El ultimo almacén de posguerra

Con el cierre de Rosaflor se va el último comercio de posguerra de la calle de las Tiendas

Tramo de la calle de las Tiendas donde han ido desapareciendo todos los negocios antiguos. El último ha sido el almacén de Rosaflor, frente a la puer
Tramo de la calle de las Tiendas donde han ido desapareciendo todos los negocios antiguos. El último ha sido el almacén de Rosaflor, frente a la puer
Eduardo D. Vicente
10:20 • 02 jul. 2017

Rosaflor se fue marchitando lentamente frente a la puerta de la iglesia de Santiago. Pasaron los años, pasó su tiempo, y el negocio se quedó anclado en el pasado, con las mismas estanterías, con el mismo mostrador, con las mismas baldosas y las mismas formas de entender el comercio de hace sesenta años. 




Desde su acera este negocio familiar ha vivido la historia de la calle de las Tiendas desde 1942, cuando el empresario Diego Pérez Segura empezó la aventura de Rosaflor con una surtida remesa de botones, con aquellos botes de colonia de la marca Nike que perfumaron las casas de las familias almerienses de clase media en los primeros años de la posguerra, y con el olor a limpio del popular jabón de tocador ‘Aromas de Murcia’, que tanto éxito tuvo entre las mujeres. Aquellos olores del pasado se quedaron a vivir para siempre entre los huecos de las estanterías.




En los últimos años, Rosaflor era el perfume de otro tiempo, un refugio sentimental para aquellos que huíamos de los comercios modernos y de las grandes superficies comerciales y necesitábamos impregnarnos de aquella atmósfera decadente que nos arrastraba cuarenta años atrás, cuando de la mano de nuestras madres entrábamos en la tienda y nos quedábamos con la boca abierta delante de las cajas de hilos que tanto nos deslumbraban por su amplia gama de colores o contemplando aquella ceremonia repetida de la colonia a granel, cuando con un pequeño bote que llamaban ‘la medida’, nos echaban en un tarro medio litro de colonia.




Rosaflor vivió los años de esplendor de la calle de las Tiendas, cuando a finales de los años cincuenta había listas de espera para conseguir un local libre, y ha vivido también la decadencia, especialmente cruel en ese primer tramo de la calle desde la Plaza de Manuel Pérez a la esquina de la calle de Hernán Cortés.




En su última etapa, el comercio de la familia Pérez se dejó llevar. Podía haber iniciado un proceso de renovación para subirse a la ola de la modernidad, pero decidió sucumbir al paso del tiempo siendo fiel a sus raíces. Uno entraba en el local y atravesaba el túnel del tiempo. Todo permanecía anclado en el pasado, hasta los gestos de los propietarios y sus formas de dirigirse a los clientes. Tal vez, lo más reciente que quedaba en el negocio era una máquina registradora que no tenía menos de cuarenta años, una novedad comparada con el viejo mostrador de madera o con las baldosas de dibujos como las que teníamos en el suelo de la mayoría de las casas de Almería antes de  que empezaran a construirse los pisos.




Rosaflor formó parte de la avenida comercial más importante de la ciudad, después del Paseo. En los buenos tiempos, la calle de las Tiendas comenzaba en la esquina de la Tijera de Oro y en el establecimiento centenario de la tienda de los Cuadros, en la acera de enfrente. En ese tramo de calle, antes de llegar a la iglesia de Santiago, estaba la perfumería Danubio y al lado, la tienda primitiva de Marín Rosa. 




En la acera de enfrente, donde hasta hace dos años estaba 'Precio, precio', funcionó hasta comienzos de los sesenta la Casa Rosales, donde se podían encontrar desde calcetines y gabardinas hasta maletas y bolsas de viaje. En enero de 1961 el negocio cambió de manos y pasó a ser propiedad de los hermanos Ruiz Venegas, que abrieron las puertas del establecimiento el 10 de enero con “una monstruosa liquidación”, según se anunciaba en la publicidad de aquellos días.




En ese tramo de calle había otras tres tiendas de tejidos: Fulpesa, Minerva y Rosaflor, y haciendo esquina con la calle de Hernán Cortés, el pequeño semisótano de Foto Rojas, donde íbamos a sacarnos los retratos para el carnet de identidad antes de que se pusieran de moda las máquinas del ‘foto-matón’.


Enfrente de los fotógrafos se alzaba la gran tienda de Marín Rosa, con su esquina circular a dos calles y en la otra esquina, mirando a la puerta de Santiago, que todos los años, por septiembre, llena sus escaparates de zapatos de niño.
 



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