Existe una hora de la mañana en la que el colegio es un mar en calma donde el eco de las voces de los niños llega al patio como un rumor lejano, como el sonido de las olas llega a la orilla de la playa en un día sin viento. El patio es el núcleo de la escuela, ese territorio común al que regresan los niños durante el recreo para jugar al fútbol entre cientos de piernas y para contarse sus historias en medio del alboroto infantil mientras se comen el bocadillo.
Existe una hora de la mañana en la que el patio parece dormido. A través de las ventanas se puede escuchar la voz del maestro explicando la lección y el murmullo que dejan las dudas. Son las voces de la clase que se deslizan como pasos de bailarinas en una ceremonia que se repite día tras días. Es el milagro de la enseñanza en un colegio de barrio donde la educación y la religión intentan caminar de la mano. “La religión está presente a diario. El evangelio es la ruta que guía nuestro trabajo. Jesús es el gran pedagogo y la religión aporta la dimensión trascendente que hace posible que una persona pueda ser feliz”, explica Sor Elisa Martínez, la directoria del colegio. El centro se llama Amor de Dios y está ubicado en la calle de Cordoneros, esa frontera que separa el viejo Llano de San Roque de las cuestas de la Chanca. Allí trabaja a diario un grupo de religiosas junto a treinta profesores. Bajo su tutela hay cuatrocientos niños, la mayoría arraigados en el mismo barrio, con un treinta por ciento de alumnos de raza gitana.
Como suele ocurrir en los colegios de los arrabales, el absentismo es uno de los grandes problemas con los que tienen que batallar a diario los maestros dentro del aula. “A partir de tercero y cuarto de la ESO es cuando empiezan a fallar. Echamos en falta más colaboración por parte de las familias. Les cuesta trabajo entender que los padres también forman parte de la comunidad, que necesitamos trabajar mucho más unidos”, reconoce la directora.
El colegio está perfectamente integrado dentro de un barrio que tiene la fama de ser conflictivo. “El barrio tiene mala fama, es cierto, pero no se la merece. Los problemas de convivencia que nos podemos encontrar aquí son parecidos a los que se dan en otros lugares de la ciudad”, asegura.
El sino de las religiosas del Amor de Dios ha estado marcado en los últimos cincuenta años por las dificultades. Cuando llegaron, el barrio de La Chanca mantenía sus viejas formas de vida, cuando muchas familias vivían en cuevas, cuando tener luz en las casas y agua en los grifos era un lujo inalcanzable. Empezaron trabajando sin recursos, llevando la palabra de Dios junto a la caja de las inyecciones y las medicinas que se repartían en el dispensario.
El colegio lleva grabadas algunas de esas cicatrices que le dejaron tantas carencias. Hay mucho que mejorar, pero el dinero no sobra y hay que conformarse con poder salir adelante curso tras curso. El centro se ha ido quedando antiguo y sus instalaciones deportivas no van más allá del patio del recreo. “Otros años nos dejaban llevar a los niños al Pabellón de Deportes que hay en la Plaza de Moscú, pero ya no nos dejan utilizarlo gratis porque según nos dijeron ahora está gestionado por la marca Ego”.
Dios es uno más dentro del colegio. El crucifijo está presente en las paredes del aula y su palabra es un camino a seguir. La religión se da la mano con la tarea educativa procurando que no se estorben, que no se contradigan. “Trabajamos la espiritualidad como un pilar imprescindible, pero nuestros métodos de enseñanza destacan también por un aprendizaje moderno basado en el trabajo cooperativo, en proyectos reales, como por ejemplo haber llevado el funcionamiento de una empresa a las aulas para que aprendan divirtiéndose”, me cuenta Sor Elisa.
Los móviles
Ese Dios espiritual que habita cada rincón del colegio y se mezcla entre las lecciones de Lengua y las tablas de multiplicar, compite a veces con ese nuevo todopoderoso que es el teléfono móvil, una divinidad mucho más tangible al que los niños rinden culto como si ya no pudieran vivir sin él. El uso del teléfono móvil es un serio problema difícil de corregir porque lo arrastran desde sus casas, donde tener un móvil en las manos es tan habitual como coger una cuchara a la hora del almuerzo. Ven a sus padres pegados al teléfono y siguen sus pasos allí donde estén. Para muchos, el móvil es su primer regalo. “Nosotros tenemos normas estrictas. Al niño que se le coja con el móvil en clase se le quita automáticamente. Algunos lo aceptan y te lo dan, pero hay otros muchos que se niegan y entonces surge el conflicto”, reconoce la directora.
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