La frustrada ermita del año 1952

El Ayuntamiento aprobó en mayo de 1952 un proyecto para levantar una capilla en el cerro de San Cristóbal

Eduardo D. Vicente
15:01 • 24 may. 2017

En 1952 el Patronato del Monumento del Sagrado Corazón de Jesús presentó un escrito en el Ayuntamiento solicitando autorización para construir en la cumbre del Cerro de San Cristóbal una pequeña iglesia o ermita. Los miembros de esta asociación echaban de menos la vieja ermita que hasta el año 1929 había presidido la ciudad desde el cerro y pretendían levantar una nueva capilla que sirviera para realizar las practicas religiosas que no era posible celebrar al aire libre. Todos los años, por Semana Santa, subía por aquellas cuestas la imagen del Cristo de la Pobreza seguida de cientos de devotos que al llegar arriba se detenían para rezarle durante unos minutos. En aquellas manifestaciones multitudinarias del Jueves Santo se echaba en falta una capilla donde poder cobijarse del frío de la madrugada y dedicarle una misa a Jesús de la Pobreza. Otro argumento que ponían en valor los representantes del patronato era la necesidad de disponer de una ermita para poder llevar a cabo una “imperiosa labor de apostolado” en un barrio deprimido y sembrado de conflictos sociales como era entonces el arrabal de San Cristóbal. 


El Ayuntamiento, basándose en el informe emitido por el arquitecto municipal, autorizó la construcción de la ermita y puso como condición única su lugar de emplazamiento. No podía ir ubicada a la misma altura que el monumento al Corazón de Jesús para no hacerle sombra ni tapar su vista, por lo que escogió como escenario para la ermita una pequeña explanada que existía a la izquierda del camino de subida. En el escrito presentado por el Patronato del Monumento del Sagrado Corazón de Jesús le pedían al municipio que les cediera  gratuitamente los terrenos donde iría la edificación, una exigencia que no fue posible, ya que dichos terrenos no pertenecían al Ayuntamiento, por lo que los promotores del proyecto estaban obligados a negociar con los propietarios su adquisición. Este obstáculo fue la que unos meses después hizo que se descartara la construcción de la ermita con la que se  quería reconstruir una parte de la historia religiosa de la ciudad, la que durante siglos había encerrado aquella pequeña iglesia que presidía el cerro principal de Almería. 


De lo que había sido la historia de aquella capilla en lo alto del cerro nos ha llegado lo que dejó escrito el fraile Joaquín Delgado (1904-1965). Contaba que la vieja ermita  ya figuraba en los planos de 1602 y que constituía una pequeña fortaleza, como una prolongación de las murallas que se extendían por aquellos cerros y bajaban hasta la ciudad.




Estaba formada por un santuario terminado en torre donde se encontraba la campana, y adosada a los muros del templo, aparecía la casa del ermitaño, que llegaba hasta el límite de las piedras.


La figura romántica de un ermitaño que vivió enclaustrado entre aquellas paredes debió de pertenecer a un tiempo lejano, porque las informaciones que nos han llegado de  las últimas décadas de existencia de la ermita, nos hablan de un ermitaño mucho más moderno que hacía las funciones de conserje del lugar y que moraba en la vivienda junto a su familia a cambio de una pequeña paga que le proporcionaba el Obispado.  El ermitaño o santero se llamaba José Palenzuela Gázquez  y junto a su mujer, María Latorre Barón y sus cuatro hijos, era el encargado de mantener la ermita en perfecto estado para que cuando llegaba el mes de julio, se celebraran allí grandes fiestas religiosas y paganas.




La vivienda contaba con un cuarto anexo que le servía de despensa y un patio donde criaba cerdos, gallinas y conejos. Además, disfrutaba de un inmenso descampado lleno de pencas que en verano daban los chumbos más gustosos de la ciudad. Los niños del barrio asaltaban de noche aquellos parajes en busca del deseado fruto, burlando la vigilancia de los perros que guardaban la finca.


La ermita se engalanaba en verano en las vísperas de Santiago Apostol. El santero blanqueaba la fachada, le quitaba las telarañas a la campana y a las paredes del templo y llenaba de flores las ventaanas y las puertas para recibir a la tradicional romería que se celebraba en el cerro. 




Una crónica fechada en julio de 1878, nos habla de que la “romería a San Cristóbal se verificó este año con bastante concurrencia de aficionados a madrugar y de muchas lindas polluelas que subieron triscando como cabras por las empinadas laderas”. 


Los actos comenzaban al oscurecer del 24 de julio con el sonido de la campana que convocaba a los fieles para el cántico de una salve en la ermita, que contaba con las mejores voces del Seminario y el acompañamiento de un piano.
 



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