El Gobierno andaluz tendrá que devolver 7.200 euros a la mercantil Agrícola Mar Menor, propietaria del celebérrimo Cortijo del Fraile, en Níjar, que le cobró en concepto de sanciones coercitivas.
Así lo establece la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía quien señala que “el propietario de este Bien de Interés Cultural (BIC) en su modalidad de Sitio Histórico, tiene la obligación de su conservación, mantenimiento y custodia pero nunca de su rehabilitación”, tal como le exigía la Junta de Andalucía.
Las obras de mantenimiento por vía urgente de la popular edificación nijareña en estado ruinoso finalizaron hace ya unos meses, con un presupuesto en torno a los 140.000 euros, en la parte de la ermita y en el resto del cortijo.
No ha transcendido, sin embargo, si la Consejería de Cultura y Deporte pretende llevar a cabo una rehabilitación que hasta hace un par de años parecía urgente en este escenario donde ocurrieron los hechos que sirvieron de inspiración al inmortal drama lorquiano Bodas de sangre.
De hecho, la Junta tiene en su poder un proyecto de rehabilitación que mandató hacer a la empresa pública Tragsa, que se iba a ejecutar a través del 1% de la obra pública destinado a proteger patrimonio histórico y cultural.
De hecho, la Junta sí rehabilitó hace unos años la estructura del aljibe anexo al Cortijo. El tribunal comparte la tesis de la propietaria de que es “improcedente y desproporcionado ordenar la rehabilitación del edificio debido a la ausencia de desarrollo reglamentario, al estado preexistente de ruina reconocido y a que la tipología de protección no exige la restauración o rehabilitación de una edificación en ruinas”.
Siglo XVIII Agrícola Mar Menor ha recurrido también ante el Tribunal Supremo que la Administración autonómica le devuelva todas y cada una de las nueve multas que le impuso entre febrero de 2013 y mayo de 2014 por un valor total de 33.300 euros.
Las obras de consolidación de este simbólico caserón que data del siglo XVIII se iniciaron a principios de 2016 apuntalando la capilla, el campanario y la fachada principal a cargo de la empresa Rehabitec. Las esperadas obras han tenido como objetivo frenar el grave deterioro que sufre este edificio inscrito en el Catálogo Andaluz de Patrimonio Histórico desde marzo de 2010 y que llegó a ser considerado en ruinas por el Ayuntamiento de Níjar, aunque posteriormente se archivo el procedimiento.
Parado in extremis su derrumbe, el uso futuro del Fraile es aún una incógnita.
De cripta funeraria de los Acosta a un crimen que se hizo universal
Está allí, en el camino de Los Albaricoques y Rodalquilar, en un llano fantasmagórico de tierra colorada, ribeteado de agaves, de lechugas ecológicas, como un Titanic varado en un desértico océano, solitario, pidiendo socorro desde el silencio más sepulcral.
Allí está el Cortijo del Fraile, del Hornillo, de los Acosta, de Paca la Coja, el escenario real del drama lorquiano de Bodas de Sangre y de Puñal de claveles, de la paisana Carmen de Burgos.
Ha sido fotografiado quizá millones de veces y su osamenta ha aparecido en películas de variado postín. Allí entre restos de mampostería de siglos, está la era y las caballerizas por las que huyó la novia con su primo Paco Montes a lomos de una mula. Y está el espíritu de Federico, golpeado una mañana de café mientras leía el ABC y se dio de bruces con la noticia del Crimen de Níjar, que le sirvió de hebra para tejer la madeja de su drama más inmortal.
Por entre esos muros, hoy malheridos, estuvo merodeando el juez garruchero Ambrosio López Giménez que instruyó el caso junto a sus colaboradores y que después posaron para la prensa de la época en una de las calles principales de Níjar, antes de empezar a reconstruir esa reyerta sangrienta de amores turbulentos. Por allí han pasado Iam Gibson, Joan Magarit, y decenas de escritores y poetas a buscar ese hálito de misterio inabarcable que envuelve al Fraile.
El Cortijo fue construido por los frailes dominicos del Convento de Santo Domingo de Almería a finales del siglo XVIII como centro de explotación agrícola de olivos y vides. Su nombre original era El Hornillo, junto al de La Felipa y de Requena, porque tenía un gran horno donde se cocía el pan de los labradores de los contornos.
Durante la Desamortización de Mendizábal (1836) la finca se dividió y pasó a manos de varios propietarios que la vendieron a los Acosta, una de las notables familias de la Almería burguesa que fueron los que edificaron la ermita y el panteón familiar con la cripta funeraria hoy arrasada. Hasta hace poco se podían leer en las lápidas nombres como José María de Acosta, Dionisia Vejarano, María del Mar Careaga o Doña María Acosta y Oliver.
Los Acosta fueron pereciendo y perdiendo influencia y el Cortijo, que era en régimen de aparcería de Francisco Cañadas, el padre de la novia, pasó a manos después de la Guerra de Lorenzo Gallardo, jefe de Sindicatos quien lo vendió en los años de la transición al empresario Vandervalle, quien, a su vez, lo traspasó a una mercantil vinculada a Juan Guerra, que planteó hacer un campo de golf.
Después cayó en manos de la aseguradora francesa UAP, quien por último lo vendió a los actuales propietarios murcianos.
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