En 1962 salió a escena en la calle de Rueda López otro establecimiento fundamental en aquellos tiempos, el Palacio de los Deportes, del empresario Antonio Molina Franco, propietario del bazar La Giralda, del Paseo. El Palacio de los Deportes se instaló junto a la calle Reyes Católicos y fue la primera tienda especializada en deportes que existió en Almería. Allí fue donde muchos niños de la época vimos por primera vez las equipaciones de nuestros equipos, todo un acontecimiento en un tiempo en el que tener una camiseta de un club de Primera División era casi una señal de opulencia. En el escaparate del Palacio de los Deportes veíamos también aquellos balones de cuero que en nuestro argot infantil llamábamos “de reglamento” porque eran de verdad, como los que utilizaban los futbolistas profesionales.
En noviembre de 1964, en plena eclosión de la calle de Rueda López, se inauguró en el número 23 un importante establecimiento de suministros hosteleros, con las últimas novedades del mercado en instalaciones frigoríficas y menage para bares y restaurantes. Su propietario era don Francisco Núñez López, que puso de moda las cafeteras de la marca Gaggia, los frigoríficos Siemfrig y las básculas de la marca Mobba que empezaron a aflorar por las tiendas de los barrios sustituyendo a los viejos pesos. Otro negocio importante de la calle era el de don Francisco Rodríguez Martínez, el hombre que nos trajo las primeras máquinas de escribir made in Alemania de la marca Olympia, y aquellas otras llamadas Smith-Corona, que funcionaban con electricidad y que empezaron a imponerse en las oficinas de los principales bancos.
La calle tenía su sastre, don Juan Marín del Águila, que formó parte de la historia del lugar desde 1946 hasta que se jubiló. El negocio sigue abierto y es el más antiguo de Rueda López, ahora dirigido por uno de sus hijos. Al lado de la sastrería estuvo hasta 1973 el despacho central de Renfe, donde se podían adquirir con antelación los billetes de tren, y en la acera de enfrente, el laboratorio de análisis clínicos y la farmacia que daba al Paseo.
En la calle de Rueda López, por su condición de zona preferente, abundaban los médicos. En el número 21 tuvo su consulta el oculista don José Soriano Maciá. En el número uno, pegado al Paseo, estuvo el ambulatorio de don Federico Orozco Rodríguez, jefe del servio de Medicina Interna de la Seguridad Social, y en la acera de enfrente estaba la vivienda del médico reumatólogo don Miguel Alcocer. En la casa del número seis vivió el doctor don Ginés Nicolás Pagan, con su mujer María del Mar Martínez Ruiz-Marín y sus hijos Magdalena, Ginés, Victoria y María Jose. Era especialista en pulmón y corazón y tenía la consulta en la misma vivienda. En los años setenta se instalaron en la calle los doctores don Manuel Beltrán Cuesta, especialista en dermatología, y don José Luis Jaramillo Esteban, del aparato digestivo. En la esquina con el Paseo estaba la vivienda y la consulta del médico de niños don Manuel Martínez del Pino, que destacaba por su fachada azulada y por el cartel negro donde anunciaba los rayos X.
Entre los vecinos ilustres que habitaron la calle en aquellos tiempos estaba el arquitecto Guillermo Langle Rubio, que vivía en el número dos; el farmacéutico Antonio Gómez Campana, que habitaba una espléndida vivienda en el número nueve junto a su esposa, Teresa Berjón Romera y sus hijos: José Manuel María Teresa, Antonio y Francisco. En el número diecinueve vivía el jefe del servicio de Psiquiatría de la Jefatura de Sanidad, don Francisco Caba Lucena, junto a su mujer, María del Pilar Calvache, maestra de profesión. En ese mismo edificio residía el médico don Miguel Alcolea junto a su esposa Rosalía Martín y sus hijos María del Rosario, Miguel y José Jesús. En el edificio del número 23 vivía don Jaime Morales Abad, que fue decano del Colegio de Procuradores; don José Molina Santisteban, abogado laboralista y militante de Coalición Democrática, y el profesor don José Ferre, junto a su mujer Amparo Gil y sus hijos María Victoria, María de los Ángeles, Amparo y Fernando José. En el número cuatro vivía el farmacéutico don Tomás Sánchez Pérez, su mujer María Salvador Martínez y sus hijos José Tomás, María del Mar y Ana María.
En el número diecisiete vivía el panadero Emilio de Amo García y su hijo Emilio de Amo Salmerón, que se convirtió en uno de los empresarios más célebres del barrio con su bar Las Garrafas, toda una institución.
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