Los alumnos del 77 cuarenta años después

Fueron la primera promoción que estudió en el Celia Viñas ya como instituto mixto

Un grupo de alumnos  del año 77 se ha vuelto a reunir para recordar aquellos tiempos en el instituto Celia Viñas.
Un grupo de alumnos del año 77 se ha vuelto a reunir para recordar aquellos tiempos en el instituto Celia Viñas.
Eduardo D. Vicente
14:20 • 05 jul. 2017

En septiembre de 1976 los viejos pupitres de madera del instituto Femenino todavía llevaban las marcas de los alumnos que veinte años atrás habían poblado sus aulas. Nombres de muchachas grabados con la punta del compás sobre la madera de las clases de las niñas; nombres y apodos de los jóvenes que habían ocupado el piso de los niños cuando los dos sexos convivían separados, cuando había que hacerle un quiebro a la censura para verse a escondidas en las escaleras. 




El viejo instituto de la calle de Javier Sanz, que había acogido a niños y niñas por separado en  sus comienzos, había pasado a ser un centro exclusivamente femenino desde 1966, cuando se creó en Almería el llamado instituto Masculino en Ciudad Jardín. 




En septiembre de 1976, las aulas del ‘Femenino’ vivieron un cambio revolucionario. Por primera vez compartieron sus bancas los niños y las niñas. Fueron la primera promoción que estudió en el Celia Viñas como instituto mixto, fueron los alumnos del cambio, los adolescentes que disfrutaron de los primeros aires de libertad en la enseñanza media, cuando la disciplina se relajó dentro del aula, cuando cada día había una conquista pendiente. 




Hace unas semanas, un grupo de aquellos alumnos del curso 76-77 se reunieron para celebrar los cuarenta años de la primera vez. Querían reencontrarse y recordar aquellos tiempos cuando matricularse en el instituto te situaba en una posición de privilegio en relación a los otros jóvenes que escogían el camino laboral. Ser bachiller era casi un título nobiliario para los adolescentes de entonces, aunque algunos de ellos se dedicaban a perder el tiempo, a “armar follón” en clase y a repetir cursos. 




La figura del follonero se multiplicó con la implantación de la enseñanza mixta. Muchachos rebeldes, inquilinos de la última fila, que se hacían notar  entre las chicas por sus ocurrencias constantes, por ese  pulso continuo contra la disciplina del profesor. Era raro el día que no acababan siendo expulsados, tomando el sol en ese exilio mañanero del patio, donde los desterrados se encontraban para jugar al baloncesto y seguir perdiendo el tiempo.




Fueron la promoción del Padre Ignacio, de don Manuel Navarro Ponce, de don Juan López Martín, del Padre Pizarro, los esforzados curas que tuvieron que batallar con la rebeldía de una época, con unos jóvenes que tenían más fe en los bailes de los sábados y en las cañas de cerveza que en la religión. 




Fueron los alumnos de doña Esperanza López, que daba Lengua; de Inmaculada Romacho, la joven profesora de Física; del incombustible Curro y su vocación literaria; de Diego Cervantes, de Puri Rivas, de  Pedro Collado, de los hermanos Perales, de José Manuel Hita, de María Jesús Frías, y de la querida profesora de Latín doña Carmen Olalla, una eminencia en su materia y una mujer de una bondad infinita. 




También fueron los alumnos de los bocadillos de atún mañaneros en la cantina, donde reinaba la figura de Lola y de Rafael, los eternos bedeles; ellos eran el eslabón intermedio entre los profesores y los alumnos, con los que se llegaba a forjar tanta confianza que el día en que se terminaba el Bachillerato muchos acababan llorando entre los brazos de un bedel.


Aquellos alumnos del curso 76-77 fueron la promoción de las revoluciones permanentes, cuando sentados en las ventanas del instituto o apostados sobre la barra del Parrilla Pasaje cambiaban el mundo compartiendo la cerveza y un paquete de cigarros. Fueron los alumnos de las primeras manifestaciones y de las fiestas para el viaje de estudios en aquellas noches de sábado que empezaban a las siete de la tarde y terminaban a las diez, la hora de recogerse para la mayoría de las muchachas. 


En aquellos tiempos el instituto era una dura travesía diaria, ya que empezaba a las nueve de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. La asistencia a clase era obligatoria y la mayoría de los profesores pasaban lista. Todavía existía el castigo del boletín al que los malos estudiantes tenían que enfrentarse cada tres meses. Cuando el tutor te lo entregaba había que devolvérselo unos días después firmado por tu padre. Qué odisea.



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