes de que las chicas se atrevieran a salir. Tuvieron que pasar muchos años para ver a una niña llevando una careta, un logro que no se alcanzó hasta la década de los noventa, cuando la tradición empezó a quedarse sin gente.


Los gigantes y cabezudos llegaron a ser una de las atracciones principales en el programa de la feria de agosto a lo largo de más de cuarenta años. En los años cincuenta no había otro acontecimiento que congregara más público a primera hora de la mañana en las calles de Almería. 




Cientos de jóvenes, niños y niñas, acompañaban el cortejo, disfrutando de aquella comparsa de gigantes pobres y destartalados que parecían sacados de un calabozo. Pero poco importaban entonces las formas, ni que los gigantes fueran mal vestidos ni que los cabezudos presentaran también un aspecto miserable. Lo que verdaderamente importaba era la emoción de la fiesta en la calle, la ilusión de aquella generación de niños de la posguerra que en su mayoría iban vestidos con tanta precariedad como los gigantes y cabezudos y que no tenían otra forma de celebrar el milagro de la vida y el tesoro de la infancia que corriendo al lado de la comparsa. 


En aquellos tiempos los gigantes estaban presentes en la Feria y también en los humildes celebraciones de las fiestas de los barrios. Cuando llegaban las fiestas de Regiones todos los niños del lugar se echaban a la calle con los gigantes, lo mismo que en el Zapillo o en las fiestas en honor de San Fernando que entonces se celebraban en el casco antiguo.




Hasta 1959, Almería mantuvo aquella comparsa de gigantes y cabezudos pobre, mal vestida y desorganizada, en consonancia con aquellos tiempos de escasez. Para la Feria de 1960, el Ayuntamiento la renovó con quince nuevos gigantes que representaban a los reyes cristianos con su séquito, cinco heraldos a caballo y ciento diez cabezudos sacados de los personajes de los tebeos: Carpanta, Bartolo, Zipi y Zape, el pato Donald, los Tres Cerditos, Mortadelo y Filemón, el doctor Cataplasma. 


Para poder sacar un gigante o salir de cabezudo la competencia llegó a ser tan grande que la comisión de Festejos puso en circulación unos tiques numerados que se repartían en el despacho del concejal. Estuvieron varios años en vigor, pero no fueron una solución ya que la picaresca no tardó en funcionar y los cien tiques oficiales que se repartían se convertían después en doscientos debidamente falsificados. Salvador Gallegos y Miguel Ortuño, los conserjes que se encargaban de sacar a los gigantes, se veían obligados a tener que requerir la presencia de los municipales para serenar el ímpetu de los que se dejaban la vida por conseguir una careta.




Eran los tiempos de la comparsa moderna que potenció la fiesta. Las dianas de gigantes y cabezudos de los años sesenta y setenta eran un gran acontecimiento social en el que también participaban las mujeres. Una imagen habitual era de las madres llevando de la mano a sus hijos por todo el recorrido, y el de las muchachas que se jugaban el físico huyendo de los obstinados cabezudos. Perdimos aquella comparsa soberbia de gigantes y cabezudos que hacia 1960 creó el artista almeriense Antonio Robles Cabrera y con ella se fue perdiendo también el esplendor de la fiesta. En los años ochenta empezó el declive, y en los noventa se confirmó hasta convertirse  en un estorbo dentro del programa  oficial de la Feria.



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