La escuela que transformó un barrio

Con la construcción de la Escuela de Formación se forjó la actual calle de San Juan Bosco

Eduardo D. Vicente
14:02 • 05 abr. 2017

La pasarela que en 1942 se tendió sobre el cauce de la Rambla para unir la calle Alcalde Muñoz con el comienzo de la Carrera del Perú fue el primer gran paso para iniciar la urbanización de aquel paraje de la vega entre la ciudad y el entonces Camino de Ronda. El despegue definitivo de la Carrera del Perú para convertirse en una calle más del centro de Almería empezó a gestarse, unos años después, en el verano de 1948, cuando las autoridades firmaron la escritura de compra de tres mil metros cuadrados de terreno, en el primer tramo de la avenida, para establecer en ellos la Escuela de Formación Profesional. 


La noticia fue recibida con euforia en la sociedad almeriense, que por fin iba a contar con un centro especializado para jóvenes que buscaban la especialización en un oficio, y también por los vecinos de aquella amplia manzana al otro lado de la Rambla, que se iban a beneficiar de esa inyección de vida que suponía la construcción de una escuela llamada a recibir en sus aulas a casi un millar de alumnos.


Las obras comenzaron en 1949 y el nuevo centro empezó a funcionar en el curso 1951-1952. La bendición y la inauguración oficial se dejó para el domingo once de mayo de 1952, cuando todas las autoridades de la ciudad, encabezadas por el delegado nacional de Sindicatos, José Solís Ruiz, hicieron del acto una exaltación al régimen y a los “desvelos de Falange para que la juventud almeriense deje de ser mano de obra sin cualificar”. Fueron muchos los vecinos que se dieron cita para la bendición de la escuela, en una ceremonia a la que también asistieron los alumnos del centro, que formaron en la misma puerta con sus uniformes azules de trabajo.




Los responsables del centro insistieron aquel día en que la nueva escuela buscaba “la formación integral del hombre”, y que sirviera  también como lugar de “regeneración de los bajos fondos y de la delincuencia”. 


El Plan de Enseñanza abarcaba cuatro cursos: el primero era de orientación profesional y estaba dirigido por un pedagogo que dirigía al discípulo hacia la actividad que mejor cuadraba con sus aptitudes. El segundo curso era formativo, común a todas las especialidades, mientras que el tercero era ya de especialización y el cuarto de perfeccionamiento. 




La escuela, que disponía de un internado para los niños que venían de los pueblos y un régimen de medio pensionistas para los que se quedaban a almorzar,  se organizó en dos plantas. En la primera se establecieron los talleres de mecánica, fundición, forja y ajuste, electromecánica y tecnología. Al fondo, un gran comedor con capacidad para doscientas cincuenta plazas con su cocina correspondiente, y en el ala izquierda, los talleres de carpintería y ebanistería. En la planta alta se ubicó un salón de actos de doscientos cincuenta metros, cuatro aulas para la formación mercantil con una sala para las prácticas de mecanografía y contabilidad, y una sala para el dibujo industrial. 


En aquellos primeros años de la década de los cincuenta, la Escuela de Formación significó el gran salto hacia la modernidad para la vieja Carrera del Perú, que fue rebautizada con el nombre de calle de San Juan Bosco, y que ya presentaba el aspecto de una avenida en continua evolución, donde todavía se mezclaban las viejas familias de agricultores que vivían de las huertas con las recién llegadas que se incorporaban a la nueva zona de ensanche. 




Entre los más de trescientos vecinos que formaban el padrón de la calle en 1950, estaba la familia Palenzuela Vázquez, agricultores de profesión; los Jerez Estrada, vinculados a Renfe; José Góngora, de oficio albañil, con sus esposa María Rueda y sus seis hijos; los Lorita González, los García Castillo, los Miras Bretones y los Ortega Jiménez, hortelanos; todas familias humildes que asistieron a la transformación de una calle que en apenas diez años cambió su aspecto de paraje de la vega por una avenida más del centro de Almería. El cambio era imparable. Los cortijos y las huertas desaparecieron del mapa y sobre sus solares se empezaron a levantar grandes bloques de edificios que formaron una calle sin alma.
 



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