La realidad del estadio de la vega

En 1944, cuando se compraron los terrenos para el nuevo estadio, Ciudad Jardín estaba todavía en construcción

Eduardo D. Vicente
21:00 • 16 may. 2017

En 1944 las autoridades decidieron que Almería tenía que tener un estadio decente que acabara con tantos años de exilios, siempre de un campo a otro, sin que ninguno reuniera las mínimas condiciones. El proyecto, esta vez sí iba en serio y para finales de ese mismo año ya se habían cerrado los acuerdos con los propietarios de los terrenos para construir un  gran recinto deportivo en un paraje próximo a la barriada de Ciudad Jardín. 


Todavía, en los primeros años de la posguerra, el barrio de Ciudad Jardín era más una promesa que una realidad, y las obras que se habían iniciado en tiempos de la República estaban aún sin terminar. El proyecto de Ciudad Jardín se había quedado en un sueño hasta que un año después de terminar la Guerra Civil, en marzo de 1940, el alcalde Vicente Navarro Gay anunció que el Instituto Nacional de la Vivienda había aprobado el plan para la construcción de Casas Baratas de la Ciudad Jardín. En el otoño de 1941 se reanudaron los trabajos. Mientras seguían las obras, las plazas y los  descampados del lugar se utilizaban para acampadas de los niños de las colonias y para los jóvenes del Frente de Juventudes, que en el verano disfrutaban de la privilegiada ubicación del nuevo barrio junto a la playa.


En julio de 1944 se celebró la primera misa en la iglesia de Ciudad Jardín y se terminaron las primeras cincuenta viviendas. Ese mismo verano ya estaba en marcha el proyecto del estadio de la Falange, que iría ubicado muy cerca de la nueva barriada de Ciudad Jardín, en unos terrenos yermos que hasta entonces estaban rodeados de vega y de boqueras. La construcción corrió a cargo de la Jefatura Provincial del Movimiento, siendo financiado con los fondos que este organismo recibía de la delegación de Abastos. Se partió de un presupuesto inicial de dos millones de pesetas, que se fue quedando corto con los años. 




Las obras comenzaron el martes 13 de febrero de 1945.  En las primeras semanas la actividad fue frenética y llegaron a trabajar cerca de doscientas cincuenta obreros. Pero cuando la primera partida de dinero se terminó, llegaron los recortes de personal y tres meses después del inicio la plantilla de trabajadores quedó reducida a noventa. Nueve meses después de comenzar los trabajos, se disputó el primer partido en un recinto que estaba todavía en construcción. 


A finales de 1945 las obras se habían estancado de tal forma que había meses en los que no aparecía por el estadio un solo trabajador. Faltaba el dinero para seguir financiando y escaseaba el cemento en una época de fuertes restricciones. Hubo días que los promotores citaron a los obreros en la tapia del estadio para volver al tajo, pero se tuvieron que marchar porque el barco cargado de cemento que tenía que llegar desde Málaga o Valencia, no se había presentado en el puerto. En el invierno de 1946 se acometió la segunda fase del plan de construcción, con el acondicionamiento de los caminos de acceso al estadio, quitando terreno a la vega, y la plantación de trescientos árboles eucaliptos por todo el contorno para defender el recinto del viento. Se realizó también un ensayo como la semilla ‘Ray-gras’ para dotar de hierba el terreno de juego, pero pasaron diez años antes de que se procediera a la siembra. 




En aquellos años el autobús no llegaba hasta la misma puerta del estadio debido a que los caminos de tierra eran intransitables, por lo que los aficionados que se desplazaban en este medio de transporte tenían que bajarse al final del Zapillo, junto al popular bar del Jerezano. A  la entrada principal al estadio, que daba a la tribuna que miraba a Ciudad Jardín, se accedía a través una explanada que todavía no se había convertido en calle y que durante años conservó su aspecto primitivo de bancal, de terreno robado a la vega. Era un sendero lleno de baches y cubierto de tierra, que cuando llovían se transformaba en un lodazal que hacía imposible el tránsito de coches y la llegada del autobús.


En aquellos primeros años de vida del nuevo estadio, la mayor parte de la hinchada almeriense solía ir andando, unos por la ruta oficial que era la entonces Avenida de Vivar Téllez, y otros cruzando por la estación para acortar el camino y saltando por las vías del tren antes de que levantaran la tapia. Este éxodo de los domingos constituía un serio peligro por la posibilidad de que apareciera algún tren cuando la gente estuviera atravesando las vías. 
 





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